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    Crítica | Passengers

    Passengers

    Un Edén en gravedad cero

    crítica ★★ de Passengers (Morten Tyldum, EE.UU., 2016).

    En un primer vistazo, un proyecto como Passengers (2016) tendría todos los ingredientes para materializarse en lo que se podría calificar como el blockbuster perfecto. Por un lado, un generoso presupuesto de 110 millones de dólares puesto al servicio de una premisa de ciencia ficción sugestiva y con muchas posibilidades de trascendencia por encima del simple espectáculo de acción. Al mando del asunto, el realizador noruego Morten Tyldum, que, tras llamar poderosamente la atención con el thriller Headhunters (2011), había acaparado 8 nominaciones al Óscar con The Imitation Game (2014), su académico biopic sobre el matemático Alan Turing. Como principal reclamo de cara a la taquilla, tenemos a una pareja protagonista con química, formada por dos de las estrellas más codiciadas del panorama cinematográfico actual: Chris Pratt, perfecta personificación del héroe canalla y simpático en éxitos como Guardianes de la galaxia (James Gunn, 2014) o Jurassic World (Colin Trevorrow, 2015), y la chica mimada de Hollywood Jennifer Lawrence, una actriz capaz de defender con idéntico aplomo su rol de Katniss Everdeen en la saga de Los juegos del hambre o trabajos dramáticos más ambiciosos como los que le ha servido en bandeja de plata David O. Russell, su director fetiche. Con semejantes mimbres, muy mal tendrían que salir las cosas para que, de la unión de todos ellos, no emergiese un producto cuando menos atractivo, y, sin embargo, las erróneas concesiones románticas del guion de Jon Spaihts –el hombre tras los libretos de Prometheus (Ridley Scott, 2012) y Doctor Extraño (Scott Derrickson, 2016)– están muy cerca de llevar a Passengers al más completo de los desastres artísticos.

    La historia comienza de manera interesante, presentándonos a una nave espacial en misión colonizadora de un lejano planeta habitable, la Avalon, que transporta en su interior a miles de seres humanos en estado de hibernación, durante un viaje que tiene una duración prevista de 90 años. Como resultado de una avería, una de las cápsulas falla y despierta antes de tiempo a Jim Preston, uno de los pasajeros, que se enfrentará al pánico inicial a la soledad en semejantes circunstancias, sobreviviendo como un náufrago en la galaxia, rodeado de compañeros durmientes y con Arthur, un camarero robótico, como único testigo de sus días. Este primer tramo está muy bien orquestado, posibilitando el lucimiento de un Chris Pratt todo carisma, que no necesita de más acompañamiento para mantener el interés de un relato de adaptación al medio en el que el magnífico diseño de producción y unos efectos especiales notables logran hacer de la nave, más que un simple escenario de la acción, casi un protagonista más. En este sentido, no queda más remedio que rendirse ante una puesta en escena prodigiosa, que cuida hasta el más mínimo detalle de las abundantes estancias de una Avalon equipada con todo tipo de comodidades, desde restaurante mexicano a una cancha de baloncesto, pasando por salas de juegos de realidad virtual o esa barra de bar en la que Arthur –magnífico Michael Sheen, robando todas sus escenas en un rol de androide empático y ocurrente– sirve de confesor de los miedos más profundos de Preston, en una especie de reverso amable de la relación de Jack Torrance (Jack Nicholson) con el barman de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). Tal vez Tyldum se haya quedado en la superficie a la hora de reflejar en pantalla el desamparo de estar solo en medio del espacio infinito –algo en lo que sí acertó de lleno, por ejemplo, Gravity (Alfonso Cuarón, 2013)–, potenciando más la faceta de showman de Pratt que sus (aún poco explotados) registros dramáticos, pero es en esta media hora inicial donde el filme tiene mejor ritmo y alcanza sus mayores logros.

    Passengers

    «No es Passengers, en absoluto, una mala película. Tiene poderío visual y sonoro, la excelente labor de Thomas Newman en la banda sonora, y consigue entretener durante la mayor parte de su metraje, gracias al buen hacer de sus estrellas. Sin embargo, su visionado no deja de causar cierta sensación de decepción al no haberse sabido explotar el enorme potencial de una historia que habría funcionado mucho mejor con unas mayores dosis de oscuridad». 


    Desde el instante en que hace entrada en la historia el personaje de Aurora Lane (Jennifer Lawrence), esa Eva escogida por nuestro Adán particular para compartir su Edén espacial –de un modo egoísta y que se podría prestar a encendidos debates éticos y morales que, en última instancia, se quedan en agua de borrajas–, Passengers destapa sus verdaderas cartas como relato sentimental en un contexto catastrofista. Una suerte de Titanic (James Cameron, 1997) con el lema de "si tu mueres, yo muero" por bandera, que emplea más metraje del conveniente en dejarnos bien claro la bonita pareja que forman Pratt y Lawrence a través de citas amorosas que parecen más propias de la comedia romántica más convencional, encuentros sexuales (bastante lights, por aquello de no perder espectadores jóvenes en el camino) y momentos de lucimiento físico gratuitos, ya sean en la piscina como en la ducha. Pese a que la pareja de actores se complementa a la perfección –eso sí, ella ofrece una actuación más convincente que ensombrece la labor de su compañero cuando toca ponerse trágicos–, este tramo de la cinta que gira en torno a su enamoramiento y posterior descubrimiento de la terrible realidad que rodea al despertar de ella, carece de auténtica garra y llega a caer en la monotonía. Tampoco como aventura de ciencia ficción se revela Passengers demasiado acertada, ya que introduce de forma un tanto arbitraria a un tercer personaje (Laurence Fishburne, totalmente desaprovechado) que poco o nada aporta a la historia, y esa obligada peripecia de supervivencia del tramo final adolece de una preocupante falta de espectacularidad –la escena de Jennifer Lawrence luchando contra la ingravidez en el interior de la piscina podría ser considerada el plato fuerte de la función en este aspecto– y nula sensación de peligro real. No es Passengers, en absoluto, una mala película. Tiene poderío visual –más por la sofisticación de sus fascinantes ambientes futuristas que por sus secuencias de acción, en las que el director se muestra torpe e inexperto– y sonoro, con una excelente labor de Thomas Newman en la banda sonora, y consigue entretener durante la mayor parte de su metraje, gracias al buen hacer de sus estrellas. Sin embargo, su visionado no deja de causar cierta sensación de decepción al no haberse sabido (o querido) explotar el enorme potencial de una historia que habría funcionado mucho mejor con unas mayores dosis de oscuridad y mala baba. Lo que ha quedado al final es un producto de diseño tan fácil de ver como previsible y edulcorado, en las antípodas de epopeyas espaciales más trascendentales como Interstellar (Christopher Nolan, 2014). | ★★ |


    José Martín León
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Estados Unidos. 2016. Título original: Passengers. Director: Morten Tyldum. Guion: Jon Spaihts. Productores: Stephen Hamel, Michael Maher, Ori Marmur, Neal H. Moritz. Productoras: Columbia Pictures / Lstar Capital / Village Roadshow Pictures / Original Film / Company Films / Start Motion Pictures. Fotografía: Rodrigo Prieto. Música: Thomas Newman. Montaje: Maryann Brandon. Diseño de producción: Guy Hendrix Dyas. Reparto: Chris Pratt, Jennifer Lawrence, Michael Sheen, Laurence Fishburne, Andy García. PÓSTER.

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