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    Crítica | 1985

    La visita del hijo pródigo

    Crítica ★★★★★ de «1985», de Yen Tan

    Estados Unidos. 2018. Título original: 1985. Director: Yen Tan. Guion: Yen Tan (Historia: Hutch, Yen Tan). Productores: Ash Christian, Hutch. Productoras: Floren Shieh Productions / MuseLessMime Productions / RainMaker Films / Cranium Entertainment. Distribuida por Wolfe Releasing [USA]. Fotografía: Hutch. Música: Curtis Heath. Montaje: Hutch, Yen Tan. Reparto: Cory Michael Smith, Virginia Madsen, Michael Chiklis, Jamie Chung, Aidan Langford, Ryan Piers Williams, Michael Darby.

    Conocemos como “salir del armario” a la acción voluntaria de alguien a hacer pública su homosexualidad. El armario, ese espacio oscuro y cerrado, funciona como metáfora de la situación asfixiante que viven muchas personas ante el temor a ser rechazadas, ya sea por la familia, el círculo de amigos o el entorno laboral, no mostrándose como son y llevando, en ocasiones, unas vidas construidas sobre la mentira, que las hacen enormemente infelices. Esta es una realidad que se continúa dando en la sociedad actual, más aún cuando el bullying parece haberse recrudecido en las escuelas, con miles de niños violentamente acosados por compañeros abusadores, por el simple hecho de ser considerados “diferentes”. Algo similar es lo que sufrió en sus carnes el protagonista de 1985 (2018), Adrian, en su niñez. No tuvo que ser fácil para un pequeño que empezaba a descubrir una identidad sexual distinta a la del resto de chicos del colegio el vivir en Fort Worth, un pequeño pueblo de Texas, y dentro del seno de una familia conservadora y estrictamente católica. Por ese motivo, no dudó ni un segundo en poner tierra de por medio cuando se le presentó la primera oportunidad, yéndose a trabajar a Nueva York, una ciudad mucho más grande y abierta de mente en la que podría ser él mismo. Una oportunidad para amar libremente, sin esconderse ni tener miedo a ser juzgado, que, por desgracia, se vería truncada a causa de la irrupción de una terrible realidad con la que nadie contaba en aquellos años: la aparición, en plena era Reagan, de una lacra como la del VIH, que comenzó a cobrarse miles de vidas, especialmente dentro del colectivo homosexual, sobre el que tuvo una fulminante incidencia de un porcentaje del 70%, algo que hizo que se aludiera a esa enfermedad, injustamente, como “la peste de los gays” enviada por una fuerza divina para castigarles, siendo especialmente significativo el caso de un galán clásico de la talla de Rock Hudson, primera personalidad famosa en ser diagnosticada de SIDA, falleciendo, precisamente, en 1985. La película es la ópera prima del realizador de origen malayo Yen Tan, que desarrolla una historia cuyo germen está en su anterior cortometraje homónimo de 2016, contando, prácticamente con el mismo equipo artístico de aquella, desde el director de fotografía Hutch a Curtis Heath poniendo la música.

    1985 comienza con el recibimiento del padre de Adrian a su hijo en el aeropuerto. El joven ha regresado a casa para celebrar el tradicional día de Acción de Gracias después de unos años fuera del nido y todo sigue siendo lo mismo de siempre. Un padre de carácter algo seco y de pocas palabras, al que le cuesta demostrar cercanía hacia sus vástagos; una madre cariñosa y atenta que funciona como lazo de unión de todos los miembros de la familia, y un hermano adolescente, Andrew, que está pasando por una mala época en la escuela, acomplejado por el acné que ha hecho mella en su rostro y atormentado por unos conflictos internos que, se intuye, repiten un patrón parecido a los vividos por el propio Adrian a su edad, por lo que está urgentemente necesitado la misma comprensión y apoyo que aquel hubiera requerido. A partir de este momento, el costumbrismo es la herramienta con la que Yen Tan retrata el opresivo universo en el que se crio el protagonista, con una familia que reza sentada a la mesa antes de cada comida; un progenitor que, siendo un buen hombre, trabajador y honesto, carece de la sensibilidad necesaria para superar el sentimiento de vergüenza para llegar a sus hijos y brindarles un mayor apoyo; esa madre que sufre en silencio y que, ante todos, pone la mejor de sus sonrisas... Y luego están los fantasmas del pasado que pululan por las calles de Fort Worth, desde el típico ex-compañero del instituto abusón arrepentido por su conducta hasta la mejor amiga y eterna enamorada de Adrian, víctima colateral de una etapa en la que el muchacho trataba de aparentar una vida que no era la suya. Este regreso a las raíces del protagonista está contado de una manera que rebosa sutileza en cada fotograma. Siendo una historia profundamente triste, ya que habla de reconciliaciones con el pasado y despedidas, el director ha sabido no cargar las tintas en lo melodramático, regalando valiosos apuntes de esperanza de un futuro mejor, en el que las personas del mismo sexo puedan amarse sin ser señaladas con el dedo, muy presentes en el personaje de Andrew, sobre quien no se deberían repetir los mismos errores que hicieron de su hermano mayor una persona tan desdichada hasta que consiguió encontrar su propia voz.

    1985, Yen Tan.
    Joya del catálogo de Filmin.


    «Una de esas pequeñas obras maestras que, de cuando en cuando, llegan sin hacer excesivo ruido desde el cine americano indie y que, sin ninguna duda, merecen mucho la pena ser descubiertas».


    Yen Tan ha optado por rodar su cinta en naturalista película Kodak y una fotografía de hermoso blanco y negro que, junto a la preciosa partitura musical de Curtis Heath, perfecta para ayudar a que las lágrimas asomen en los ojos del espectador más insensible, acentúan más el carácter melancólico de la propuesta. La última Navidad de Adrian en compañía de su familia, mientras lucha por encontrar las fuerzas para salir del armario y contar sus trágicas circunstancias, consigue tocar la fibra sensible del espectador con las mejores armas que lo puede hacer: un guion cargado de genuina emotividad y mucha, mucha verdad, y unos actores en estado de gracia. Pese a que la sorpresa llega de la mano de Cory Michael Smith, joven actor que saca adelante su primer papel protagonista, el de Adrian, con una enorme carga de humanidad, y que el aún más inexperto Aidan Langford se revela como un prodigio de sensibilidad en un personaje parco en palabras pero con un rico mundo interior, son los veteranos Michael Chiklis y Virginia Madsen quienes consiguen dar sentido al mensaje de la historia en los papeles de unos padres que se debaten entre el amor incondicional a sus hijos y aquello que la religión que profesan ciegamente y gran parte de la comunidad en la que viven, tan estrecha de mente, consideran una aberración. Todo este conflicto se desarrolla de manera tan delicada que tienen más peso los silencios y las miradas que unas palabras que, muchas veces, sobran. 1985 es mucho más que una película sobre el VIH como lo pudo ser en su momento Philadelphia (Jonathan Demme, 1993). Es un retrato social de una época concreta, la América profunda de los 80, así como un drama familiar de apariencia sencilla pero complejo en su calado emocional, que echa el resto en un tramo final absolutamente conmovedor en el que quedará para el recuerdo esa breve despedida de Adrian y su madre en el coche, con una Virginia Madsen maravillosa, poniéndonos un nudo en la garganta con su mensaje de amor incondicional de madre. Un momento que poco tiene que envidiar al ya emblemático discurso del padre de Elio en Call Me By Your Name (Luca Guadagnino, 2017) y que sitúa a la película de Yen Tan como una de esas pequeñas obras maestras que, de cuando en cuando, llegan sin hacer excesivo ruido desde el cine americano indie y que, sin ninguna duda, merecen mucho la pena ser descubiertas | ★★★★★


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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