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    Festival Ibérico 2020 | Tercera sesión

    Tercera sesión

    Festival IBÉRICO 2020.

    Desde el principio de los tiempos el cine convive con la idea de la muerte. Los propios hermanos Lumière tenían el presentimiento de que el cine era una invención sin futuro. En los años sesenta, junto a la eclosión de las nuevas olas y el cine de la verdad el cinematógrafo comienza a experimentar una sensación de lenta agonía y letargo melancólico. Los teóricos del cine de aquellos años convergen en las religiosas palabras de Godard mostradas sobre todo en sus imprescindibles Histoire(s) du Cinéma (1988), en la que el cineasta galo condensa toda esa aura de tristeza y desesperación asumible al cine. Una manera de sentir y medir el cine que se nos escapa, dado su carácter lapidario. La pérdida progresiva de las ilusiones conlleva esa idea de que el cine ha muerto, al menos el cine como se hacía antes. Y no es una cosa de ahora, ese antes nos persigue desde tiempos remotos. El cine ha luchado contra gigantes. Uno no deja de pensar en lo que significa cine en estos momentos. En la tercera y última noche del festival la sensación de que una (larga) era llega a su fin es inevitable.

    There will be monsters, Hostile

    El horror adopta diversidad de formas. En esta sesión dos cintas de marcado corte terrorífico demuestran la brillante capacidad de integrar discursos dentro del género. El viernes, el cortometraje There will be monsters (Carlota Pereda, 2020) abría la sección oficial como muestra además de la antología extremeña de este año. La realizadora estuvo presente en el festival con el aclamado corto Cerdita (2018), ganador del Goya al mejor cortometraje de ficción en el que se abordaba el tema del bullying entre adolescentes. En esta ocasión indaga en el asunto del acoso, con el fantasma de la manada asomando en los márgenes del relato. La autora permite capturar las virtudes de la metaficción eligiendo un dispositivo móvil en formato scope muy sugerente. Engranajes dotados de dobles significados. La película contraataca frente a las actitudes abusivas, machistas, escribiendo un personaje cautivador moldeado por la riqueza del lenguaje. Una mujer que acaba por dominar la realidad y alterar las normas establecidas. La excelente puesta en escena fluye hacia esa oscuridad pesadillesca. Metáfora sangrienta del yugo heteropatriarcal, There will be monsters dibuja a una heroína que toma las riendas del relato para chupar, literalmente, la sangre de sus agresores, intercambiando los roles de poder.

    La otra propuesta de terror, Hostile (Carlos Sánchez Arévalo, 2019), enfoca el género desde una perspectiva más europea, con tintes e influencias del giallo italiano o del subgénero de ritos y sectas satánicas. Una turista asiática alquila una habitación en Barcelona a través de una app de internet. Al llegar a la casa descubrirá un lugar hostil regentado por un misterioso anfitrión. El director manifiesta la inseguridad de muchos mochileros que viajan solos fuera de sus países dándole una vuelta de tuerca al género. La protagonista adopta el ambiguo perfil de víctima y verdugo al mismo tiempo. De por medio apreciamos homenajes a Hannibal Lecter, el cine de Dario Argento, en esos primerísimos planos de los ojos de la chica, o títulos como El hombre de mimbre (Robin Hardy, 1973) y su respectivo remake Wicker Man (Neil Labute, 2006). Hostile es buen cine de horror filmado con intensidad y brío.

    Un coche cualquiera, A puerta fría, Luz verde

    Las falsas apariencias y jugar con la posición del espectador hacen de Un coche cualquiera (David P. Sañudo, 2019) un correcto ejercicio de tensión rodado íntegramente de noche. Narra el encuentro de un joven (Álvaro Cervantes) con tres macarras a la puerta de un club nocturno. La mejor arma del director es saber utilizar las manijas del crescendo, creando una especie de puzle narrativo en el que nos van dando pistas del verdadero trasfondo del filme. Subrayar la magnífica iluminación de una noche oscura, que apenas encuentra respiro en sus encuadres pero que guarda un aire medieval, de luz natural. Ambienta a finales de los noventa ahonda punzante en el tema del conflicto vasco y de la venganza.

    A puerta fría (Alex Brau, 2020) también explota el tema de la venganza. Alicia (Clara Pradas) trabaja como comercial de ollas a puerta fría. En una de sus rutinarias visitas le abre la puerta un antiguo novio (Joe Gómez). Por una parte la película pone en la palestra la difícil situación laboral de muchas personas. El estrés y el tedio se apoderan de la protagonista que se dará cuenta de las mentiras de su ex, bien situado en un lujoso piso del centro de la ciudad. La dirección proyecta una arquitectura triangular, en el que los dos sujetos tiendan a reflejarse en los electrodomésticos de la cocina. Hay un plano muy revelador en donde el pasado y el presente anudan en una sola imagen. Dos vidas encerradas en la atmosfera neutra, aséptica, de la cocina, que de un momento a otro se convertirá en un escenario hostil y embarazoso. A puerta fría deja mal cuerpo gracias a su inteligente aire de toxicidad. Una historia que bien podría encontrar parecidos con el siempre perturbador cine de Michael Haneke.

    Una mesa en donde tres importantes concejales de una ciudad cualquiera se reúnen con un joven empresario. Una cámara que no para de moverse, en continuos travellings circulares y una representación de la turbia realidad de tantas alcaldías españolas. Luz verde (Juanma Díaz Lima, 2019) lanza dardos envenenados a la corrupción bajo colores grisáceos tirando a negro que delatan la atmósfera opaca, contaminada, nada transparente de la política. A ritmos de copla y jazz suena Caminito del olvido (La Canalla), y la cinta hace un estudio insidioso de los tejemanejes de la política en una dirección similar a la de El Reino (Rodrigo Sorogoyen, 2018). Buenas interpretaciones de todo su elenco.

    Tio Tomás, a contabilidade dos días, Panteres, El cumple

    En la hermosa Tio Tomás, a contabilidade dos días (Regina Pessoa, 2019), la técnica de animación por grabado alcanza un elevado grado de poesía audiovisual. Homenaje de la directora a su tío Tomás, una persona única y sensible. Al inicio del cortometraje asistimos al primer plano de unas manos lavándose con agua y jabón. No hallaremos en todo este festival una imagen más simbólica y lirica que esta. Las manos definen por accidente la realidad de la pandemia actual. Pessoa proyecta, con ese plano de las manos inundando la pantalla, una poeticidad fílmica que se escapa y sale de los márgenes de la propia ficción. Un relato melancólico, muy bello, acerca de los recuerdos, que indaga en el laberinto de la memoria. La capacidad inmersiva del filme sucede gracias a una maravillosa banda sonora del veterano Normand Roger con predominio de los instrumentos de cuerda. El mejor manto para las imágenes en cascada. Un retrato conmovedor, sentido, dotado de la capacidad de hacer ver los sentimientos.

    Panteres (Erika Sánchez, 2020) es uno de los trabajos más laureados de esta edición. Presentado en la sección Generation del último Festival de Berlín, su directora trata el tema de la construcción de la identidad, siguiendo las pautas y estilos de la cineasta francesa Céline Sciamma. Como en sus primeras obras (Lirios de agua, Tomboy, Girlhood), Sánchez también centra su mirada en la pubertad femenina, momento de cambios tanto físicos como mentales, y epicentro en el desarrollo de la identidad. El mimo en la elección de sus dos protagonistas adolescentes, Joana (Laia Capdevilla), y Nina (Rimé Kopoború), ayuda en la inmediatez con su mundo. El imaginario de una niña está repleto de estímulos muy influenciados por estrictas reglas sociales y culturales, es valor, incluso educacional, de Panteres poner en solfa una problemática que debe de atenerse a estudios más libres y emancipadores. La cinta está rodada en formato de cuatro tercios con la intención de conseguir mayor acercamiento con las actrices.

    Y para acabar la noche, y como colofón del festival, la divertidísima El cumple (Pablo Alén, Breixo Corral, 2019), en la que somos invitados a una fiesta de cumpleaños muy especial y surrealista. Cecilia Freire y Vito Sanz encarnan a una pareja aturdida, que sin darse cuenta acabarán enfrascados en una aventura dentro de la casa de los padres anfitriones con ecos a las mejores fiestas de películas como El guateque (Blake Edwards, 1968). El humor de sus directores guarda similitudes con la nueva comedia española de Borja Cobeaga, Nacho Vigalondo o los sketches de Pantomima Full. Mientras tanto, El cumple nos propone un viaje lisérgico que seguramente haría las delicias de las mentes de cineastas de la talla de Gaspar Noé o Lars von Trier con un acidísimo sentido del humor y una puntiaguda critica a las normas y hábitos familiares.


    David Tejero Nogales |
    © Revista EAM / Badajoz






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