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    Crítica | Neruda

    Neruda

    Otra vez, los versos más tristes

    crítica ★★★★ de Neruda (Pablo Larraín, Chile, 2016).

    «Los cuatro grandes poetas de Chile
    son tres
    Alonso de Ercilla y Rubén Darío».

    El inigualable Nicanor Parra resumió en este “artefacto” de tres versos toda la controversia respecto a la literatura chilena y la zanjó con un duro golpe de cinismo. El sarcasmo al usar a Ercilla y Darío —español y nicaragüense respectivamente— como máximos exponentes poéticos de Chile, viene de la importancia que las obras de estos dos hombres ejercieron en su pueblo y, además, de la ridícula disputa originada al intentar crear un listado de cuatro nombres cuando son cinco los grandes poetas que han nacido en Chile: Mistral, Huidobro, Pablo de Rokha, Parra y Neruda. Obviamente todo dependía de lo conservador que fuera el clasificador a la hora de dejar fuera a uno u otro. Lo único claro es que Neruda, y puede que Mistral, fueran los dos únicos nombres que se mantuvieran constantes en todas las versiones. Neruda es irrefutable, ya lo dijo, una vez más, su “frenemy” Nicanor en su discurso de bienvenida a la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile: «Hay dos maneras de refutar a Neruda: una es no leyéndolo, la otra es leyéndolo de mala fe. Yo he practicado ambas, pero ninguna me dio resultado». Pablo Larraín, como Parra, puede que incluso más que él, conforma un narrador poco fiable, inexorablemente condicionado, en tanto que su discurso depende por completo de otras voces subjetivas debido a que nunca coincidieron en el mismo tiempo y, por lo tanto, el director es incapaz de tener una opinión propia de primera mano. En la complejidad de su discurso, el realizador no busca analizar la obra del poeta. Neruda se erige como un relato fragmentado e inconcluso de la asombrosa vida de un hombre luchador e idealista bajo el estigma del comunismo.

    La película presenta las acciones desencadenantes de que, unos años más tarde, el poeta entablara amistad con Mario, el cartero —El cartero y Pablo Neruda (Il postino, 1994)—. Su gran lucha política como ciudadano chileno culminó meritoriamente en su elección como senador de la república, aunque la flaca recompensa a sus marcadas convicciones llegaría al verse obligado al exilio por las férreas desavenencias con el presidente González Videla, unas rencillas que llegaron a su punto álgido de tensión y elocuencia con la composición y lectura pública de una de sus grandes obras: su particular “Yo acuso”, tras la instauración de la ley maldita. Inspirado por la icónica carta abierta homónima de Émile Zola, dejó contra las cuerdas a un Videla, por entonces presidente de Chile, que no pudo soportar las insinuaciones de nazismo y quien, incapaz de defenderse con la oratoria de una de las grandes plumas por excelencia del siglo XX, puso poco menos que precio a su cabeza. Larraín recrea a un Neruda cansado y aburguesado; cansado por la extenuación intelectual que suponía, tras toda una vida componiendo y luchando por sus dos pasiones: el amor y la libertad, tener que repetir continuamente, y durante 20 años, alguno de sus 20 poemas de amor —en concreto, el número 20—; aburguesado por inercia reconfortante, una situación que le llevó a despertar ciertas hostilidades en miembros de su partido que no veían con buenos ojos su acomodada postura y los lujos de los que gustaba rodearse.

    Neruda

    «Larraín compone un fabuloso trabajo con un estilo filme noir romántico en el que relata el juego del gato y el ratón que mantuvieron Pablo Neruda y un detective privado contratado para darle caza. Para ello, el director se aprovecha de una estudiada fotografía que sabe sacar muy buen partido de la luz natural, y de un montaje engañoso que, mediante un narrador protagonista, obstinado por naturaleza y poético por paralelismo, jugará a despistarnos por medio de todo tipo de elementos contradictorios y anacrónicos».


    Neruda, como acercamiento biográfico al genio, Pablo Neruda, resulta un trabajo de soberbia visceralidad y con un guion atrevido y lleno de recursos estilísticos, como elipsis —evidentes y ocultas—, metáforas —visuales y narradas—, o cambios repentinos de ritmo o escenario. El dramaturgo chileno Guillermo Calderón desarticula el sombrío entramado noir creado en un comienzo para, poco a poco, ir añadiendo diferentes niveles de intensidad genérica; entre los que destaca un gusto innegable por el surrealismo buñueliano y por la inestabilidad contextual y empática de los escenarios y los personajes de Dostoievski. En este punto, la película ya se habrá convertido en una persecución, ideológica y física, por parte de un ficticio inspector de policía, magnífico Gael García Bernal, que encarna al personaje más enteramente nerudiano del filme. Una figura sobre la que, paradójicamente —al menos, hasta que lleguemos a la exégesis final—, recae todo el peso narrativo, haciendo de su evolución y de su desarrollo un todo argumental que repercutirá en la complejidad de los elementos del metraje, desde los decorados, hasta los propios personajes, donde el propio Neruda verá su empatía para con el espectador fluctuar a uno y otro lado de la balanza de la condescendencia. La imagen que tenemos del rey del amor, romántico por naturaleza, se desvanece con la fuerza de unas palabras que hieren como no podría hacerlo ningún arma, palabras que sólo un poeta podría pronunciar, palabras que destrozan a quien más quieres. Vemos al Neruda enamorado, que sueña con escapar a caballo —fantasía presagiosa de su futuro— con su mujer mientras le promete amor eterno, y también vemos al Neruda vicioso y perverso. Ya lo dijo Pessoa: «El poeta es un fingidor», pues finge que su amor será eterno y luego lo vende en prostíbulos y burdeles, incapaz de hacer el amor a su propia esposa. Larraín compone un fabuloso trabajo con ese fantástico estilo filme noir romántico que comentábamos, en el que relata el juego del gato y el ratón que tuvieron Pablo Neruda y un detective privado contratado para darle caza. Para ello, el director se aprovecha de una estudiada fotografía que sabe sacar muy buen partido de la luz natural, y de un montaje engañoso que, mediante un narrador protagonista, obstinado por naturaleza y poético por paralelismo, jugará a despistarnos por medio de todo tipo de elementos contradictorios y anacrónicos, excesos descriptivos y cambios repentinos de escenario. El artista es acertadamente humanizado en este maravilloso biopic de uno de los capítulos más apasionantes en la vida de un hombre asombroso.


    Alberto Sáez Villarino
    © Revista EAM / 69º Festival de Cannes


    Versión extendida del texto publicado el sábado 14 de mayo durante el Festival de Cannes.

    Ficha técnica
    Chile, 2016. Título original: Neruda. Director: Pablo Larraín. Guion: Guillermo Calderón. Fotografía: Sergio Armstrong. Duración: 107 minutos. Productora: Coproducción Chile-Francia-España-Argentina; AZ Films / Fabula / Funny Balloons / Participant Media / Setembro Cine / TELEFE. Montaje: Hervé Schneid. Diseño de producción: Estefanía Larraín. Intérpretes: Luis Gnecco, Gael García Bernal, Mercedes Morán, Alfredo Castro, Pablo Derqui, Marcelo Alonso, Alejandro Goic, Antonia Zegers, Jaime Vadell, Diego Muñoz, Francisco Reyes, Michael Silva, Víctor Montero. Presentación oficial: Festival de Cannes 2016. PÓSTER OFICIAL de NERUDA.


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