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    Cine Alemán Siglo XXI

    Festival de San Sebastián 2016 | Día 8. Críticas: Rage, The Odyssey, El ornitólogo & Our Love Story

    Ewan McGregor

    La pasión y la evasión

    Crónica de la octava jornada de la 64ª edición del Festival de San Sebastián.

    Llega el final del 64 Festival Internacional de Cine de San Sebastián con este octavo día, las últimas críticas de la cobertura de este año y esa sempiterna constatación que perdura aún de sentir con fuerza la pasión del cine cada mañana al tiempo que uno susurra para sí mismo con temor: “¡por favor, que la siguiente película sea buena!” Desde El antepenúltimo mohicano hemos vivido con intensidad el Festival y hemos intentado transmitiros no solo las opiniones sobre las diferentes obras presentadas, sino también ese día a día en esta locura cinéfila, que compartáis con nosotros los momentos buenos y los que no lo han sido tanto, nuestra humilde manera de que os hayáis sentido en el corazón del Festival sin tener que haberos alejado del salón de vuestras casas. En nuestro seno también ha habido disensiones e intercambio de opiniones diferentes, no somos todos los mohicanos iguales ni EAM es un ente único y sin personalidad. ¿Cine nuevo o refrito insustancial? ¿Una apuesta valiente o un valiente ladrillazo? ¿Se están explorando diferentes formas de contar o se están estancando nuestros creadores? Tampoco es importante dar con la respuesta correcta: lo emocionante es enfrentar las distintas ideas. Una buena parte del equipo mohicano ha estado aquí para que quien nos haya leído se uniera, si ese hubiera sido su deseo, a discutir acerca de estas cuestiones que no van a salvar el mundo, claro está, pero sí que pueden ayudar a hacerlo un lugar más grato donde vivir. Este sábado, como colofón, veremos en grupo unido e indivisible, esta vez sí, La evasión (Le trou), la obra maestra que el director francés Jacques Becker realizara en el año 1960. Es esta la forma que hemos elegido de rendir un modesto homenaje al protagonista de la retrospectiva clásica de este año del Festival. Volveremos el que viene, no lo dudéis.

    Rage

    RAGE

    Ikari, 怒り, Lee Sang-il, Japón / COMPETICIÓN.
    por José Luis Forte.

    Ikari / Rage (怒り, Lee Sang-il, 2016) tiene un intrigante arranque mostrando el espacio cerrado de un apartamento ensangrentado con las víctimas del crimen, un joven matrimonio, tiradas en el suelo y en la bañera. Alternándose con estas imágenes, por las que nos irán guiando una pareja de detectives que están encargados del caso, nos serán ofrecidos breves flashbacks en los que veremos cómo ha procedido el criminal. El acto culminante de su brutal acción es cuando, con las manos empapadas de sangre, escriba en la pared los ideogramas japoneses correspondientes a la palabra ira. Será casi inevitable recordar en ese momento otra historia que comenzaba también con un escenario semejante, aunque con tan solo un cadáver y la sangre limitada a las letras, RACHE, trazadas con tan macabra tinta. Nos referimos a Un estudio en escarlata (A Study in Scarlet, 1887), la primera novela protagonizada por el inmortal Sherlock Holmes escrita por Arthur Conan Doyle. Nos situamos así en una apertura que nos lanza a lo que promete ser un thriller con el motor de un misterio por dilucidar, pero no. Lee Sang-il pronto abandona este marco genérico y a sus dos policías, el joven entregado a su tarea y el viejo con experiencia, los cuales ofrecerán el único par de fugaces instantes cómicos de la película, para adentrarse en un drama que funciona desarrollando tres historias en paralelo. El cambio sorprende pero mantiene todo el interés gracias a la eficacia narrativa el director, que si bien con cierta morosidad expositiva nunca deja de lado la evolución del relato y de sus personajes junto a la pequeña intriga que se introduce en el trío de tramas. En todas ellas se contará cómo un desconocido irrumpe en la vida de hombres y mujeres que deberán evaluar su confianza en determinado momento pues ese intruso bien podría resultar ser el buscado asesino. Cuando conocemos a alguien siempre es un extraño a nuestros ojos y la relación que mantengamos con él pondrá a prueba nuestra capacidad de creer en sus palabras. Una joven brutalmente prostituida cuyo padre rescata de las redes criminales llevándosela de vuelta a su pequeño pueblo costero, un homosexual con un buen nivel de vida que no oculta su condición y otra joven que visita una isla por casualidad: en estos tres minúsculos pero bien dibujados universos se instala el conocimiento y la aceptación del otro, lo ajeno, en primer lugar, para después pasar a las sombrías dudas y la desconfianza que nos llevan a la traición. Aunque con ritmo y pulso irregular, la película atrapa hasta que se enfrenta a su tramo final, allí donde todo debe encontrar su lógica y su desenlace. Y justo aquí es donde se viene abajo y los temas se comienzan a solapar y a confundirse en una sopa demasiado espesa: Sang-il quiere abarcar mucho y el edificio es muy pequeño, todo se dispersa y en el momento en el que los personajes comienzan a sufrir y sentir toda la comprensible ira del mundo ya estamos muy distanciados de ellos porque se nos ha alejado irreversiblemente a costa de enredar una madeja que funcionaba bien con sus contados hilos. [45/100]

    The odyssey

    THE ODYSSEY

    L'odyssée, Jérôme Salle, Francia / FUERA DE COMPETICIÓN (CLAUSURA).
    por Víctor Blanes Picó.

    En ocasiones despreciado y considerado como el patito feo de los géneros cinematográficos, lo cierto es que el biopic es uno de los ejercicios más difíciles de redondear en el séptimo arte. Puede que sea, en parte, por esa voluntad de concentrar todos y cada uno de los eventos significativos de la vida del personaje retratado en apenas 120 minutos. Esta minuciosa necesidad de ser veraz, correcto y meticuloso con cada hecho acaba formulando películas que son simples concatenaciones de momentos que no nos ayudan a conocer al personaje ni su discurso, sino más bien a poner en imágenes impersonales y superficiales una intimidad a la que no teníamos acceso. Algo de ello podemos detectar en L’Odyssée, película que clausura esta edición del festival. Jerôme Salle, director de Zulu y guionista de The Tourist, se fija en una figura clave desgraciadamente olvidada de la historia reciente: el oceanógrafo Jacques Cousteau. Tras una primera parte centrada en detallar una a una sus luces y sus sombras, la película vira hacia el punto más interesante de la biografía del francés, posiblemente porque tiene una lectura más amplia: la relación con su hijo Philippe. Hablamos de dos maneras de entender la aventura y el servicio a la naturaleza. Por un lado, la vieja, romántica y visionaria visión de conquistar los rincones más recónditos, de que el hombre deje su huella en cada recoveco de la tierra, la del colonizador dispuesto a asumir cualquier peaje si este le lleva a su destino. Por otro, la nueva, comprometida e idealista idea de conservar aquello que es frágil por el simple hecho de que es el tesoro más preciado que tenemos, de la exploración como camino para concienciar al gran público de la necesidad de entender y preservar aquello que nos es lejano. Estamos ante el cambio de paradigma que empezó a fraguarse en la última mitad del siglo pasado y que todavía está en proceso. En este sentido, L’Odyssée tiene la clara voluntad de mostrar la relación entre Jacques y Philippe como una metáfora del cambio que debe producirse en la sociedad y, al mismo tiempo, poner en relieve el trabajo de ambos por conseguirlo. Por ello, cuando explora esta dicotomía y la subraya y enfrenta a través de padre e hijo es cuando Salle da sentido a la película más allá de la descripción del género que abría esta pequeña reseña. Sin duda, ese es su objetivo, y por ello debería tener más importancia. Más que aparecer casi como una consecuencia de la narración de la vida de Cousteau, debería ser el motivo por el que contar su historia. Así, el tiempo y esfuerzo que dedica en construir al personaje resulta totalmente excesivo, y tiene como consecuencia que la transformación de pensamiento aparezca de manera brusca, sin que se madura ni se trabaja como debería. Es, como decíamos, el pecado del biopic: obviar que, al fin y al cabo, detrás de cada personaje también hay que construir un discurso. [68/100]

     El ornitólogo

    O ORNITÓLOGO

    João Pedro Rodrigues, Portugal / ZABALTEGI.
    por Miguel Muñoz Garnica.

    Al principio, la armonía. El ornitólogo protagonista, Fernando, se encuentra acampado en un bosque del Norte portugués cercano a la frontera con España. Pertrechado con sus prismáticos, su piragua y su grabadora, observa con detenimiento a los pájaros. Los planos se contagian, sumergiéndonos en una cadencia serena que nos invita a presenciar los pequeños rituales del entorno. Las vistas subjetivas, que adoptan la perspectiva de los prismáticos, inciden en el planteamiento contemplativo. Pero la armonía inicial se resquebraja pronto. Mucho más adelante en el metraje, un campo-contracampo llamativo da cuenta de la mutación del relato: Fernando, perdido en los bosques, mira a su frente. El contraplano que le da la réplica es una toma subjetiva que recrea la mirada de un búho hacia nuestro protagonista. La extrañeza, en forma de presencia misteriosa de lo natural, se filtra en las imágenes y amplifica sus ecos. Rodrigues, como el Apichatpong Weerasethakul de Tropical Malady, narra un adentramiento de su personaje en lo selvático donde las trazas de civilización van desdibujándose: los mensajes de un teléfono móvil sin cobertura o un avión que sobrevuela el cielo en la lejanía son los últimos ecos de ese mundo racional.

    Fernando va teniendo una serie de encuentros con personajes entregados al comportamiento selvático. En el primero de ellos, con dos peregrinas chinas extraviadas de la ruta del Camino de Santiago, la fotografía adelanta la extrañeza atmosférica (las dos mujeres le anuncian la presencia de espíritus malignos en el bosque) mediante patentes rupturas de la convención fílmica: los planos espejan el raccord de miradas y filman las conversaciones mostrando las sombras de los personajes. Fernando despierta al día siguiente del encuentro atado de pies y manos, dispuesto para un extraño ritual. Tras escapar, da con la mitad de su piragua partida dispuesta en forma de tótem, y su carnet de identidad con las huellas borradas y un hueco en sus ojos. Sobre el ornitólogo, autoproclamado ateo, comienzan a intervenir fuerzas místicas que combinan iconologías cristianas (la figura de San Antonio de Padua tiene especial importancia en todo esto) con folclores locales. El resultado, como expresa el mencionado detalle del carnet, es una reconfiguración de su identidad que deriva incluso a lo físico. Las claves de interpretación a este respecto son escurridizas, pero quizá más importante que ellas sea la vivencia intuitiva de la cinta. La fascinación se produce por la amplitud metafísica de su paisaje, que se nutre de las dicotomías que Rodrigues pone en confrontación. Lo artificial y lo selvático, lo profano y lo santo, lo sexual y lo violento, e incluso finalmente la vida y la muerte. Opuestos que se enfrentan a la vez que conviven en una película donde perderse resulta mucho más placentero que encontrar la senda. [80/100]

    Our love story

    OUR LOVE STORY

    Yeon ae dam, Lee Hyun-ju, Corea del Sur / NUEVOS DIRECTORES.
    por Juan Roures Rego.

    Aunque casi nadie olvida el hechizo del primer amor, en el caso de los homosexuales este cobra una importancia aún mayor a raíz del tiempo que suele tomarse para hacer su aparición. Y es que, pese al progresismo que el siglo XXI ha conllevado en lo que a derechos igualitarios se refiere, la media naranja sigue siendo (aunque sólo sea por probabilidad) una meta particularmente espinosa para quienes la buscan en personas de su mismo sexo. Todo esto es lo que lleva a muchos gais y lesbianas a explorar por primera vez su sexualidad bien entrada la veintena, o, como en el caso de la introvertida protagonista de Our Love Story, la treintena. Yoon-ju (Lee Sang-hee) es una responsable estudiante de posgrado de Bellas Artes con poco tiempo para las relaciones amorosas cuya vida da un giro al conocer a la bella Ji-soo (Ryu Sun-young), de quien se enamora perdidamente. Comienza así un bonito romance en el que, como si de un sueño se tratase, ella se sumerge sin creérselo del todo. La fantástica interpretación de la joven Lee Sang-hee nos hace partícipes de la suma de miedo, curiosidad, ilusión, locura y frustración que suele conllevar el primer amor, sensaciones todas ellas acompañadas en esta ocasión del problema añadido erigido por una sociedad donde la homosexualidad sigue siendo un tabú. Y es que, a diferencia de un mundo occidental que ha ido expandiendo poco a poco la concepción de la sexualidad a golpe de trompeta reivindicativa, los países orientales más progresistas (del resto mejor no hablamos) han aprendido a ver la homosexualidad como una realidad siempre y cuando no se la restrieguen a uno por la cara. Por supuesto, la aceptación es mayor entre la gente joven, tal y como muestra la comedida cinta, pero el respeto hacia los mayores infundado por los valores confucionistas supone que las opiniones más anticuadas sigan siendo las más escuchadas. A ello debemos la triste escasez de obras artísticas dedicadas a la comunidad LGTB por parte de países tan supuestamente modernos como Taiwán, Japón o la localización que nos ocupa: Corea del Sur. De todos modos, la tierna Our Love Story presenta una situación que podría darse en cualquier rincón del mundo civilizado, resultando los problemas económicos afrontados por los personajes curiosamente similares a los atravesados dentro de nuestras propias fronteras. A fin de cuentas, Lee Hyun-ju, que lleva más de una década preparándose para su primer largometraje utilizando cortos románticos a modo de ensayo, ha confeccionado un relato universal con el que cualquiera puede identificarse al margen de su identidad o procedencia. Sencillo, pero no exento de golpes de efecto (la filmación muda de la salida del armario es de un ingenio sublime), este entretenido relato parece pecar de falta de originalidad; pero entonces nos percatamos de que los referentes del sudeste asiático se cuentan con los dedos de una mano. [71/100]

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