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    Crítica | Le Mans '66

    Aventura automovilística a la antigua

    Crítica ★★★☆☆ de «Le Mans '66», dirigida por James Mangold.

    Estados Unidos y Francia, 2019. Título original: Ford v. Ferrari. Presentación: Festival de Telluride 2019. Dirección: James Mangold. Guion: Jez Butterworth, John-Henry Butterworth y Jason Keller. Productoras: Chernin Entertainment / Twentieth Century Fox. Fotografía: Phedon Papamichael. Montaje: Andrew Buckland, Michael McCusker y Dirk Westervelt. Música: Marco Beltrami y Buck Sanders. Diseño de producción: François Audouy. Dirección artística: Gustaf Aspegren, Jordan Ferrer y Matthew Gatlin. Decorados: Peter Lando. Vestuario: Daniel Orlandi. Reparto: Matt Damon, Christian Bale, Tracy Letts, Caitriona Balfe, Noah Jupe, Jon Bernthal, Josh Lucas. Duración: 152 minutos.

    Las películas muy centradas en determinados detalles técnicos corren el riesgo de aburrir al espectador no iniciado. Sus historias referidas a la construcción de ciertos productos, a la venta de tal o cual servicio o simplemente a la cotidianeidad de una profesión concreta recurren con insistencia, al menos si tienen afán de verosimilitud, al ambiente y la jerga propias de los implicados en tales procesos o trabajos. Pero resulta que, si el guion está llevado con ritmo, si los intérpretes tienen carisma y si la puesta en escena es suficientemente dinámica, da igual que no entendamos buena parte de lo que se nos narra, cuando participamos de su energía y, todo sea dicho, de la fascinación por lo desconocido. Es un efecto paradójico, que puede llevarnos a conectar en mayor medida con aquello que a priori podría desinteresarnos, porque, gracias a los anteriores componentes cinematográficos, cuando están bien llevados, nos sentimos de repente como parte de un contexto nuevo pero a la vez cercano, pues no nos movemos en el mundo de la fantasía sino precisamente de la más rigurosa y pormenorizada realidad, aunque sea la de otra gente. Esto se logra en mayor medida cuando la idiosincrasia narrativa, derivada de esas funciones específicas, se enmarca por una fórmula conocida, propia de un relato más simple o general. Y esta fórmula puede ser perfectamente la de la buddy movie, ese subgénero de película donde dos colegas deben superar los obstáculos que se les ponen por delante, conflicto que queda todavía más manifiesto cuando los dos coprotagonistas pueden identificar claramente a sus antagonistas.

    Esto es lo que sucede en Le Mans '66 (Ford v Ferrari), que nos cuenta la rivalidad entre las dos empresas del título original, tal como quedó patente en los años 60, después de que Ferrari engañara a Ford sobre la supuesta venta de la primera compañía a la segunda, maniobra prevista para encarecer su precio de venta de cara al auténtico comprador: Fiat. El engaño como es natural disgustó al entonces dueño de la empresa norteamericana, Henry Ford II, nieto de su fundador, que decidió entonces diseñar un coche de carreras que pudiera competir con Ferrari en el circuito de Le Mans. Esta es una mítica carrera de resistencia, pues se prolonga durante 24 horas ininterrumpidas por un recorrido bastante accidentado, que se remonta a los años 20 y que ha podido seguirse, con pocas excepciones, con carácter anual. Más precisamente, en la edición de 1959 el ganador fue Carroll Shelby, al mando de un Aston Martin, y el metraje arranca con un fragmento de dicha carrera, a modo de prólogo. Después sin embargo Shelby (interpretado aquí por Matt Damon) queda apartado de la competición por sus problemas de salud, y en los seis años siguientes, entre 1960 y 1965 incluidos, Ferrari encadenaría todas las victorias de Le Mans. Con estos prolegómenos nos situamos entonces en 1966, año reflejado en el título traducido, cuando en realidad esta carrera solo ocupa la segunda parte del metraje, y por ello es mucho más ajustado el título original, dando cuenta de la rivalidad indicada… aunque es cierto que el mayor antagonista de la historia no acaba siendo Enzo Ferrari o alguno de sus secuaces, sino un alto ejecutivo de la propia Ford, que trata de entorpecer los planes de Shelby, junto a su elegido conductor Ken Miles (Christian Bale), claramente el más idóneo para pilotar el nuevo modelo de Ford GT40.

    Ford v. Ferrari, James Mangold.
    Un artesano en busca del Oscar para la Twentieth Century Fox.

    «Mangold y su equipo saben narrar con oficio, pues más allá de alguna obviedad o descolocación tonal, la puesta en escena es siempre ajustada, y el montaje permite que las dos horas y media pasen volando».


    Shelby y Miles deben pues no solo trabajar duro para perfeccionar dicho modelo sino también para apartar toda tentativa de sabotaje, y en ambos sentidos el guion sigue una estructura meridiana, con contados puntos de giro correspondientes a tales obstáculos. Estos sin embargo quedan resueltos fácilmente cuando se trata de cambiar los frenos, ajustar las marchas o mejorar el motor del vehículo. Y los perjuicios ajenos se afrontan igualmente con relativa expedición gracias al desparpajo de nuestros héroes. Quizá falta un poco de tensión en este sentido, por lo previsible de tales conflictos y su solución, tensión que se consigue mejor en la propia carrera, cuando ya se han abandonado los preparativos y todo depende de las reacciones al momento. En otras palabras, el suspense no se percibe tanto en el grueso de la historia que precede a la edición de Le Mans de 1966, sino ya en esta última, un poco tarde cuando dicha historia sí pretende introducir como decíamos otros momentos conflictivos, que por tanto, a falta de una plena construcción suspensiva, se antojan algo forzados, sin lograr el efecto deseado. Es el caso por ejemplo del desconsuelo de la esposa de Miles, mientras los dos van en coche y ella conduce con temeridad: la situación puede de hecho ser complicada porque su taller ha sido embargado y Miles aún no ha comunicado a su esposa una solución, pero en las escenas previas hemos visto cómo ésta confía en aquel y no se advierte ningún elemento traumático. Por ello el drama surge en ese momento un poco fuera de lugar, sobre todo para el espectador que ya sabe que Miles sí tiene en realidad un buen proyecto entre manos.

    Este carácter algo forzado de las secuencias por así decir más sentimentales puede también ejemplificarse en otra donde Miles enseña a su hijo a imaginar el recorrido de una carretera de noche, incluyendo una banda sonora de tono asimismo delicado. Sería una escena más emotiva si tuviera algunos precedentes, por ejemplo de distanciamiento paternofilial o de un peligro inminente. Pero aquí no es el caso, aunque este ejemplo puede perdonarse en mayor medida porque en realidad la naturaleza de esta escena no se explica por lo acontecido antes en el metraje sino por lo que llegará hacia el final. Antes de comentar este último, hay que señalar en cualquier caso que Mangold y su equipo saben narrar con oficio, pues más allá de alguna obviedad o descolocación tonal, la puesta en escena es siempre ajustada, y el montaje permite que las dos horas y media pasen volando. La pericia de la edición la comprobamos sobre todo en esa carrera de Le Mans, donde también llega cierta catarsis en la relación de amistad entre Shelby y Miles, que nos hemos creído y hemos disfrutado gracias al saber hacer de dos estrellas como Damon y Bale, aunque de nuevo al libreto le falte cierta profundidad para que esa amistad alcance niveles de emoción más auténtica. Es en cambio al final cuando todo cobra un mayor sentido, simplemente con un plano que resume casi todas las virtudes de Le Mans '66 y nos hace olvidar casi todas sus carencias: el de Damon a punto de llorar en el coche hasta que lo arranca y el ruido del motor le hace cambiar de cara. Un solo plano que expone con brillante capacidad de síntesis la subordinación emocional de unos personajes cuya vida solo tiene sentido al volante | ★★★☆☆


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid


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