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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Cielo de medianoche


    La estela del género

    Crítica ★☆☆☆☆ de «Cielo de medianoche», de George Clooney.

    Estados Unidos, 2020. Título original: The Midnight Sky. Director: George Clooney. Guion: Mark L. Smith (Libro: Lily Brooks-Dalton. Productora: Anonymous Content, Netflix, Syndicate Entertainment, Smoke House Pictures, Truenorth Productions. Fotografía: Martin Ruhe. Música: Alexandre Desplat. Montaje: Stephen Mirrione. Reparto: George Clooney, Felicity Jones, Kyle Chandler, David Oyelowo, Tiffany Boone, Caoilinn Springall, Demian Bichir, Lilja Nótt Þórarinsdóttir, Tia Bannon, Sophie Rundle, Ethan Peck, Tim Russ, Miriam Shor, Jill Buchanan, Kishore Bhatt, Bharat Mistri, Natasha Jenssen, Olivia Noyce, Edan Hayhurst, Atli Oskar Fjalarsson, Grant Crookes.

    El tiempo es una perspectiva solo interrumpida por la visión de la propia perspectiva. En el fondo, quien atisba algo desde la perspectiva del tiempo siempre lo hace desde el punto de vista del presente, el cual adquiere la textura y el material de un palacio mental destinado a perdurar en un instante en perpetuo cambio. Quien acceda a este texto buscando un criterio y un juicio de valor sobre Cielo de medianoche (George Clooney, 2020) lo hará desde la urgencia del presente y desde el punto de vista de alguien para quien el pasado de las imágenes —concretamente aquellas películas que establecen una filogenia remota con esta— es un mero trámite que le priva de bucear en la experiencia atencional de contemplar la película. Para la crítica, escribir sobre la última novedad de Netflix se ha convertido también en un trámite que le priva de ahondar en su engalanada experiencia analítica del presente de las imágenes. No obstante, en ambos agentes opera el mismo mecanismo de la nostalgia, erigida en una baliza que viaja del pasado hacia el presente —aquí viaja un tipo de espectador cuya memoria sensorial necesita inputs emocionales so pena de sucumbir al presente cancelado— y del presente al pasado —aquí viajan critiques que buscan intelectualizar un pasado artístico porque han cancelado el presente.

    ¿Por qué hablar de nostalgia? Para quien escribe es una forma útil de seguir huyendo de la necesidad de vertebrar un criterio o juicio de valor sobre lo que escribe. Asimismo, es inevitable realizar un nuevo —y manido, hay que admitirlo— ejercicio de conceptualización del término. Las imágenes de Cielo de medianoche, minimalista ejercicio de ciencia ficción, llevan a pensar en aquellos salvapantallas que aparecían en Windows 98 cuando el usuario se tomaba un respiro frente a la pantalla. Quienes tienen ya más años de los que les gustaría admitir recordarán uno en concreto en el que aparecía un astronauta flotando alrededor de una estación espacial renderizada en 3D y suspendida en un universo 2D. El primer comentario en YouTube del vídeo más visitado que recopila estos salvapantallas afirma: «echo de menos la sencillez y humildad de los ordenadores de entonces». En esa nostalgia tecnológica existe una visión de la interfaz corporativa como un espacio inocente, cálido y user-friendly, es decir, amigable en su armónica selección de iconos, pictogramas y representaciones visuales. La película de George Clooney siente exactamente la misma nostalgia por la sencillez y humildad de las películas de entonces —a qué “entonces” se refiere el director es algo que ni él mismo sabe definir muy bien— y busca activar una nostalgia tecnológica y genérica similar. Para conseguirlo, recurre a un balance tan inocente, aséptico y desinfectado en prístino humanismo que resulta hasta meritorio. Este balance consiste en conciliar, en primer lugar, la banda sonora de Alexandre Desplat, el único cuya labor realmente sabe mirar al pasado de forma restauradora. La ambientación sonora entronca con el espíritu de odisea humana y aventura serializada de la ciencia ficción del Hollywood de los 50 y, concretamente, con una película tan añorada inconscientemente por Clooney como Con destino a la luna (Irving Pichel, 1950). En segundo lugar, el balance meritorio emerge del guion de Mark L. Smith, cuya labor previa, desde El renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015) —una influencia reconocida por Clooney—, pasando por el remake de Martyrs (Kevin y Michael Goetz, 2015) y llegando a Overlord (Kulius Avery, 2018), atestigua la condición almibarada de película de supervivencia espacial de esta Cielo de medianoche.


    «La película de George Clooney siente exactamente la misma nostalgia por la sencillez y humildad de las películas de entonces y busca activar una nostalgia tecnológica y genérica similar. Para conseguirlo, recurre a un balance tan inocente, aséptico y desinfectado en prístino humanismo que resulta hasta meritorio».


    La crónica de un científico en los estertores de enfermedad terminal quien, desde su base en el Círculo Ártico, contacta con una nave en su regreso desde la luna K-23 tras investigar su habitabilidad y cuida de una niña varada en la base, es un ejercicio de puesta en nada. No tanto porque ese desastre que hace a la Tierra inhabitable —y que Agustine, el personaje interpretado por Clooney, intenta transmitir a la nave— nunca se llega a concretar, más bien porque el relato nunca excede sus propias coordenadas de fábula a lo Capra en un universo de un cuqui miserabilismo. La nostalgia que busca Clooney —en una retahíla de flashbacks y fractales giros de guion— activa en quien ve el filme la misma suspensión de la experiencia “espectatorial” que los antiguos salvapantallas. Como fenómeno, es particularmente interesante porque ejemplifica una de las lógicas clave de la interfaz corporativa de Netflix: el contenido es lo que suspende la atención cual salvapantallas en 4K hasta que el usuario retoma la navegación sin rumbo por la plataforma. La experiencia comunitaria del visionado se fragmenta en interacciones en otras plataformas y la experiencia identificativa —la que dicta qué empatía hay que programar para hoy— se reduce al comentario sagaz en redes; resta, por lo tanto, una estética operacional —una interfaz diseñada para consumir(te) en sus propios mecanismos— en la que la película de Clooney es una emulación de una forma de hacer cine que nadie recuerda muy bien en qué consistía.

    No se trata de performar en palabras otro ejercicio de pataleta crítica —ya saben, la valentía del activismo digital que denuncia conglomerados mediáticos— que antagonice contra Netlifx. La lógica de la plataforma estadounidense no es muy distinta de la que existe en las producciones destinadas a salas, tanto es así que la exhibición limitada en salas de la película no desentona con el tono medio de la cartelera. Si cierto cine según Netflix es un tótem algorítmico y personalizable para cada sensibilidad, cierto cine según el otro sistema actual de producción es un icono religioso al que rezar para que nada sea tan irrelevante como ya es. Lo que se busca transmitir es que Cielo de medianoche es otra oportunidad perdida para que Netflix asiente las bases de la serialización —nada que ver con panorama seriéfilo— de la producción y construya un sistema de entretenimiento que, hasta cierto punto, recupere el espíritu popular, autoconscientemente industrial y con cierta estandarización de garantías de cierto cine del Hollywood clásico de las primeras décadas del s.XX. Como apunta Doane (2002), las películas serializadas, al racionalizar el tiempo y valorar la contingencia —el uso de recursos de todo tipo—, crearon un ecosistema capaz de estructurar la experiencia fílmica de manera que no generara ansiedad o sobreabundancia y, sobre todo, conformaron un entretenimiento vernáculo cuyas fórmulas y esquemas arquetípicos daban al espectador justo lo que buscaba. En nada de eso parece interesada Netflix, quizá porque su política de contenido nunca está orientada hacia unos fines, sino simplemente hacia la acumulación de medios materiales, humanos y simbólicos que priven a otras personas de conseguir esos fines. La Torre de Babel es el modelo de Netflix. No es una torre que destaque por su diversidad representacional, riqueza temática, alcance popular y sensibilidad a diversas agendas; al contrario, es un totum revolutum de discursos en lenguajes audiovisuales tan diversos y embrionarios que al espectador solo le queda despeñarse desde lo más alto.


    «Recuperar la construcción narrativa es la gran tarea pendiente, salvo para esos pocos cineastas creadores de imágenes que pueden prescindir de ella y salir airosos, pero si los esquemas narrativos de George Clooney y Christopher Nolan caben en una servilleta de papel —y lo hacen—, el primero lo usará para secar las lágrimas y el segundo hará origamis: la conclusión es clara y cualquier comparación con Interstellar (2014), papel mojado».


    Esta pretendida falta de rumbo empresarial se traduce en producciones como Cielo de medianoche, cuyo espíritu de epopeya del individuo común hasta cierto punto busca un molde de entretenimiento popular —es conocida esa actitud moralizante y pedagógica de Clooney como buen demócrata de elitista bonhomía—, pero queda sepultado por una representación desnortada. Una muestra de una película diseñada como ejercicio de género in vitro, creada en un laboratorio de ideas en sesiones de Zoom a partir de retazos genéticos y temáticos —en el filme caben consideraciones sobre ecología, la institución familiar, la supervivencia individual en la línea del cine de J.C Chandor, etc. — cuyo resultado es una eugenesia fílmica de linaje más bien borbónico.

    ¿Cómo resumir todas estas consideraciones? Después de ver la película usted no sabrá decir al amigue que le pide su opinión si es «una película de George Clooney en Netflix» o «una película de Netflix con George Clooney». Del mismo modo que tampoco se atreverá a reivindicar el cine narrativo porque la crítica —una institución que por suerte dejó de tener influencia en su gusto individual y en el gusto general hace tiempo— le tachará de ignorante al no comprender que la imagen prima sobre el esquema narrativo. Sin embargo, son muchas las películas de ciencia ficción decididamente minimalistas y new age que consideran que el conflicto interno de sus personajes equivale al conflicto externo y para ello ponen al servicio del primero —en el mejor de los casos— los resortes narrativos del género y la puesta en escena hasta que toda imagen climática aparece difuminada, el fondo del plano desenfocado y las composiciones preciosistas están listas para ser puestas de fondo de pantalla. Recuperar la construcción narrativa es la gran tarea pendiente, salvo para esos pocos cineastas creadores de imágenes que pueden prescindir de ella y salir airosos, pero si los esquemas narrativos de George Clooney y Christopher Nolan caben en una servilleta de papel —y lo hacen—, el primero lo usará para secar las lágrimas y el segundo hará origamis: la conclusión es clara y cualquier comparación con Interstellar (2014), papel mojado.


    «Cielo de medianoche sea otra muestra de un cine que se limita a hacer una copia de la realidad del audiovisual actual en lugar de generar una interpretación personal de este».


    ¿Qué queda de George Clooney? La estela de una estrella atrapada en un tiempo que no necesita estrellas. Un intérprete que siempre buscó su hueco en el star-system —como un Cary Grant sin estrella— vaciando su rostro y adaptándolo a las exigencias de la máscara del arquetipo que le toca representar. Confinado entre personajes en películas estrelladas en muchos casos, deambula en un taumatropo eterno y circular de personajes, papeles e interpretaciones que, en el fondo, dan la impresión de ser lo mismo en una única imagen en movimiento. Probablemente él lo sepa, pues es la clase de cineasta y actor metacognitivo consciente de su presencia en la industria. Siempre funciona mucho mejor en el nivel metadeclarativo —en lo que sabe sobre su rol—, de ahí que sus mejores trabajos sean aquellos en los que se ríe de él mismo —los Coen lo intuyeron primero— o en los que deconstruye su cuerpo y rostro hasta ser ese cuerpo sin órganos listo para exhibir las dinámicas perversas del capital, el estatus, la pax americana o las fricciones de agentes socializadores. Ahí emerge su Michael Clayton en la magnífica película de Tony Gilroy donde este último vació su figura en Times Square hasta convertirla en pura interfaz que visibiliza los flujos siniestros del capital y refleja las inversiones de conspiraciones mundiales. En cuanto al nivel metaprocedimental —en lo que sabe hacer con su conocimiento— aparece un Clooney cuyo conocimiento excede a sus capacidades reales. De ahí que su Cielo de medianoche sea otra muestra de un cine que se limita a hacer una copia de la realidad del audiovisual actual en lugar de generar una interpretación personal de este. Nada bueno o malo se puede decir de este salvapantallas, seguro que usted es muy consciente de cómo distribuye su tiempo y atención cuando se queda absorto en la experiencia de contemplarlo.


    Javier Acevedo Nieto |
    © Revista EAM / Salamanca


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