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    Crítica en serie | El Ministerio del Tiempo (T2)

    El Ministerio del Tiempo

    Cumpliendo en todos los frentes

    crítica de la segunda temporada de El Ministerio del Tiempo.

    TVE, La 1 / 2ª temporada: 13 capítulos | España, 2016. Creadores: Javier Olivares & Pablo Olivares. Directores: Marc Vigil, Abigail Schaaff, Jorge Dorado, Paco Plaza, Javier Ruiz Caldera. Guionistas: Javier Olivares, Anaïs Schaaff, Carlos de Pando, Javier Pascual, Diana Rojo, Juanjo Muñoz, Peris Romano, Borja Cobeaga, Diego San José. Reparto: Aura Garrido, Nacho Fresneda, Jaime Blanch, Cayetana Guillén-Cuervo, Juan Gea, Francesca Piñón, Rodrigo Sancho, Julián Villagrán, Susana Córboda, Mar Saura, Hugo Silva, Natalia Millán, Carlos Cuevas, Nieve de Medina. Fotografía: Isaac Vila, Unax Mendia, Curro Ferreira, Migue Amoedo, Juan Hernández. Música: Darío González Valderrama.

    El Ministerio del Tiempo está haciendo las cosas muy bien. Existe en ella una evidente progresión de calidad, un cuidado de los elementos convocados y un evidente conocimiento del mundo del cine y las series que se traslada a la pantalla, donde los personajes tienen arcos, hay giros de guión, homenajes y referencias de carácter meta y lo autoconsciente está presente a cada paso. Y lo mejor es que no se nota nada que todo esto está maquinado. La historia fluye y todo tiene sentido, están integradas las reflexiones espacio-temporales con las bromas a costa de la política española. La idiosincrasia patria junto a discursos feministas, en un batiburrillo que puede sonar demencial pero que Javier Olivares y su equipo sacan adelante cada semana con aplomo y talento. Su gran problema persiste y es parte del ADN de la serie, y es que al final estamos ante un serial de aventuras para todos los públicos y la misión de la semana se va a arreglar cinco/diez minutos antes del desenlace, dejando el tiempo suficiente para cerrarlo todo bien, lo macro (la subtrama general) y lo micro (las interacciones de los personajes). Pero el resto compensa, el carisma desbordante de los personajes y las didácticas lecciones de historia de cada capítulo, que reabren episodios muy curiosos de nuestra Historia –la Vampira del Rabal, los últimos de Filipinas– y nunca se hacen pesadas.

    La necesidad agudiza el ingenio, y la temporada comienza teniendo que tomar la decisión de sacar temporalmente de la serie a Julián, debido al trabajo de Rodolfo Sancho en la serie Mar de plástico (2015-). Así, se decidió profundizar en la apuesta multimedia de la serie, cuyos visionados online y fans de Internet han logrado un peso sustancial en su mera existencia, creando un audio-diario semanal que acompañaba la emisión de cada episodio hasta el regreso del personaje en un estupendo díptico titulado Tiempo de valientes I y II (2.7/8). Al valor de esto se une la afortunada incorporación de un estupendo Hugo Silva como Pacino, policía de los años 80 que al estar escrito para un segmento de episodios pequeño está diseñado para ganarse al respetable, y logra su cometido. Su presencia siempre fue temporal, y la audiencia lo sabía, pero el poso que deja en la serie cambia irremediablemente las cosas para la patrulla protagonista. Porque en última instancia no importan tanto las misiones, por muy coloridas y excitantes que sean, sino el núcleo emocional de la historia general, la sensación de responsabilidad de los trabajadores del Ministerio y su vida dividida en varias partes, con un pie a cada lado de una realidad distinta en las nuevas aventuras. La pura existencia de una serie así en la parrilla española, para más inri en la televisión pública, es un milagro, uno que logra un notable equilibrio entre lo fantástico y lo emotivo, el humor –que está presente y con generosidad– y la emoción. Hay acción, intriga, romance y paradojas temporales en El Ministerio del Tiempo, y ese tono juguetón y la ambición con que los guionistas acometen cada entrega da unos resultados estupendos. El riesgo paga, como este crítico dijo ya de la primera temporada, y este divertido serial aventurero arriesga cambiando tonos, alterando la Historia y riéndose hasta de sus propios trabajadores (los chistes a costa de Garci o del término “aura” son memorables). Un episodio puede ser cine negro, otro un homenaje a Miguel de Cervantes y otro una delirante comedia sobre suplantaciones de identidad de eminencias exploradoras. Existen realidades alternativas y reencarnaciones románticas que se saltan siglos, y de remate hay una lista de estrellas invitadas asombrosa, que permite lucirse a algunos de nuestros más grandes intérpretes en roles de lo más variados.

    El Ministerio del Tiempo

    «Un perfecto cóctel de elementos dispares (referencias literarias, cinematográficas, bromas sangrantes) que funcionan con fluidez, y que, aunque presenta algunos problemas, contiene generosas raciones de diversión y entretenimiento».


    Lo episódico convive con las tramas serializadas de forma armónica, y los 65/75 minutos de rigor se aprovechan al máximo para que el núcleo central de personajes tengan profundidad emocional y tramas propias. Es todo el resultado de estupendas intenciones ejecutadas con primor y un profundo conocimiento del causa del proceso. Si la diversión y carisma de la serie es tan contagiosa es porque se nota que hay placer detrás de las cámaras, y Olivares conoce el medio lo suficiente como para ofrecer un producto netamente castizo que tiene también lo mejor de la ficción internacional. Como remate y aunque sólo sea por el gran valor de la curiosidad, destacar la figura de los cineastas Paco Plaza y Javier Ruiz Caldera como sendos directores invitados, amén del dúo Borja Cobeaga & Diego San José como guionistas de un episodio bastante inspirado, el que además firma Ruiz Caldera: Tiempo de lo oculto (2.11). La gran pega que se le puede poner a todo es ese factor previsibilidad que hace que muchos personajes hagan su aparición con la fecha de caducidad en la frente y que las subtramas nunca puedan coger el peso deseado en la historia porque uno sabe que todo se va a arreglar. El poso que son capaces de dejar es que las acciones de los personajes tienen consecuencias y aquí nadie es un héroe o heroína sin tacha, pero uno desearía que el mecanismo no fuera tan transparente. Lo que queda, por tanto, es un perfecto cóctel de elementos dispares (referencias literarias, cinematográficas, bromas sangrantes) que funcionan con fluidez, y que, aunque presenta algunos problemas, contiene generosas raciones de diversión y entretenimiento. Su renovación vuelve a pender de un hilo, con la ecuación entre los costes de producción y la aceptación de la serie como la gran cuestión para TVE-1. Ojalá lo haga porque está claro que quedan muchas historias que contar y flecos que unir, y la televisión de nuestro país no puede permitirse prescindir de esta rara avis tan estimulante. | ★★★★ |


    Adrián González Viña
    © Revista EAM / Sevilla


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