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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica: Asako I & II

    El amor-río

    Crítica ★★★★☆ de «Asako I & II», de Ryūsuke Hamaguchi.

    Japón, 2018. Título original: 寝ても覚めても / Netemo sametemo. Dirección: Ryūsuke Hamaguchi. Guion: Ryūsuke Hamaguchi, Sachiko Tanaka. Compañías productoras: Bitters End, C&I Entertainment, Comme des Cinémas, Elephant House, Nagoya Broadcasting Network. Fotografía: Yasuyuki Sasaki. Montaje: Azusa Yamazaki. Música: Tofubeats Reparto: Masahiro Higashide, Erika Karata, Sairi Itō, Kōji Nakamoto, Kōji Seto, Misako Tanaka, Daichi Watanabe, Rio Yamashita. Duración: 119 minutos.

    «Algunos dicen que el amor es un río» (Some say love, it is a river), arranca un conocido tema de LeAnn Rimes. No acabaríamos nunca si nos dedicáramos a recopilar todas las metáforas que han poetizado esta cosa del amor, pero nos quedamos con el verso de Rimes porque es, precisamente, la última imagen que nos devuelve Asako I & II antes de sus títulos de crédito. Asako (Erika Karata) y Ryuhei (Masahiro Higashide), de frente a la cámara (recogemos la imagen sobre estas líneas), miran fijamente al río que discurre junto a su nuevo hogar en Osaka. «Está sucísimo», dice él. «Es bonito», repone ella. Hablan del paisaje, claro, pero no es difícil deducir que también hablan de su relación tras la crisis que acaban de pasar. La pareja arriba a esta idea del amor-río tras haber expuesto su largo romance a la infidelidad, el desgarro y la desconfianza. El movimiento perpetuo de su afecto barre, pero no del todo, la suciedad que ha ido acumulando en su caudal. El asunto, visto así, tiene su importancia porque contraría el concepto del amor que Hamaguchi había invocado en las imágenes de apertura. Asako y Baku (de nuevo, Masahiro Higashide) coinciden en una exposición fotográfica, suben las mismas escaleras mecánicas y, cuando están a punto de escindir sus trayectorias, el estallido de unos petardos hace que se vuelvan hacia sí y se produzca el flechazo. El amor, aquí, no es un río sino una bomba. Podríamos conjurar ahora un verso de Raffaella Carrà («explo-explota mi corazón») sobre el ralentí que Hamaguchi imprime a los respectivos planos de Asako y Baku inmediatamente posteriores al estallido de los petardos. Una suspensión del momento exacto en el que, como si formaran parte de la misma traca, explotan sus corazones.

    Asako I & II, entonces, cuenta un aprendizaje sobre el amor que pasa de observarlo en el sentimiento congelado a comprenderlo en el perpetuo discurrir del tiempo. Un aprendizaje que va de la mano de su protagonista femenina, y que se propaga en otra serie de dialécticas. El título internacional evoca la existencia de dos Asakos, y con lo que hemos expuesto uno podría entender que hablamos de la versión inicial y de la final del personaje. Si atendemos al título japonés, la cosa cambia un poco: Netemo sametemo, que viene a significar «en el sueño y en la vigilia», evoca a su vez dos realidades del amor, que se relacionan con la dualidad entre Baku y Ryuhei. El sueño el primero, la vigilia el segundo. Esto es, el amour fou lleno de arrebato y exaltación que encarna Baku frente a la dulce rutina que ofrece Ryuhei, condensación perfecta de los dos extremos del amor de los que, infaliblemente, se añora uno cuando uno se está en el opuesto. Así podemos entender mejor las concesiones a cierto surrealismo que introduce Hamaguchi, y que nos dan un enorme hallazgo visual en la escena en la que Baku reaparece para «raptar» a Asako. En una estampa de lo más prosaico, una cena entre amigos, la irrupción del sueño es capaz de silenciar y paralizar todo el discurrir real, de detener el curso del río. El murmullo de las charlas, el choque de las copas, los platos que vienen y van... De un plumazo, todo eso deja de importar —y, en consonancia con el estado mental de Asako, deja de moverse en el plano— y Asako no es capaz de hacer otra cosa que lanzarse al salto sin red. Así pues, Hamaguchi rompe de manera más notoria el naturalismo de su propuesta justo cuando esos dos niveles de realidad que evoca, sueño y vigilia, llegan a convivir en el mismo plano. La controvertida decisión de Asako, con ello, queda liberada de todo psicologismo, narrada como el puro arrebato que es. Como el corazón que (re)explota.

    ▼ 寝ても覚めても, Ryūsuke Hamaguchi.
    Disponible en el catálogo de Filmin.


    «Por mucho que la cámara se pegue a los pies, el hedor verbalizado resulta imperceptible. Extrapolando: por muy mundano que resulte todo lo representado —y qué hay más mundano que una escena que no deja de transcurrir a ras de suelo—, hay una puesta en valor permanente de esa mundanidad, que se reafirma con la idea del amor-río que Asako enuncia en su última línea de guion. ».


    La simetría que se crea con el título de Asako I & II parece perfecta. Una actriz que interpreta a un personaje que amaga con ser dos, puesta frente a un actor que interpreta a dos personajes que amagan con ser uno. Ahora bien, aunque las caracterizaciones puedan sugerir lo contrario, toda la película está consagrada a Asako. Pese a que, de entre todo el elenco, su personalidad es la que menos se manifiesta en las secuencias, es su visión la que siempre toma las imágenes. De ahí que, en ese intercambio final de pareceres sobre el río, el de Asako sea el que explique todo lo que hemos visto antes —no en vano, en el plano justo anterior que Hamaguchi dedica a las aguas del río, no hay rastro de su contaminación—. La corriente ha bajado sucia, sí, pero el tono idealizado ha filtrado esas impurezas salvo algún escape puntual —el cariz más desagradable de la infidelidad de Asako nos golpea con la crudeza repentina, e inédita, de una frase: «A los hombres no les gusta que una mujer haya tenido dentro la polla de otro»—. En una escena previa que nos cuenta la feliz domesticidad de Asako y Ryuhei, Hamaguchi inserta un plano detalle de los pies de él, que ella masajea tras haberlos descalzado. «No hagas eso, apestan», apostilla Ryuhei. La escena acaba con un primer plano de la pareja abrazada sobre el suelo, puntuado por un contraplano de su gata repantingada en el parqué. Una concesión final a lo kawaii que sella la perspectiva emocional de toda la escena: por mucho que la cámara se pegue a los pies, el hedor verbalizado resulta imperceptible. Extrapolando: por muy mundano que resulte todo lo representado —y qué hay más mundano que una escena que no deja de transcurrir a ras de suelo—, hay una puesta en valor permanente de esa mundanidad, que se reafirma con la idea del amor-río que Asako enuncia en su última línea de guion. Un ejemplo de lo bien que puede funcionar la ausencia de cinismo en una película que renuncia abiertamente a representar la cochambre, física y moral, pese a que acredite su existencia. | ★★★★☆


    Miguel Muñoz Garnica |
    © Revista EAM / Granada


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