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    Crítica | Ayka

    El instinto y la ética

    Crítica de ★★★☆☆ «Ayka», de Sergei Dvortsevoy.

    Kazajstán-Rusia-Alemania-Polonia, 2018. Título original: Ayka / Айка. Dirección: Sergei Dvortsevoy. Guion: Sergei Dvortsevoy y Gennadi Ostrovsky. Compañías productoras: Pallas Film, Otter Films, Kinodvor. Distribuidora en España: Paco Poch Cinema. Fotografía: Jolanta Dylewska. Montaje: Sergei Dvosertvoy y Petar Markovic. Reparto: Samal Yeslyamova, Dzhipargul Abdilova, David Alaverdyan, Cholponay Borubaeva y Nurzhan Kunnazarova. Duración: 100 minutos.

    Desde Dos días y una noche (Deux jours, une nuit, Jean-Pierre y Luc Dardenne, 2014), los hermanos Dardenne otorgaron un giro inesperado a su filmografía que, entre otras cosas, tiene no poco de actualización ideológica. Como han confirmado las posteriores La chica desconocida (La fille inconnue, 2016) y El joven Ahmed (Le jeunne Ahmed, 2019), han dado de lado su determinismo de raíz marxista —problemático cuando este degeneraba en gestión demiúrgica de personajes que decidían no en nombre de sí mismos, sino de las tesis de los cineastas—, optando por el individualismo humanista. Es decir: la toma de conciencia del ser humano sobre su responsabilidad colectiva y su capacidad para originar cambios en su entorno inmediato. La segunda ficción del kazajo Sergei Dvortsevoy vuelve al cine de los «viejos» Dardenne, más próxima a Rosetta (1999) o El silencio de Lorna (Le silence de Lorna, 2008) que a sus películas recientes. Pero, como veremos, uno de los aspectos más estimulantes del filme es cómo subvierte el determinismo dardenniano a través de postulados no ya marxistas, sino próximos a un naturalismo trágico que, espiritualmente, se sitúa a medio camino de Nana (Émile Zola, 1880) y Toni (Jean Renoir, 1935).

    En las producciones previas de Dvortsevoy, la interrelación entre lo ficticio y lo documental se veía reflejada, ya entrando en el terreno de la narración, en la intersección entre el presente sociopolítico —o, mejor dicho, su eco mediático— y la experiencia íntima de los personajes. En una de las mejores escenas de la aplaudida Tulpan (2008), un niño relata, a petición de su padre, las noticias radiofónicas, que reflejan en el fondo un mundo ajeno al suyo, la estepa kazaja. Mientras el pequeño recita de memoria speeches presidenciales o estrenos teatrales, la familia realiza sus quehaceres, y la madre recuerda: «El crío necesita zapatos nuevos». En Ayka, el duro invierno moscovita se cierne sobre una emigrante procedente de Kazajistán que malvive hacinada en un minúsculo apartamento mientras busca empleo para saldar una deuda. Mientras desfila por diversos oficios —de quitanieves a encargada de la limpieza—, una cámara que orbita siempre en torno a ella nos deja vislumbrar, mediante breves irrupciones sonoras o imágenes esquinadas en el encuadre, signos del presente: comunicados televisivos acerca del temporal que sufre la ciudad o, especialmente, un curso de coaching empresarial y el rodaje de una escena de baile para un largometraje. Los códigos culturales de la realidad que habitamos aparecen, así, con una envergadura fantástica, irreal, incapaz de responder en modo alguno a las incertidumbres de quienes han sido condenados a existir en los márgenes del sistema.

    Айка, Sergei Dvortsevoy.
    Sección oficial del Festival de Cannes.


    «La ambigüedad que envuelve a esta mujer desesperada, jamás abordada por Dvortsevoy con falsa compasión burguesa, estalla en una conclusión que arroja interrogantes acerca de una de las grandes cuestiones humanas: la naturaleza de la ética y la ética de la naturaleza»


    Ayka es un trabajo articulado en torno a múltiples espacios que, en términos formales y escénicos, acaban dando su cualidad definitiva a las imágenes; lugares que emergen con su apariencia auténtica y que terminan por condicionar no solo la dirección que toma el relato, sino sus aristas políticas. Samal Yeslyamova —comprensible triunfadora en el 71.º Festival de Cannes— encarna, durante buena parte del metraje, menos a un personaje perfilado en términos psicológicos que a un cuerpo sufriente, entregada a un movimiento constante que la lleva a localizaciones siempre hostiles, amenazantes. En pocos filmes contemporáneos el dolor y la fatiga han alcanzado dimensiones sensitivas como las vistas aquí. Pasajera en tránsito perpetuo, Ayka se desplaza, una y otra vez, de la invisibilidad al desprecio, del desprecio a la invisibilidad, aunque nos impresione más la violencia que sacude al filme en su registro documental que en su faceta de «película social». El obstáculo que deja a Dvortsevoy a las puertas de la grandeza es de herencia roselliniana: como sucede en no pocas producciones enraizadas en el neorrealismo, el afán de explicitar la tesis del cineasta por vía de pasajes discursivos o de maniqueas dicotomías termina por dañar la voluntad expresiva de la obra.

    Sin embargo, Ayka sobrevive a dichos problemas gracias a su poderosa vertiente de cine liberado de innecesarias ataduras argumentales. Las escenas que tienen lugar en una clínica veterinaria, susceptibles de condensar diversas cuestiones a propósito de nuestras relaciones con los demás, resultan más elocuentes que las esquemáticas alusiones a la xenofobia o a la corrupción institucional. El plano que abre Ayka, los recién nacidos que viajan, dormitando, en un vehículo traqueteante, encuentra su correspondencia en otro al borde de lo inefable: un grupo de cachorros es amamantado por una perra herida. Cuando Ayka abandona a su hijo para buscarse la vida, ¿está tomando realmente una decisión, o es su afán ciego de supervivencia lo que la empuja a huir? Al final, ¿opta conscientemente por conservar al bebé, o acaso la rige el instinto maternal? Volviendo a las primeras líneas de este texto, los héroes y heroínas de los Dardenne tienen, en última instancia, una determinación que otorga un sentido moral(ista) al relato. Pero, ¿decide algo Ayka o es una fuerza interior la que acaba impulsando su conmovedor gesto final? La ambigüedad que envuelve a esta mujer desesperada, jamás abordada por Dvortsevoy con falsa compasión burguesa, estalla en una conclusión que arroja interrogantes acerca de una de las grandes cuestiones humanas: la naturaleza de la ética y la ética de la naturaleza | ★★★☆☆


    Ignacio Pablo Rico Guastavino |
    © Revista EAM / Madrid


    Айка, Sergei Dvortsevoy.
    Distribuida por Paco Poch Cinema y exhibida en salas y Filmin.

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