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    Crítica | The Young Pope

    The Young Pope

    Lord Will Tear Us Apart

    crítica ★★★★★ de The Young Pope de Paolo Sorrentino.

    HBO | Estados Unidos, 2016. 1 temporada/ 10 episodios. Creador: Paolo Sorrentino. Director: Paolo Sorrentino. Guion: Umberto Contarello, Tony Grisoni, Stefano Rulli, Paolo Sorrentino. Fotografía: Luca Bigazzi. Montaje: Cristiano Travaglioli. Música: Lele Marchitelli. Reparto: Jude Law, Diane Keaton, Silvio Orlando, Scott Sheperd, Cécile De France, Javier Cámara, Ludivine Sagnier, Toni Bertorelli, James Cromwell, Andre Gregory, Sebastian Roché, Marcello Romolo, Ignazio Oliva, Vladimir Bibic, Nadie Kammalaweera, Stefano Accorsi. PÓSTER OFICIAL.

    Halle Berry or hallelujah”. En ese manifiesto poético contra la discriminación y el odio llamado Good Kid, M.A.A.D. City, Kendrick Lamar sentencia, en un solo verso de la canción Money Trees, la hipocresía conceptual presente en el comportamiento de quienes deambulan, con soberana dignidad, por la heterogénea línea que separa el hedonismo cirenaico del cristianismo dogmático “elige tu veneno y dime tu decisión”. Dos hemisferios enfrentados, el cielo y la tierra, y con un común representante estratégicamente situado: El Vaticano. Así, emergiendo de una montaña de bebés aparece, arrastrándose, la figura epifánica del nuevo obispo de Roma. Una pila de recién nacidos en un estado lamentable; ni tan siquiera parecen dotados de la plácida calma de un cuerpo exangüe, sino que se muestran con un aspecto de podredumbre abominable, al representar la corrupción de esa juventud que anuncia el título de la nueva serie de HBO, dirigida por Paolo Sorrentino: The Young Pope. Al comienzo del episodio piloto vemos a un futuro joven Papa, mucho antes de que tan siquiera llegara a plantearse su fe cristiana, apoyado en un árbol y contemplando el cuerpo desnudo de una sugerente venus que posa frente a él, símbolo de la pureza y la belleza. ¿Puede haber algo pecaminoso o imperfecto en ese cuerpo? Instantes después, el atractivo hombre en que se ha convertido, está a punto de dar el discurso más irreverente y herético de la historia del Vaticano, ya erigido en el primer Papa estadounidense, un orgullo para la nación libre que, con este título, se quita la espina que ha ido arrastrando en su pretenciosa tradición como potencia mundial. Pero este sueño, que parte con la realización del primer milagro público del obispo, más que una visión premonitoria y sediciosa de las aspiraciones de un lozano y santo individuo por cambiar la estricta ortodoxia doctrinal de la iglesia, es una revelación esperpéntica y calamitosa, una pesadilla si se prefiere, de un hombre ultra-conservador y muy consciente de su poder, por supuesto con la inteligencia y la soberbia suficiente para aprovecharse de él hasta las últimas circunstancias, denostando y pasando por encima de quien haga falta en su ambicioso empeño inquisidor.

    Sorrentino ejemplifica con Jud Law el acomplejado sistema patriarcal estadounidense, extremadamente competitivo y deseoso de imponer su superioridad en cualesquiera sean las materias, divinas — hallelujah— o terrenales —Halle Berry—. El reciente nombramiento de Jorge Mario Bergoglio, un ciudadano americano pero del hemisferio equivocado, como el Papa Francisco —encima con un nombre tan mundano y sin la ostentación que corresponde a un título de semejante alcurnia—, no hizo más que acentuar esa vergüenza y complejo que se esfumarían gracias a esta nueva y mejorada versión del obispo de Roma, ahora sí, Americano, con toda la grandeza mayestática y el orgullo de la propia palabra, mediante una imagen atlética, por supuesto, apolínea, sin duda y arrogante, como corresponde ya no a un portavoz de la divina palabra, sino a una personificación del mismísimo Dios en la Tierra. Lenny Belardo es coronado, pasando a los anales de la historia de manera inmediata, con el nombre de Pio XIII, tomando el testigo de una larga tradición de herencia romana, que adoptó dicho nombre de significado dadivoso, por tratarse de una de las virtudes humanas más nobles en el cumplimiento de los deberes religiosos. Y atención al sustantivo empleado: deberes, porque describe perfectamente lo que la fe significa para este Papa que será recordado, quizá no por ser el más joven pero, sin duda, sí por ser el más apuesto. El realizador presume de preciosismo en la composición de una fotografía que utiliza con astucia multitud de planos abigarrados para crear agrupaciones corales protocolarias, de carácter religioso, que constituyen el séquito de un Sumo Pontífice que bien parece una auténtica Rock Star. Al mismo tiempo, mientras contemplamos absortos la gracia con la que ha sido dotado el nuevo pontífice, el director acierta a ironizar sobre esa belleza farisaica y la opulencia dogmática, con satíricas reacciones caricaturescas y diálogos inverosímiles. Todo ello, respetando siempre las más altas consideraciones de forma y contenido gracias a un entorno de extrema delicadeza y sublimación como es la Basílica de San Pedro, cuna y lecho mortuorio de Miguel Ángel, quien pereció tratando de cumplir con las exigencias artísticas que proseguirían Bernini, Antonio Canova y Giuseppe Cesari entre otros, y que ahora podemos admirar en todo su esplendor. Mausoleo de algunas de las mayores obras de arte jamás realizadas, El Vaticano, exquisita pieza arquitectónica y galería histórico-renacentista, más que de la iglesia debería ser patrimonio de la humanidad, y ahí precisamente nos lleva la narración en secuencias puntuales en las que se hace alusión a la excesiva herencia patrimonial de un organismo cuyo principio fundamental es la austeridad.

    The Young Pope

    «Sorrentino acierta a ironizar sobre esa belleza farisaica y la opulencia dogmática, con satíricas reacciones caricaturescas y diálogos inverosímiles. Todo ello, respetando siempre las más altas consideraciones de forma y contenido gracias a un entorno de extrema delicadeza y sublimación como es la Basílica de San Pedro, cuna y lecho mortuorio de Miguel Ángel, quien pereció tratando de cumplir con las exigencias artísticas que proseguirían Bernini, Antonio Canova y Giuseppe Cesari entre otros, y que ahora podemos admirar en todo su esplendor».


    “Yo no creo en Dios”, revela extraoficialmente Lenny al horrorizado párroco confesor, que se queda lívido mientras el bromista admite su burla y, al mismo tiempo, exige a su ayudante que declare frente a él los secretos ocultos de su séquito, obtenidos de forma sacra en las confesiones, rompiendo así con lo único sagrado de su vida: el sigilo sacramental. Así comienza un reñido enfrentamiento de pasiones, mentiras, pecados y milagros entre el sector conservador, comandado por el propio Papa, y el liberal, dirigido por el cardenal Voiello, en un periodo de máxima expectación e incertidumbre a consecuencia del retraso en la primera aparición pública de Pio XIII y su correspondiente homilía. Un discurso que se hará esperar, mientras el protagonista deja clara su superioridad jerárquica universal, hasta el final del segundo capítulo cuando, cumpliendo con sus deseos de hacer una aparición misteriosa y hermética, una figura celestial recortada en la sombra se presenta ante una enfervorecida multitud, con arrogancia, con aplomo, con serenidad y a contraluz, para pronunciar un discurso más apocalíptico que conciliador, lleno de miedo y coacción, que se verá interrumpido por la premonitoria tormenta y un “mic drop” al más puro estilo Obama, con el que el indignado “artista de la fe” se proclamaba estrella indiscutible del circuito mediático ecuménico: “No me merecéis”. Frase con la que daba por completado su proceso de personificación en el todopoderoso. De tal impacto fue la escena, que por un instante pensamos que el padre Gutiérrez, que se acercaba raudo a recoger la carpeta y el micrófono dejados por el actor, iba a gritar a la multitud: “¡El Papa Pio XIII, señoras y señores!”. Tras esa aterradora diatriba, Lenny acepta su condición de estrella, a la que ya venía haciéndose referencia textual en el guion, con la comparación del Santo Padre y artistas del anonimato como Daft Punk, Banksy o J.D. Salinger. Además se sitúa al nivel de influencia de los grandes artistas controvertidos posmodernos, con ademanes de vanidad e insolencia más propios de Yeezus (Kanye West) que de Jesús —La prohibición de sacar fotos, su descaro al fumar donde le plazca y su misticismo hermético nos hizo recordar algunos de los versos más cínicos del cantante: —So never fuck nobody without telling me—. Todo ídolo de masas que se precie ha de estar precedido por su leyenda, la cual se forjará al abrigo de un devoto club de fans, representado en Esther, una mujer dedicada en cuerpo y alma a la oración, fiel seguidora de los preceptos de la fe cristiana y, a su vez, muy vulnerable a las habladurías contradictorias de los líderes eclesiásticos, quienes la manipularán y la llevarán a traicionar esos principios por los que se ha sacrificado toda su vida. Además tampoco podría faltar su portavoz: la hermana Mary. Una espléndida Diane Keaton que da vida a la persona de confianza de su representado, y que asumirá de inmediato un papel primordial en los asuntos de importancia, relegando a Voiello a un segundo plano con el que el cardenal no parece estar muy conforme.

    The Young Pope

    «La homosexualidad es uno de los temas principales: el gran mal endémico del catolicismo romano apostólico, hasta tal punto que llega a ser comparada con la pederastia y los abusos a menores».


    El tercer capítulo supondrá la culminación de ese periodo de transformación del mortal al dios, de lo ignorado a lo misterioso. Algo que se hará evidente gracias a la aparición, por primera vez, de una magistral cabecera en la que se aprecia a Jude Law andando con bizarría, testimoniando su imponente garbo a lo largo de una galería de arte junto a una estrella fugaz, que le representa a él mismo destrozando los míticos pasajes histórico-religiosos que encuentra a su paso [1], hasta que esa estrella llega a una escultura de Juan Pablo II y la derriba sin compasión. De nuevo una metáfora del propósito de Belardo durante toda la serie: derribar todos los avances en materia de libertades, crear un proceso catabólico que devuelva a la iglesia a sus orígenes de austeridad y mano dura, condenando aquellos pecados que habían sido pasados por alto en los últimos años. La homosexualidad es uno de los temas principales: el gran mal endémico del catolicismo romano apostólico, hasta tal punto que llega a ser comparada con la pederastia y los abusos a menores. El radicalismo inmanente hará perder al protagonista poco a poco la mayoría de sus apoyos y tendrá que enfrentarse en solitario a un complot contra su esbelta figura papal. Además, este capítulo servirá de punto de inflexión en ese ascenso meteórico del antihéroe quien, desde ese momento, no hallará más que detractores a su causa y enemigos cada vez más peligrosos. Puede que por ello comience a dar síntomas de cierta debilidad terrenal, que nos llevará hasta una de las imágenes más reveladoras del metraje: su desmayo en brazos de Esther, justo cuando ésta le confesaba su amor incondicional. La imagen es sin duda una evocación de La Pietà de Miguel Ángel —ver fotografía—; referencia que no quedará en la simple anécdota visual, sino que desde entonces, se establecerán dos roles muy bien definidos en esos dos personajes: Esther representará a La Virgen, mediante su beldad, su esterilidad y su imposibilidad de quedarse embarazada; y Lenny ocupará, obviamente, la posición de Jesús, en su condición de niño abandonado y vehículo transmisor del Espíritu Santo capaz de obrar el milagro de la concepción.

    The young pope
    La pietá de un joven Papa.

    «Sorrentino desenmascara con mayor convicción y arrogancia la vanagloria que encarna Law una vez llegados al ecuador de la serie; Belardo no negocia, es irreductible y no se dejará conmover en su proceso integrador de la reforma radical, para el que exige obediencia y sumisión absoluta».


    Y cuanto mayor es la separación entre el Vicario de Cristo y el resto de eminencias del Vaticano, más unidos parecen ambos bandos: conservadores y liberales, en su lucha contra la revolución a la que están asistiendo. Aunados por una buena causa, siendo ésta, evitar el derrumbe absoluto de la iglesia y la pérdida total de credibilidad —versión oficial— o, tener que renunciar a los lujos y las comodidades a las que se han acostumbrado —versión moral inconfesable—. “—Te elegimos porque, cuando eras cardenal, hacías de nexo moderado entre conservadores y liberales, ¿Por qué te niegas a seguir comportándote como tal? —Yo ya no soy cardenal, ahora soy Papa, y mi misión no es conciliar a dos bandos, sino liderar a uno sólo.” Y pese a que esta postura parece un claro atentado a la armonía eclesiástica, es evidente que Pio es el único que se presenta incorruptible a los pecados terrenales, ya sean éstos lucrativos, o carnales. Un sinfín de provocativas mujeres desfilará ante el gentil hombre —que no gentilhombre—, tratando de penetrar sin éxito en su impermeable fachada contra la lujuria, mientras que el resto de sus colegas no muestran una fuerza de voluntad tan íntegra. Mujeres como la representante de la minoritaria población católica groenlandesa, buscarán someter a su santidad a evidentes e ineludibles encantos, ora con exuberantes apariciones oníricas, ora con elocuentes intervenciones tangibles, pero siempre con los mismos resultados: una respuesta hermética cargada de dobles intenciones y reproches de un mordaz cinismo “los católicos en Groenlandia son como los nativos en América; llegaron primero, pero fueron condenados a las reservas.” Pero al altísimo parece no importarle que se le mire con más deseo que devoción, lo importante para él es convertirse en una leyenda de lo místico y lo hermético, lo impenetrable, y así se lo hace saber a su séquito en el primer discurso oficial ante las eminencias, una escena majestuosa en la que entra, en un áureo trono a hombros de su cortejo, en la imperial Capilla Sixtina; secuencia mancillada, eso sí, por la irónica lente del director, que mostrará un proceso de preparación del Obispo lleno de presunción, altanería y música ultrajante —Sexy and I Know It— para, a continuación, volver a mostrar la cara más hierática del personaje: “No existe nada sin la obediencia incondicional a mi persona, nada excepto el Infierno”. Sorrentino desenmascara con mayor convicción y arrogancia la vanagloria que encarna Law una vez llegados al ecuador de la serie; Belardo no negocia, es irreductible y no se dejará conmover en su proceso integrador de la reforma radical, para el que exige obediencia y sumisión absoluta. Ni tan siquiera aquellos a los que considera dignos de su confianza, y que son capaces de sacar a relucir, en fugaces momentos de vulnerabilidad, su lado más humano —Gutiérrez, Cardenal Dussolier, hermana Mary—, estarán a salvo de claudicar ante el santo padre y de ser objeto de su primitivismo doctrinal.

    The Young Pope

    «Sorrentino ofrece un desenlace cargado de coacciones, traiciones y mensajes irrechazables envueltos en convincentes comitivas de prelados, sin miedo a allanar casas ajenas, con el propósito de amenazar a un indefenso pastor clarividente, congregaciones internas de eclesiásticos que se confabulan para arremeter contra su superior, o animales salvajes violentamente ejecutados en los jardines de palacio, sirviendo de guiño macabro a aquella famosa cabeza de caballo que se convirtió en uno de los emblemas del cine mafioso».


    Ni que decir tiene que, si sus “amigos” son tratados con semejante frialdad, aquellos que se enfrenten a él de forma directa sufrirán toda la cólera inquisitiva concentrada en una imperturbable mirada cerúlea, que sólo veremos nublarse de incertidumbre a consecuencia de las constantes visiones retrospectivas de sus padres, quienes le abandonaron de niño y le ocasionaron un recuerdo traumático que ha sido incapaz de borrar, ni con el tiempo ni con el éxito. Una evocación del pasado que le perseguirá incansable hasta el punto de la obsesión, pero que no le impedirá levantarse bizarro y con una convicción implacable contra aquellos que osen desafiarlo. El primer ministro italiano sufrirá la fuerza de su retórica cuando, envalentonado por el pésimo estado de popularidad del que goza la iglesia, se atreve a denostar a Pio XIII, pagándole con su misma moneda: la insolencia y el engreimiento, sin temor a las posibles represalias de una diócesis en decadencia. “Yo fui electo por un 41% de la población, hecho probado y tangible. Tú, por el contrario, fuiste seleccionado por Cristo, cuya existencia depende de la fe individual de cada uno. Así que, ese contundente 41% de los italianos me garantiza la posibilidad de no tener que ceder ante las disparatadas exigencias de organismos místicos”. Acometida de la que el protagonista saldrá ileso con uno de los monólogos más espléndidos de todo el guion, y que pondrá contra las cuerdas a un político a quien no le quedará otra salida que la conciliación con los valores de la moral cristiana: Así, haciendo uso de una calma sepulcral, comienza su defensa exponiendo al ministro su capacidad de probar la existencia de Dios —encarnado en él mismo—, explicando la sencilla manera con la que podría aniquilar —sí, aniquilar— a ese 41% correspondiente a sus votantes si no aprueba sus demandas. Un discurso metafórico de clara alusión inquisitorial, que culminará en una sentencia apodíctica con tan solo dos palabras: Non expedit. El creador del cielo y la tierra se materializa con mayor contundencia de la que pueda tener cualquier cifra o porcentaje. El hermetismo instaurado es una de las armas políticas más poderosas que han existido, y con un razonamiento casi milagroso logramos tomar consciencia de esa omnipotencia.

    Empero, el mayor de sus enemigos acecha escondido en las sombras de su propia casa. El Vaticano aparece como un lugar lleno de hostilidades y secretos que, poco a poco, va desmoronándose sobre una base de incertidumbre creada por un hombre irreductible. Con una irónica alegoría que equipara los dos sindicatos más importantes de Italia: la Iglesia y la Mafia, Sorrentino ofrece un desenlace cargado de coacciones, traiciones y mensajes irrechazables envueltos en convincentes comitivas de prelados, sin miedo a allanar casas ajenas, con el propósito de amenazar a un indefenso pastor clarividente, congregaciones internas de eclesiásticos que se confabulan para arremeter contra su superior, o animales salvajes violentamente ejecutados en los jardines de palacio, sirviendo de guiño macabro a aquella famosa cabeza de caballo que se convirtió —El Padrino (The Godfather, 1972)— en uno de los emblemas del cine mafioso. Al final, todo se reduce a vivir sobre tus principios o a morir por ellos, y parece que sólo una persona es capaz de mantenerse fiel a los preceptos de la fe, precisamente el único hombre capaz de reconocer abiertamente su escepticismo, pues el resto de santos varones, o se ahogarán en la propia sangre de cristo, o cederán al pecado haciendo válidos los versos —una vez más la importancia de la música— de Frank Ocean: “If it brings me to my knees, it's a bad religión (Si me obliga a arrodillarme, es una mala religión)”. | ★★★★★ |


    Alberto Sáez Villarino
    © Revista EAM / Dublín


    [1] La importancia artística de la serie es fundamental, a lo largo de los 10 episodios no dejarán de aparecer en pantalla obras clave de la historia del arte, de artistas internacionales —Caravaggio, Miguel Ángerl, José de Ribera…—. Ante la imposibilidad de nombrar todas y cada una de las piezas, hemos decidido hacer un repaso por la galería artística situada a modo de títulos de crédito.
    Listado secuencial de obras que aparecen en la cabecera de The Young Pope (de izqda a dcha):
    1. Adoración de los pastores. Gerrit van Honthorst. Representa la juventud, la promesa de salvación de la fe cristiana.
    2. Entrega de las llaves a San Pedro. Perugino. Capilla Sixtina: El grupo principal, muestra a Cristo entregando las llaves de oro y plata a un arrodillado San Pedro, rodeados de los otros apóstoles. Representa el cambio, la llegada de un nuevo orden. La presencia de Judas indica la traición a la que estará expuesto el personaje de Law.
    3. Conversión de San Pablo. Caravaggio. Capilla Cerasi de la Iglesia de Santa Maria del Popolo. Roma. El pintor italiano vulgarizó el milagro de Saulo y lo convirtió en un hecho místico y tenebroso. En la ficción de HBO representa la transformación de Lenny en Pio XIII.
    4. Detalle de un icono ortodoxo que representa el Concilio de Nicea. Monasterio Mégalo Metéoron. Grecia. La imagen de Arriano postrado a los pies del emperador Constantino I, representa la manera en la que Pio XIII obliga a sus cardenales a besarle los pies y a postrarse ante su superioridad absoluta.
    5. Pedro el ermitaño predicando en la primera Cruzada. Francesco Hayez. Biblioteca Nacional de París. Ejemplifica la lucha del Pontífice contra el intento de mancillar la Tierra Santa o, lo que es lo mismo, su reforma conservadora contra los pecados humanos.
    6. La estigmatización de San Francisco. Tabla de Gentile da Fabriano. Fondazione Magnani Rocca. Parma. Evoca el sufrimiento del protagonista por las heridas que nunca cicatrizan (estigmas) del pasado: el abandono de sus padres.
    7. Santo Tomás de Villanueva dando limosna. Mateo Cerezo. Museo Louvre. París. Representa el carácter dadivoso del Obispo con aquellos que, eso sí, obedecen sus mandatos y asumen una vida penitente. El hecho de que esté pintado por un artista español nos indica que podría hacer referencia a la historia del padre Gutiérrez.
    8. Miguel Ángel muestra al papa Pablo IV el modelo de la basílica de San Pedro. Domenico Cresti o Crespi, llamado el Passignano. Casa Buonarroti. Firenze. Importancia del arte para Pio XIII. El mejor artista del renacimiento fue, además, un peón a las órdenes de la exigente Iglesia.
    9. La matanza de San Bartolomé. François Dubois. Museo Cantonal de Bellas Artes. Lausana. Ofrece una visión vehemente y premonitoria de las relaciones entre el Vaticano y el protestantismo.






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