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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Hereditary

    Pecados pasados, condenas futuras

    Crítica ★★★★★ de Hereditary (Ari Aster, Estados Unidos, 2018).

    Estados Unidos. 2018. Título original: Hereditary. Director: Ari Aster. Guion: Ari Aster. Productores: Buddy Patrick, Kevin Scott Frakes, Lars Knudsen. Productoras: PalmStar Entertainment / Windy Hill Pictures. Distribuida por A24. Fotografía: Pawel Pogorzelski. Música: Colin Stetson. Montaje: Lucian Johnston, Jennifer Lame. Dirección artística: Richard T. Olson. Reparto: Toni Collette, Gabriel Byrne, Alex Wolff, Milly Shapiro, Ann Dowd.

    Las cuatro nominaciones al Óscar conseguidas por la sorprendente Déjame salir en la edición de 2018, de las cuales consiguió materializar en estatuilla la de mejor guion original, no solo supuso un gran paso adelante para un género que parecía desterrado de las categorías principales en estos premios desde que M. Night Shyamalan diese la campanada con su obra cumbre, El sexto sentido (1999), sino que también vino a confirmar el magnífico estado de salud por el que el terror está atravesando en los últimos años. Parece que la moda de las secuelas infinitas y los remakes de viejos éxitos está menguando y, obviando a James Wan y el negocio que ha construido con su The Conjuring y demás historias fantasmales, el género estaba necesitado, de manera urgente, de savia nueva. Jóvenes realizadores que aportasen ideas frescas y abriesen caminos aún no transitado, capaces de elevar el nivel creativo de un tipo de cine que, demasiado a menudo, no se toma muy en serio. Obras como It Follows (David Robert Mitchell, 2014), Babadook (Jennifer Kent, 2014) o La bruja (Robert Eggers, 2015) han contribuido a acabar, de una vez por todas, con todos esos prejuicios que hacían que el de terror fuese considerado un género menor. 2018 continúa con esta buena racha y nos ha regalado alegrías como las de Un lugar tranquilo (John Krasinski) o Ghostland (Pascal Laugier), aunque ninguna de ellas es comparable a la experiencia que supone asistir al visionado de Hereditary, la ópera prima del realizador y guionista Ari Aster. Sencillamente, esta juega en otra liga que solo contados títulos podrían ser merecedores de alcanzar. Las críticas elogiosas se han sucedido allá donde se ha proyectado y algunas voces han llegado a sentenciar sobre ella que estamos ante un título tan importante para las nuevas generaciones como en su día llegó a serlo El exorcista (William Friedklin, 1973). Semejante comparación (odiosa como pocas) puede jugar en contra de la película, ya que siempre se corre el riesgo de que las altísimas expectativas del fan del género no acaben siendo cubiertas, pero, por una vez, hay sobradas razones para ser entusiastas, ya que nos encontramos ante una obra que se sitúa a un paso de ser redonda.

    La secuencia que abre la cinta es toda una demostración del talento del debutante director para manejar la cámara de forma virtuosa. En ella vemos como la imagen se va acercando, mediante un maravilloso travelling, a una casa en miniatura que reproduce la de la familia protagonista, los Graham, hasta llegar a un dormitorio que, de pronto, pasa a ser el auténtico, donde entran en escena sus personajes. Los preparativos del funeral de la abuela, una mujer definida por su propia hija como de trato difícil y hábitos extraños, sirve para que conozcamos al resto de familiares que protagonizan la historia. Annie es una galerista un tanto inestable emocionalmente, que mantiene una conflictiva relación con su hijo mayor, Peter, mientras que la hija pequeña, la silenciosa Charlie, había estado muy unida a su abuela, siendo la que más apesadumbrada queda por su pérdida. Mediando entre madre e hijos está Steve, el marido de Anne, posiblemente la persona más equilibrada y racional de la familia y testigo impotente de cómo esta comienza a resquebrajarse desde el instante en que comienzan a manifestarse a su alrededor fenómenos sobrenaturales cada vez más violentos. Es Hereditary una de esas historias sobre las que es preferible tener la mínima información previa para así llegar lo más vírgenes posibles hasta ella. El guion del propio Aster rehuye en todo momento de lo obvio y, cuando parece que el relato va a incurrir en algún tópico del género, se las ingenia para dar alguna atrevida vuelta de tuerca que haga que el espectador nunca sepa, a ciencia cierta, hacia donde se le está dirigiendo. El horror de esta película, al igual que el de La bruja, se cuece a fuego lento. Se toma su tiempo en desentrañar los tormentos interiores de cada uno de sus personajes, provenientes de unas relaciones familiares que rozan lo enfermizo. La alargada sombra de la abuela sobrevuela cada fotograma sin necesidad de aparecer en pantalla, solo a través de las secuelas que ha dejado su pasada influencia en sus descendientes. Ari Aster hace que parezca fácil algo tan complicado como hacer que un drama familiar, de marcado carácter psicológico, vaya derivando, conforme se suceden los acontecimientos, en una pesadilla paranoica que se instala en los ambiguos terrenos demoníacos de La semilla del diablo (Roman Polanski, 1968) o aquella olvidada joya que fue La centinela (Michael Winner, 1977), con la que comparte una atmósfera malsana difícil de encontrar en el cine más mainstream.

    «Hereditary es, a pesar de las influencias de títulos clásicos que se puedan detectar durante su visionado, una obra con voz propia, que reinventa las bases del género para entregar algo diferente y absolutamente genial. Ari Aster ha logrado la hazaña de ofrecer un meticuloso estudio de personajes rotos dentro de una historia poliédrica que habla de sentimientos tan terrenales como la pérdida, la culpa o el rencor».


    Varios son los factores que hacen que esta cinta provoque auténtico miedo. Empezando por la misma historia, rica en pasajes espeluznantes –esa sesión de espiritismo en casa del enigmático personaje que encarna Ann Dowd, fascinante actriz que, tras el rostro más bondadoso, puede enmascarar a una villana como la tía Lydia de El cuento de la criada, o el intenso clímax final, que culmina con una de las imágenes más potentes del reciente cine de terror, tan arriesgada que, en manos de otro director podría haber caído en lo ridículo– sin necesidad de recurrir a la sangre o a efectismos gratuitos. Luego está el laborioso trabajo de puesta en escena. La oscura y elegante fotografía de Pawel Pogorzelski y la desasosegante música Colin Stetson son dos elementos decisivos a la hora de que Hereditary sea todo lo perturbadora que es. Y, finalmente, un trabajo actoral sin mácula, donde la gran (y nunca suficientemente reconocida) Toni Collette realiza una visceral actuación en el complejo papel de Annie, siempre bordeando la fina línea que separa la locura del dolor, en la mejor tradición de otras sufridas madres del género como la Nicole Kidman de Los otros (Alejandro Amenábar, 2001) o la Essie Davis de Babadook. A través de sus ojos, seremos testigos de esa maldición ancestral de la que parecen no poder escapar los miembros de su familia, víctimas de un pasado tenebroso que amenaza, a la vuelta de la esquina, con regresar con más fuerza que nunca y hacerles pedazos. A su lado, Gabriel Byrne y los jóvenes Alex Wolff y Milly Shapiro (poseedora de una mirada de lo más inquietante, a sus quince años) también brillan a gran altura y tienen momentos de verdadero lucimiento interpretativo. Hereditary es, a pesar de las influencias de títulos clásicos que se puedan detectar durante su visionado, una obra con voz propia, que reinventa las bases del género para acuérdate algo diferente y absolutamente genial. Ari Aster ha logrado la hazaña de ofrecer un meticuloso estudio de personajes rotos –los disecciona y observa con idéntico mimo al que Annie emplea con las figuritas que construye– dentro de una historia poliédrica que habla de sentimientos tan terrenales como la pérdida, la culpa o el rencor. Es el tipo de cine de terror que marca la diferencia, que trasciende, que remueve por dentro. Dentro de un género tan necesitado de obras maestras, la cinta que nos ocupa es lo más cercano a ellas que el cine norteamericano nos ha regalado desde la rompedora It Follows e igual que sucedió con aquella, provoca esa sensación, tras acabar sus dos horas de proyección, de haber asistido a un título que está destinado a ser recordado en el futuro. O, lo que es lo mismo, de estar ante el nacimiento de un nuevo clásico. | ★★★★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid



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