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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El amor está en el agua

    Como una ola

    Crítica ★★★☆ de «El amor está en el agua», de Masaaki Yuasa.

    Japón, 2019. Título original: きみと、波にのれたら [Kimi to, nami ni noretara]. Dirección: Masaaki Yuasa. Guion: Reiko Yoshida. Productoras: East Japan Marketing & Communications, Fuji TV, KDDI, Lawson Entertainment, Science Saru, Shogakukan, Toho. Música: Michiru Oshima. Montaje: Kiyoshi Hirose. Producción: Eun-young Choi, Yuka Okayasu. Reparto (voces): Ryota Katayose, Rina Kawaei, Honoka Matsumoto, Kentaro Ito. Duración: 95 minutos.

    El surf como metáfora de la vida, donde hay que aprender a no perder las mejores olas que se nos presentan, fue la inspiración inicial de este proyecto de Masaaki Yuasa, una de las voces más refrescantes que nos ha dado el anime de este siglo. La enseñanza se verbaliza expresamente en la película y en su título internacional (Ride Your Wave; el original japonés significa «Contigo surfearía la[s] ola[s]»), y nos sirve como resumen de las constantes autorales de Yuasa. The Tatami Galaxy, la serie que produjo con Madhouse en 2010, es al fin y al cabo un laberinto de tiempos alternativos y mundos paralelos que nace de la incapacidad de su protagonista de surfear su ola: en lugar de aprovechar las oportunidades más inmediatas que tiene para acercarse a la chica de la que está enamorado, prefiere perderse en los infinitos repliegues del «qué hubiera pasado si...». La gracia de The Tatami Galaxy o del largometraje Night is Short, Walk on Girl —una especie de remix de los mismos personajes a partir de una situación similar de enamoramiento e indecisión por parte del protagonista— es que Yuasa está más que dispuesto a perderse con él. A la absoluta sencillez de la enseñanza vital sobre las oportunidades perdidas se llega por vías sinuosas en las que no dejan de abrirse micromundos que explorar. Pocas obras han tenido una imaginación tan desatada para reinventar el ambiente universitario o el de las salidas nocturnas como las dos citadas. Pues bien, siendo El amor está en el agua una obra que responde tanto a esta constante temática del animador como a su estilo característico —líneas muy claras, personajes de diseños espigados y angulosos, gran partido estético de los elementos acuosos e ígneos...—, pronto nos encontramos con que le falta ese dejarse perder. La metáfora del surfear la ola está, desde muy pronto, demasiado presente como elemento de guía más que como hallazgo final que no invalida todas las andanzas previas.

    Con todo, el Yuasa más interesante se deja ver en los minutos de apertura, donde presenta el escenario tan atractivo que diseña para Hinako, la joven protagonista. Una chica apasionada del surf que alquila un piso frente al mar en su ciudad natal, deseosa de retomar el contacto con las olas. Un primer travelling nos basta para contagiarnos de su euforia: el plano de Hinako asomada al balcón frente al mar, junto a su tabla y con su vestido batido por el viento, retrocede inquieto para recorrer el pasillo entre numerosas cajas de mudanza. La chica agarra la tabla y corre sonriente entre las cajas, incapaz de esperar más a lanzarse al mar. Todo, hasta el sonido de sus zancadas descalzas sobre el parqué, resulta prometedor. Pronto, la gama de azules aumenta con el azul del cielo que Hinako observa desde su bicicleta, visto en preciosos contrapicados; con el agua de los charcos que salpican los vehículos en la carretera; con el chorro de la manguera con el que un bombero la rocía por accidente. Yuasa comienza a contrarrestar esta euforia del azul con los primeros punteos de rojo fuego, adelantados por la presencia de los bomberos. Un castillo de fuegos artificiales, en principio elemento continuador de la euforia, causa sin embargo un incendio en el edificio donde vive la protagonista. Las llamas, de pronto, queman. El rojo es ahora el dominante. Hinako, última en evacuar del incendio, sube a la azotea pertrechada con su tabla para protegerse de los fuegos que siguen cayendo del cielo. Y nos encontramos con la imagen más bella de toda la película:

    きみと、波にのれたら, Masaaki Yuasa.
    Un pequeño dulce.


    «Las revelaciones de la trama oscilan entre el drama, la magia y la coincidencia increíble, sin que en ningún caso consigan hacernos olvidar que ahí dentro había otra película que nos hubiera gustado ver mucho más. Yuasa salva un poco los muebles con un tramo final donde esa dualidad entre el agua y el fuego, esta vez con elementos de fantasía añadidos a la mezcla, vuelve a dar unas cualidades plásticas muy llamativas con Hinako surfeando —literalmente, por fortuna— las mayores olas de su vida».


    Un plano que, mientras hace un largo y veloz movimiento de retroceso desde Hinako en lo alto de la azotea, cobijada por su tabla, simultanea su grito de ayuda con el estallido de un cohete, que envuelve entre un haz de rayos de luz su silueta lejana. Con este recurso ya se nos están contando dos cuestiones fundamentales: que la protagonista está expuesta a sus incertidumbres y sus flaquezas —por mucho que cuente con su gran aliada, la tabla, aquí no le sirve de nada—, y que el estallido que la circunda es, también, el del amor. En efecto, el bombero que está a punto de salvarla se había enamorado de ella al verla surfear y, a diferencia de los protagonistas de The Tatami Galaxy y Night is Short, Walk on Girl, está más que preparado para tomar su ola en ese momento. Pero aquí empieza también el principal problema de El amor está en el agua: que alcanza demasiado pronto la cresta y que se pierde demasiado poco en el rizo. La falsa salida en un espacio que pide a gritos detenimiento y apertura a los encuentros que posibilita se reconduce a un romance lineal que, de pronto, cierra todos los demás caminos narrativos. Las escenas subsiguientes de acaramelamiento de los tórtolos, además, no ayudan. Hinako, una protagonista tan prometedora, se vuelve unidimensional y su interés romántico es un tipo tan ideal que no se presta a otra cosa que a un rechazo irracional y, precisamente por ello, intenso. Para entendernos, un tipo que además de ser asquerosamente perfecto se pasa la película haciendo la shaka con las dos manos. En adelante, Yuasa confía todo a una sucesión de giros —que no (ojalá) de enredos—. Sin destripar nada, digamos que las revelaciones de la trama oscilan entre el drama, la magia y la coincidencia increíble, sin que en ningún caso consigan hacernos olvidar que ahí dentro había otra película que nos hubiera gustado ver mucho más. Yuasa salva un poco los muebles con un tramo final donde esa dualidad entre el agua y el fuego, esta vez con elementos de fantasía añadidos a la mezcla, vuelve a dar unas cualidades plásticas muy llamativas con Hinako surfeando —literalmente, por fortuna— las mayores olas de su vida. Uno acaba, en fin, valorando un anime más que decente y que no duele, pero al que le pesa inevitablemente el talento mucho mayor que Yuasa ha demostrado en otras lides. O, mejor dicho, en otras olas que sí eran las suyas | ★★★☆☆


    Miguel Muñoz Garnica |
    © Revista EAM / Madrid



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