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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La voz humana

    Puro teatro

    Crítica ★★★★★ de «La voz humana», de Pedro Almodóvar.

    España, 2020. Título original: The Human Voice. Dirección: Pedro Almodóvar. Guion: Pedro Almodóvar (basada en la obra de Jean Cocteau, «La voix humaine»). Producción: El Deseo D.A. (Agustín Almodóvar, Esther García). Música: Alberto Iglesias. Montaje: Teresa Moneo. Diseño de vestuario: Sonia Grande. Fotografía: José Luis Alcaine. Diseño de producción: Antxon Gómez. Reparto: Tilda Swinton. Duración: 30 minutos.

    Una mujer que habla y miente, y divaga y vuelve a mentir, en una conversación errática e inútil con un amante que ya ha decidido no volver. Un núcleo trágico palpitante detrás de una fachada confiada que se derrumba por momentos. Pedro Almodóvar ya había adaptado libremente La voz humana de Jean Cocteau en 1988 con Mujeres al borde de un ataque de nervios, pero, 32 años más tarde del estreno de esta –y 92 de la obra teatral, que no es poco–, el manchego ha retomado el material original en formato píldora: un corto que, en su concisión, se encuentra en el equinoccio perfecto entre la clarividencia psicológica de Cocteau y la apabullante desnudez de la mujer almodovariana. Esgrimamos unas pocas ideas sobre esta última.

    Es imposible no empezar observando el gran centro de posibilidades del texto y su adaptación: el trabajo con el cuerpo de la actriz principal. Un cuerpo multidimensional, físico y sonoro (la voz), que en el corto de Almodóvar es objeto de una mirada rastreadora, fascinada. Toda la cinta puede contenerse en la forma de un paseo jocoso por las diferentes escalas desde las que observar a Tilda Swinton. Los espacios estarán cargados del barroquismo visual típico del cine de Almodóvar, pero no podemos no-mirar a Swinton, siempre en el centro del cuadro. Una mirada centrípeta, que podría recordar el cuerpo escaneado de Robin Wright en The Congress: Tilda-busto, Tilda-rostro, Tilda-ojos; todo en este corto lleva su nombre, que Almodóvar captura (y perfila) con la precisión de un artesano. Sobrevolando la imagen cambiante de ella queda su voz, que nos guiará de la mano por los recovecos de un espacio fragmentado, unido por los meandros de su conversación entrecortada: el smooth talk de Godard en Al final de la escapada, retomada en forma de auténtico carrusel emocional.

    Un carrusel interpretativo, al compás de un pulso genérico que Almodóvar propone con la misma juguetonería con la que ordena el collage de letras de los títulos de crédito. En el prólogo Swinton será un ente de vibras operísticas, cuerpo aristocrático enfundado en vestidos venidos de otro mundo (o de una pasarela de Channel, da lo mismo); luego, una asesina despechada de un azul vibrante que compra un hacha y esconde sus ojos tras unas gruesas gafas de sol, muy noir; también será el rojo del melodrama, recto, intenso –y burlón– como solo un traje de dos piezas monocromas puede serlo. ¿Por qué no acabar con un epílogo energizante con textura de leopardo? La música cambia y con ella los géneros, la ropa, los decorados. Swinton es un nombre sobre el que construir una red de adjetivos que definirán –enmascararán– la identidad de esta mujer «atrevida, apasionada, sumisa, flaca, diferente...».

    The Human Voice, Pedro Almodóvar.
    La primera producción foránea de Pedro Almodóvar | #Venezia77.


    «Una obra que se encuentra en el equinoccio perfecto entre la clarividencia psicológica de Cocteau y la apabullante desnudez de la mujer almodovariana».


    Mujeres al borde de un ataque de nervios acababa con la declaración tajante de La Lupe: «Lo tuyo es puro teatro». Todo es teatro en La voz humana, literalmente, pues la acción se sitúa en un piso entre la casa de muñecas y el Dogville de Von Trier. Un gran juego de máscaras, en una puesta en escena barroca e hiperdiscursiva, como lo ha sido siempre el cine de Almodóvar. Sin embargo, en la obra de Cocteau, así como en la anterior adaptación del manchego, la verdad al otro lado de la línea telefónica permanece inaccesible: no oímos nunca al amante. Con ello, el símbolo, la emoción sublimada en cada uno de los monemas que tapizan el abarrotado mundo visual que al que sí podemos acceder (el de los vestidos, los cuadros, las cametas) devienen la materia prima con la que entender el mundo de ella. Cuando el mundo es puro teatro, y aquí tomo las palabras de Manuel Broullón*, «lo grotesco se cambia por lo sobrio, por el desgarrón trágico de lo que se sabe que no es más que una representación». Una mujer se emperifolla para quedar completamente desnuda.

    *Claves hiperdiscursivas de la adaptación de La voz humana (Cocteau, 1948) a Mujeres al borde de un ataque de nervios (Almodóvar, 1988). Cauce. Revista internacional de Filología, Comunicación y sus Didácticas. Número 33 (2010).


    Mariona Borrull Zapata |
    © Revista EAM / 77ª edición de la Mostra de Venecia



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