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    Crítica | Como nuestros padres

    En busca de modelos propios

    Crítica ✷✷✷✷ de Como nuestros padres, de Laís Bodanzky.

    Brasil, 2017. Título original: Como Nossos Pais. Dirección: Laís Bodanzky. Guión: Laís Bodanzky, Luiz Bolognesi. Productora: Gullane Filmes. Distribuidora en España: Surtsey Films. Presentación oficial: Berlinale. Montaje: Roberto Menecucci. Fotografía: Pedro J. Márquez. Diseño de producción: Rita Faustini. Reparto: Maria Ribeiro, Paulho Vilhena, Clarisse Abujamra, Felipe Rocha, Sophia Valverde, Jorge Mautner, Annalara Prates. Duración: 102 minutos.

    La conformación de nuestra identidad se encuentra ligada a las acciones que realizamos en el entramado social. La familia resulta el primer espacio de socialización, donde se establecen patrones de conducta que permanecen profundamente arraigados a lo largo de nuestra vida. Como espacio de interacción complejo y dinámico, el círculo familiar posee un gran atractivo cinematográfico; en su seno tienen lugar apasionantes dramas y conflictos de poder que se ven potenciados tanto por el componente emotivo como por la ineludible cercanía de sus miembros. La escena que da comienzo al filme nos presenta lo que, a primera vista, parece ser el típico almuerzo dominical de una familia de clase media alta de San Pablo. Pero las grietas y tensiones no tardan en aparecer y se manifiestan después de que Rosa (la protagonista, interpretada por Maria Ribeiro) es menospreciada por Clarice, su madre (Clarisse Abujamra), una mujer progresista y directa que compara la relevancia social del trabajo del esposo de Rosa –un antropólogo que se encuentra ayudando a una tribu amazónica amenazada por una empresa minera– con la poco interesante actividad de su hija, encargada de diseñar folletos de artículos de baño. Sumado a esto, esa misma tarde, Rosa se entera que su padre no es quien ella creía que era –un artista llamado Homero con quien tiene una relación muy cercana y afectuosa–, sino un hombre con el que su madre tuvo un encuentro amoroso 38 años atrás, y que actualmente ostenta el cargo de jefe de gabinete del país. Este hecho trastoca por completo la vida de Rosa, y en su interior se percibe la angustia de sentirse ajena y en inferioridad de condiciones dentro su propia familia. Con este potente detonante, la protagonista comienza a transitar un camino en el cual se replantea no sólo su rol de madre, hija y esposa, sino el sentido de su trabajo, ya que su verdadera pasión consiste en escribir obras teatrales, algo que hasta ese momento realiza al margen, como una actividad secundaria en su vida. Tras el traspapelamiento del sobre de un concurso teatral con el de una importante presentación laboral, la vida profesional de Rosa entra en crisis, haciendo evidente que su actual manera de afrontar la vida requiere de un cambio de paradigma que pondere su necesidad de expresar creativamente su visión de mundo.

    De manera inteligente, la directora brasileña Laís Bodanzky centra su atención, de forma exclusiva, en el microcosmos familiar, en un intento por evidenciar los desafíos y dificultades que Rosa debe sortear en el día a día. En esta lista podemos incluir el cuidado de sus hijas mientras su marido participa poco y nada de las tareas domésticas a la vez que su relación entra en crisis, el estrés laboral y el peso de ser el sostén económico de la familia, el descubrimiento de su padre biológico, la dependencia económica de Homero hacia ella –Rosa nunca le dice que no es su verdadero padre– y la inesperada noticia de que su madre tiene un cáncer terminal. Evitando los golpes bajos, la narración se orienta en mostrar cómo el mundo familiar de Rosa resulta ser tanto su pequeño infierno como la llave para encontrar su liberación. La agobiante situación que atraviesa esta madre, esposa e hija cargada de responsabilidades –y que refleja la cotidianeidad de muchísimas mujeres alrededor del mundo– la lleva a recorrer un camino de autodescubrimiento a través del cual buscará equilibrar lo que los demás esperan de ella –sus seres queridos y la sociedad– con su pasión por la escritura. Es en este terreno donde se encuentra el mayor acierto del filme, ligado al profundo cuestionamiento que el personaje hace de su situación como mujer y que termina tomando forma en una obra teatral que Rosa escribe, la cual dialoga con Casa de muñecas de Henrik Ibsen –texto crítico de los valores victorianos, especialmente en relación al rol social de la mujer, que causó gran revuelo durante su estreno en el siglo XIX. De esta manera, mediante un recurso intertextual muy apropiado y para nada forzado, la película logra actualizar el sentido de una obra ya clásica, a la vez que la confronta y hace entrar en diálogo con la historia que tiene lugar en pantalla, en un juego rico en interpretaciones y paralelismos. La situación de Nora (la protagonista del texto del dramaturgo noruego) se recontextualiza en el presente, tanto a través del personaje que Rosa recrea en su obra de teatro, como en la piel de la misma protagonista de la cinta, una mujer que comienza a cuestionarse su rol en la sociedad.

    «La agobiante situación que atraviesa esta madre, esposa e hija cargada de responsabilidades –y que refleja la cotidianeidad de muchísimas mujeres alrededor del mundo– la lleva a recorrer un camino de autodescubrimiento a través del cual buscará equilibrar lo que los demás esperan de ella –sus seres queridos y la sociedad– con su pasión por la escritura».


    Como nuestros padres funciona tanto como película que reivindica el feminismo sin resultar un mero panfleto, en donde se intenta mostrar cómo una mujer puede llegar a un balance entre la vida familiar y profesional –temática de gran relevancia en el presente–, así como drama íntimo, donde se exponen los conflictos de una familia en cuyo interior tienen lugar adaptaciones y cambios inesperados. La directora, que coescribió el guion junto a su esposo y habitual colaborador Luiz Bolognesi, nos entrega momentos de extrema sutileza, enfocando detalles y situaciones cotidianas que resuenan en el espectador actual, sin importar las distancias geográficas. Una escena particularmente interesante sucede después de que Rosa tenga una conversación con su amante sobre el rol de la mujer y la percepción social que da por normalizada la dependencia hacia la figura masculina de poder. La directora presenta el encuentro sexual de Rosa, primero con su amante, e inmediatamente conecta, sin que lo notemos, una escena de sexo entre la protagonista y su esposo. Seguido de esto, vemos como Rosa deja de lado la disputa personal con su madre y tiene, probablemente por primera en su vida, un diálogo de igual a igual, en el cual percibimos que no son tan distintas como parecían, lo que termina de resignificar el título de la película. El paralelismo con Nora, la protagonista de Casa de muñecas, resulta evidente. Si la primera deja todo atrás, incluyendo a su esposo y se convierte en una mujer nueva, desligada del estigma de vivir tras la sombra de otra persona y encasillada dentro de un rol que nunca eligió, en el caso de Rosa, el movimiento tiene una sutil diferencia: es cuando finalmente puede saborear la libertad de hacer lo que desea –estar con otro hombre, dedicarse a escribir–, sin temor a salirse de los esquemas sociales preestablecidos, que la protagonista puede encauzar su relación matrimonial y sentirse satisfecha con sus decisiones de vida. De esta manera, Rosa expresa en acciones y hechos concretos las ambiciones de muchas mujeres que en la actualidad quieren vivir en base a sus propios designios, antes que a roles socialmente construidos, caducados hace ya mucho tiempo. | ✷✷✷✷ |


    Hernán Touzón
    © Revista EAM / Barcelona


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