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    Crítica | La nube

    Sangre, sudor y lágrimas

    Crítica ★★★★☆ de «La nube», de Just Philippot.

    Francia, 2020. Título original: «La nuée». Director: Just Philippot. Guion: Jérôme Genevray, Franck Victor. Productores: Manuel Chiche, Thierry Lounas, Olivier Père. Productoras: arte France Cinéma, Capricci Films, The Jokers Films. Fotografía: Romain Carcanade. Música: Vincent Cahay. Montaje: Pierre Deschamps. Reparto: Suliane Brahim, Nathalie Boyer, Sofian Khammes, Victor Bonnel, Raphael Romand.

    Just Philippot ha vivido el vértigo de la gran acogida de su ópera prima como director –hasta entonces había realizado algún corto y uno de los cuatro segmentos que componían la antología de terror 4 histoires fantastiques (2018)– en su paso por el Festival de Sitges de 2020, donde La nube se llevó para Francia el Premio Especial del Jurado y el de mejor actriz para Suliane Brahim. Estos reconocimientos, unidos a las buenas críticas cosechadas por la película en la Semana de la Crítica de Cannes y otras citas festivaleras, han ayudado a posicionar, sin duda alguna, a este realizador novel como una de las jóvenes voces a tener en cuenta en el futuro cine francés, y es que ha sorprendido gratamente la enorme solidez de su propuesta, un relato aparentemente sencillo, que, sin embargo, destaca por la riqueza que le confieren sus distintas capas. Desde los primeros minutos de metraje, Philippot nos presenta con una naturalidad y un costumbrismo más propios del cine documental, tanto ese ambiente agrícola en donde se va a desarrollar la historia, como a los tres personajes que van a cargar con el peso dramático de la misma. Tenemos una granja en la que la familia había depositado, tiempo atrás, sus esperanzas y sus sueños de prosperidad, haciendo de la cría de ovejas su fuente mayor de ingresos, pero que ahora se ha convertido en una carga un tanto ruinosa. Desde el instante en que el padre muere, es su viuda, Virginie (Brahim), quien tiene que batallar para sacarlo adelante, pensando, sobre todo, en el futuro de sus hijos, la adolescente Laura y el pequeño Gaston. Se nos presenta a un personaje femenino fuerte y empoderado, una madre luchadora y tenaz que, consciente de que se mueve en un entorno rural mayoritariamente dominado por hombres, se atreve a emprender un nuevo tipo de negocio con el que sanear la economía familiar, mucho más exótico que el que manejaba su marido en vida, pero al que también le está costando arrancar: el de la cría de saltamontes para uso alimentario como harina.

    A estas dificultades laborales, se une su complicada relación con la rebelde Laura que, víctima de las burlas de otros jóvenes del lugar, solo desea que su madre se desprenda de la granja para escapar lejos, y con la frágil salud de Gaston. Con esta premisa podríamos esperar el típico drama familiar con mensaje de superación personal ante los golpes de la vida, pero no son esas las aspiraciones de su director, ni mucho menos. El guion de Jérôme Genevray y Franck Victor depara algo bastante más oscuro y retorcido que haría las delicias del David Cronenberg más turbio. Hay mucho del personaje de científico encarnado por Jeff Goldblum en La mosca (1986), entregado a la causa de una ambiciosa investigación hasta límites que sobrepasan la obsesión y la locura, en esta granjera que no duda en tomar decisiones tremendas y nada ortodoxas con el fin de conseguir mejorar su (en principio) insuficiente producción de saltamontes. La accidental revelación de que estos insectos crecen y se multiplican a una velocidad pasmosa cuando prueban la sangre, es el detonante para que La nube comience a adentrarse en unos territorios de cine de terror en los que Virginie actúa como ese arquetipo del género del humano que juega a ser Dios, ese creador que pierde las riendas de una creación que, desde su concepción, está condenada a terminar pervirtiéndole, dada su condición anti natura. Sin embargo, Philippot ha sido inteligente a la hora de mostrar el paulatino descenso a los infiernos de su trágica heroína de una manera sutil y elegante, haciendo que el espectador conecte fácilmente con sus problemas cotidianos y, así, no quede dibujada como un verdadero monstruo cuando la codicia y el deseo de amasar una fortuna en poco tiempo la empujen a cometer ciertos actos realmente atroces. No siempre el fin justifica los medios y lo que esta madre es capaz de llegar a hacer para conservar la granja de su difunto esposo y brindarle una buena vida a sus hijos es espeluznante. Es mérito de una excelente Suliane Brahim que consigamos empatizar con semejante personaje, logrando un medido equilibrio entre su emocionante entrega maternal y esa vulnerabilidad propia de quien no quiere compartir sus problemas con los demás, con su cara más turbulenta y peligrosa.

    La nuée, Just Philippot.
    Una de las sensaciones del cine de género europeo de 2020 con el sello de la Semana de la Crítica de Cannes | Capricci Cine.

    «La fotografía de Romain Carcanade es decisiva para que el acabado visual de La nube sea impecable y, al igual que los efectos especiales, funciona como herramienta casi invisible en esta sensacional muestra de terror “agrícola” con mensaje ecologista que casi podría ser juzgada, también, como singular visión del tema del vampirismo, y con la que su director ha irrumpido en el panorama cinematográfico con la misma fuerza arrasadora de esa apocalíptica nube de voraces saltamontes que le da título».


    La nube funciona con gran eficacia a diferentes niveles. Los conflictos familiares son creíbles y perfectamente reconocibles, sobre todo en la parte que concierne a la relación de Virginie con su hija. En este sentido, la química entre Brahim y Nathalie Boyer, que también está fabulosa, está conseguidísima y ambas realizan unas confrontaciones plenas de fuerza dramática. Estos lazos materno filiales vez están mucho mejor desarrollados en la trama que la incipiente historia de la madre con ese vecino que, enamorado, se presta a ayudarla desinteresadamente en todo lo que necesita, algo que no resta un ápice de carga emocional. Del mismo modo, cumple con contundencia en sus pasajes más terroríficos, esos que tienen como protagonistas a los saltamontes y que pueden considerarse un ejemplo de excelentes efectos especiales perfectamente integrados en la historia para generar algunas escenas de enorme impacto, que merecen figurar entre las más icónicas que el cine fantástico ha dado en los últimos tiempos. Imágenes que, una vez más, nos retrotraen a los horrores de la Nueva Carne cronenberiana, con su perverso uso, cercano a lo morboso, de aberraciones orgánicas varias, desde aquella Samantha Eggard pariendo una monstruosa criatura en Cromosoma 3 (1979) al James Woods de Videodrome (1983), sufriendo en su cuerpo desagradables alteraciones al tiempo que se obsesiona con un enfermizo programa de televisión. Los invernaderos de la protagonista son el escenario de los momentos más perturbadores de la cinta, a veces ofreciendo la violencia fuera de campo (esos sacrificios animales), utilizando el sonido para generar más desasosiego que si fuese mostrada de forma explícita; otras dejando grababas a fuego en la retina del espectador imágenes como la de una Virginie en ropa interior entregada a alimentar con su propia sangre a los sedientos insectos. La fotografía de Romain Carcanade es decisiva para que el acabado visual de La nube sea impecable y, al igual que los efectos especiales, funciona como herramienta casi invisible en esta sensacional muestra de terror “agrícola” con mensaje ecologista que casi podría ser juzgada, también, como singular visión del tema del vampirismo, y con la que su director ha irrumpido en el panorama cinematográfico con la misma fuerza arrasadora de esa apocalíptica nube de voraces saltamontes que le da título.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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