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    Crítica | On the Rocks / AppleTV+

    Bringing Up Baby

    Crítica ★★★★☆ de «On the Rocks», de Sofia Coppola.

    USA, 2020. Dirección y guion: Sofia Coppola. Compañía: Apple Tv. Producción: Youree Henley y Sofia Coppola. Música: Phoenix. Fotografía: Philippe Le Sourd. Montaje: Sarah Flack. Reparto: Bill Murray, Rashida Jones y Marlon Wayans.

    El título traducido de La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938) no hubiese dado juego en esta crítica; pensar en Rashida Jones como trasunto de Katharine Hepburn, o por supuesto emparejar a Bill Murray con Gary Grant no tendrían ni pies ni cabeza, aunque eso curiosamente fuese una de las características de la screwball comedy. En cambio su título original, Bringing up, puede ayudar. De alguna manera el verbo preposicional condensa una idea que sobrevuela en On the Rocks, aquella de educar o criar a alguien. Sobre la pantalla en negro se oye la voz de Félix (Bill Murray) aconsejando a su hija Laura (Rashida Jones): «Y recuerda, no des tu corazón a ningún chico. Eres mía antes de que te cases y después… Seguirás siéndolo». Y Laura reacciona de la única forma que una niña puede llegar a hacerlo, expulsando una risita de incredulidad y pasando olímpicamente de él con un «Ok, papi». Así, desde la misma génesis del relato, sin ni siquiera haberse creado su imaginería (su corpus visual), en su misma sombra (veremos que la penumbra funcionará como confesionario metafórico entre ambos personajes al final de su periplo), la responsabilidad basculará entre ellos dos para resolver el enigma de la titularidad del «Baby» del encabezado, porque una vez que sepamos a quién corresponde, sabremos a quién va adscrito el verbo, a quién habrá que educar, en definitiva, dónde habrá focalizado su tema Sofia Coppola.


    La primera sospechosa sería Laura, más que nada porque es la primera de los dos actantes en presentarse. Nada más fundirse la imagen del negro la vemos en su propia boda, intercambiando sonrisas cómplices con su marido, Dean (Marlon Wayans). Después es empujada por éste a escaparse de lo que parece la típica celebración y a realizar su bautismo de fuego: los dos solos en una piscina. Es importante observar cómo Laura es guiada, llevada por Dean en estos primeros compases de la narración. A lo largo del metraje veremos que también su padre, Félix, será el que lleve la iniciativa obligándola a hacer cosas que no quiere. De alguna manera Laura es una muñeca en manos de sus diferentes maestros de ceremonia o eso parece. La asunción que hace de su papel de mujer y madre es rotunda en casi todo el relato. Ella es la que se encarga del cuidado y aseo de sus dos hijas, la que lleva a la mayor al colegio, la que les lee un cuento antes de irse a la cama. No sé sabe muy bien cuando acaba un rol y cuando comienza el otro. De Dean solamente sabemos que sale de su casa para ir a trabajar a un despacho y que en algunas ocasiones tiene que marcharse a otro estado o incluso a otro país, y que cuando regresa al entorno familiar es para jugar con sus hijas o acariciar a su mujer. Bien, asumiéndolo los dos, la vida parece sonreírles, pero On the rocks no es un trozo de vida, de igual manera que Lost in translation (2003) tampoco, sino que ante nosotros se dispone una ficción (la idea de Nueva York como la de México, no digamos Tokio, es única y exclusiva de la subjetividad de Sofia Coppola y en última instancia, de la alianza con su director de fotografía Philippe Le Sourd), por tanto, tarde o temprano, tiene que asomar la punta del iceberg narrativo, su conflicto.

    La creadora de El cuento de la doncella (The Handmaid’s Tale, 1985), Margaret Atwood, en su curso de escritura creativa en la web Masterclass, nos dice que «si uno está luchando por intentar comenzar una novela, es porque tiene miedo de algo». Laura está en esa tesitura al comienzo de la historia, ya que se encuentra paralizada en su siguiente novela. Todas las mañanas, después de dejar a su hija en el colegio, se sienta delante del ordenador pero no es capaz de pulsar ni una sola tecla. Está cautiva de un proceso procrastinador y eso le hará estar más atenta a todo lo que la rodea, incluyendo su relación íntima. Dean, prácticamente, está ausente de su núcleo familiar y en una de sus noches, de regreso a casa, escenifica el detonante del conflicto. Llega cansado y se tumba al lado de su mujer, la besa y parece iniciarse un juego sexual, pero inesperadamente y ante el asombro de Laura, el hombre se siente confuso y se da la vuelta. La semilla de la duda acaba de sembrarse en la mente de la escritora. Atascada creativamente, no tiene otra cosa mejor que ejercer su intelecto buscando acción, creándose una aventura y es justo en ese momento cuando aparecerá su compañero de viaje. Un coche, una bajada de cristales que parece, más bien, un telón subiendo, recibiendo al personaje en el escenario. Félix viene en su ayuda y se une a desestabilizar la cabeza de su hija con subyacentes conspiraciones llegando a ponerla «on the rocks», justo al límite del desfiladero por donde pasa su vida. Si detuviésemos el relato en este justo momento, tendríamos claro que a quién habría que educar sería a Laura, a mostrarle el camino correcto. Ella, por tanto, sería nuestra «Baby» del título de este análisis. Pero Coppola no lo tiene tan claro, no deja de recelar también, quizá entre otras cosas, porque Laura representa su alteridad, mejor construida que la de Charlotte (Scarlett Johansson) en Lost in Translation. Llegados a este punto no es óbice hablar del caballero andante, nuestro segundo sospechoso.


    Félix demuestra durante toda la narración subsiguiente un poder casi demiúrgico, comparable incluso al de su creadora, Sofia Coppola. Controla todo a su paso y, lo más importante, lo ordena a su antojo. Es memorable una secuencia en la que le llega a decir a su hija cómo tiene que salir de un encuentro sin que se percaten sus clientes, retrocediendo. Pero será otra secuencia donde podamos rastrear, con más detenimiento, su eficacia incontestable. Es una persecución en coche en el centro de Nueva York. Félix lleva a Laura en un llamativo coche rojo y siguiendo a su marido, en un posible affaire, a gran velocidad son detenidos por un coche patrulla. Ante el asombro de Laura, que ve próxima su noche en chirona, Félix controla la situación desde el principio hasta el final, incluso los policías acabarán ayudándolo, arrancando el coche empujándolo. Y es que Félix ejecuta su arma más efectiva, su encanto. Sin duda alguna, y aquí habría que traspasar el espejo, Bill Murray ayuda a Félix como un tipo encantador, sinvergüenza quizá pero emisor de una gracia, por la razón que sea, que provoca con solo mirarlo una sonrisa. Seguimos fuera de la diégesis, es necesaria una nueva estrategia para seguir investigando. Rodar “a Bill Murray” debe ser muy aburrido, solamente hay que verlo en acción cuando la claqueta se escucha y el actor obedece. En cualquier caso, no es lo mismo que rodar “con Bill Murray” que es todo lo contrario, generador de situaciones cómicas por doquier, ese es otro de sus talentos innatos y es que ya se sabe que la realidad siempre supera a la ficción, es a ella a donde tenemos que dirigirnos. Existen un par de momentos en su pasado que ocurren fuera de los platós, en los márgenes de la ficción, en los dominios de la realidad, que pueden ayudar a Bill Murray a construir su artificio actoral en On the Rocks.

    El primero de ellos sería la presentación de Isla de perros (Isle of Dogs, Wes Anderson, 2018). En ella Bill Murray contó por qué no puede volver a Estocolmo. Es extraordinario como Jeff Goldblum mira incrédulo lo que está relatando el actor y la mirada, hambrienta de curiosidad, de Bob Balaban, lo refuerza. La razón principal es que estuvo conduciendo un carrito de golf bajo los efectos del alcohol por las calles de la ciudad, pero la anécdota se disipa fulminantemente al cabo de unos segundos en detrimento de su narrador. Bill Murray es capaz de generar, y más importante aún, de mantener un relato, su relato, y de esa manera, como si fuese un eco pretérito, invitar a la vida a filtrarse en On the Rocks, proponiendo cotas de verosimilitud que han podido ayudar a Félix a salir de su envite policial en la película de Coppola.

    El segundo coincidiría con la presentación de Monuments Men (The Monuments Men, George Clooney, 2014), donde el actor admitió a un periodista que hubo un cuadro que le salvó su vida. Solamente mirándole cómo describe ese lienzo (The Song of the Lurk, Jules Adolphen Breton) y lo que representó para él, casi un momento de epifanía, nos hace retornar a On the Rocks para confrontarlo con otro plano y con otra revelación.

    Creándose un rico diálogo entre lo construido y lo soñado, bajo el tamiz de la realidad, este plano del filme bien podría llegar a convertirse en un contraplano fantástico de lo que supuso la anagnórisis que contó Bill Murray en esa presentación. Félix, frente a un cuadro, revelará a su hija que ese misma pintura fue, si no la causa de su existencia al menos el primer motor de su elaboración, cuando observándola en el pretérito con la madre de Laura, decidieron hacer el amor. Son gracias a estos agujeros de gusano narrativos instalados en On the Rocks que podemos llegar a verificar que nos encontramos ante un relato clásico pero al mismo tiempo, siendo elaborado de una forma moderna por la praxis de Sofia Coppola. Si siguiésemos explorando, veríamos que esa revelación no ha sido una simple “boutade”, sino que nos conducirá a otra más explícita y es que, por encima de todo, se encuentra la puesta en escena. Después de que Félix la haya hecho confrontarse con la verdad, Laura decide posicionarse delante de su progenitor (biológico pero también narrativo) y (re)tomar la iniciativa, será la primera y única vez, pero será la que abra el camino de su independencia con respecto a su padre. Como hemos visto, desde el mismo principio del relato (las palabras del comienzo cuando no es más que una niña), además de su gramática, Laura ha ido inoculando una percepción misógina por parte de Félix y Coppola lo reforzará con una serie de planos que se van repitiendo a lo largo del metraje. Una escenificación visual de “ser llevada” que tiene que ver con cómo Laura es impulsada hasta ese momento de confrontación. Poniendo el suelo como fondo, observamos planos contrapicados en movimiento, travellings de aproximación, o mejor dicho, de seguimiento, donde en el primer caso, iremos registrando una serie de prendas y, en el segundo, seremos testigos de cómo Laura va recogiendo todo aquello que sus hijas han ido tirando a lo largo del día. En definitiva, no dejan de ser ejemplos de «seguir los pasos», de continuar con una cierta tradición, de perdurar una enseñanza, la inclinación de los planos interpela a la asunción del personaje, a una actitud cabizbaja de sumisión pero no durará mucho. El recurrente plano-contraplano será el elegido por la directora para acabar con el influjo de Félix sobre su hija. Curiosamente apunto de comenzar el discurso, el padre le dirá a Laura que se acerca una tormenta y de pronto se produce un sutil apagón justo cuando la hija va a escupirle todo lo que ha estado aguantando, no sólo durante su aventura sino quizá, durante toda su vida, desde que oyó esas palabras siendo todavía una niña.


    Félix en penumbra pudiese parecer estar guarecido de lo que le va a soltar Laura, pero como veremos, ya no tendrá escapatoria, frente a frente, de nada le servirán sus encantamientos, tiene que estar preparado para oírla.

    «Se pasa de la gracia a lo patético en un guion notable donde cada información, cada movimiento, responde a la crónica de una muerte (figurativa) anunciada, la caída de un hombre que se quiso suicidar pero que un cuadro le devolvió la esperanza».


    Con la luz, no sólo regresa el rostro de Félix también lo hace aquello que mantenía Laura oculto acerca de su padre, su opinión. El molde se deshace por completo, ya no puede haber más máscaras, uno ya no puede ver a Bill Murray y sonreír, hemos pasado de la gracia a lo patético en un guion notable donde cada información, cada movimiento, responde a la crónica de una muerte (figurativa) anunciada, la caída de un hombre que se quiso suicidar pero que un cuadro le devolvió la esperanza. Quizá en ese cuadro Félix ya no vea a una campesina oyendo el cantar de una alondra, sino el rostro de su hija recriminándolo. Si eso no es una enseñanza…


    José Amador Pérez Andújar |
    © Revista EAM / Madrid


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