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    Cine Alemán Siglo XXI

    El productor accidental de Pau Subirós

    La plaga

    El Tourmalet de Pau Subirós

    reseña de El productor accidental (Pau Subirós, Anagrama, 2015)

    Ser productor audiovisual consiste en salvar obstáculos, uno tras otro, para llegar el último habiendo salido el primero. No es tanto un oficio como un deporte de fondo para masoquistas; sin palmaditas en el culo ni palabras malsonantes. A ser productor no aprende uno en la vida, pues no hay manera de comulgar con ruedas de molino que, de la noche a la mañana, podrían devenir gigantes con dicción de Cristóbal Montoro. Ser productor asusta, pero, si consigues matar al Jack, ahí te las den todas. Te sentirás invencible. Robert Evans arañando dólares a Roman Polanski en el set de Chinatown. Aunque la película sea más bien un refrito low cost y tu actor fetiche un vagabundo talentoso a las puertas del súper del barrio. Da igual. En España no hay niños insistiendo en convertirse en productores, como tampoco los hay que lloran por escribir críticas de cine. Ya ni siquiera se atreven a decir aquello que solía cantar Concha Velasco: "¡Mamá, quiero ser artista...! ¡Oh, mamá, ser protagonista!". Bastante tienen ellos, "la generación mejor preparada de la historia", con levantarse y buscar ofertas de trabajo a tiempo parcial. Al productor, si bien ya lo había dicho Pau Subirós, habitualmente se le identifica con un señor gordo que fuma puros y extingue contratos sin siquiera moverse del butacón tras el escritorio. Todos señalan al productor y uno a uno le comunican sus quejas, sus dudas sobre tal o cual parte contratante, y a veces con la inercia de la disconformidad hasta se convierten en buenos amigos. Porque la discrepancia une y, en último término, forja amistades. Odios a perpetuidad, también. Si la producción es un éxito, el mérito pertenece íntegro al colectivo; y si es un fracaso, "a mí no me miréis, buscad al productor". Que en España no suele fumar puros, ni viste frac de pingüino, aunque de vez en cuando posea la misma sensualidad que Danny DeVito en Batman vuelve. O, si es productora, Meryl Streep (versión bruja cliché) en Into the woods.

    Quien hoy se decide a producir anuncios, videoclips, cortometrajes, mediometrajes y largometrajes debe ser —principalmente— una persona entusiasta, pertinaz, hasta cierto punto temeraria —o sin pavor al horizonte—, que no cejará nunca en su empeño de conseguir lo que minuto a minuto, día tras día se propone: alentarnos a vivir muchas vidas o, si se prefiere, una imitación a la vida que no por impostada es menos verosímil. Más bien lo contrario. Ya se trate de realidad o de ficción, la obra quedará siempre a merced de un punto de vista no ya necesariamente poroso a eso que ni el guionista ni el director ni el productor son capaces de presagiar en absoluto, llamado respuesta del público, sino también —y sobre todo— a las inclemencias que favorecen la industria cinematográfica y sus turbios vericuetos. Así, con más simpatía y un estilo preciso, nos lo cuenta el productor de La plaga, Pau Subirós, a la postre firmante de un dietario sobre cómo un tipo normal se enamora primero de una mujer y a continuación de un oficio a veces más kafkiano que despertarse convertido en insecto, para finalmente discutirse los porqués. ¿Por qué yo? ¿Productor? ¿Qué es eso? Si yo ni siquiera fumo puros, se decía Pau Subirós, antes incluso de cerciorarse de que ya era el productor abajo-firmante, y por tiempo ilimitado, del filme que dirigiría Neus Ballús. Su novia y socia en la productora audiovisual El Kinògraf. A la que conoció en una fiesta doméstica, entre amigos, imaginemos un sábado por la noche. Y a la que perdió de vista, como si de una elipsis cinematográfica se tratara, cinco intensos años. Apenas una transición que, además de recurso narrativo, se antoja crucial para entender la perseverancia de unos narradores dispuestos a mostrar Gallecs por medio de cuatro personajes a cual más humano: María, Raül, Iurie y Rose.

    Con tan sólo un folio en blanco y muchas alegrías y decepciones por contar, Subirós transforma su ficción autoral en nuestra realidad lectora. ¿O era al revés? Más o menos así lo recuerda él, reflexivo y no poco cauto, a propósito de un pitching lleno de caras escépticas y preguntas un tanto impertinentes: "No me atrevo a lidiar aquí con el significado exacto de las expresiones 'alterar excesivamente la realidad' o 'punto de vista autoral', pero sí quiero hacer notar que veo algunos problemas en las dos posturas. Los partidarios de la 'no intervención', por ejemplo, toleran sin problemas que en los documentales se utilicen abundantemente las entrevistas. ¿Pero acaso no implica una cierta intervención sobre la realidad el hecho de sentar a alguien en un set bien iluminado, ponerle polvos de maquillaje en la nariz para eliminar los brillos y acribillarlo a preguntas? (...) Lo del 'punto de vista autoral' no es menos ambiguo, y tengo la sensación de que la mayoría de la gente del gremio lo utiliza más o menos como sinónimo de 'autobiográfico' (...) Lo autobiográfico jamás debería considerarse un tributo innegociable para acceder al reino documental". Dice Subirós al inicio de El productor accidental que además de bombero y piloto de avión, de pequeño él quería ser locutor de radio, médico, cocinero y artista de circo. También recuerda que un día, gracias al circuito internacional de festivales, estuvo en un hotel con carta de cojines. Que cuando uno es productor español y no fuma puros, debe de ser lo más parecido a estar en la cima.

    Juan José Ontiveros
    Redacción Madrid


    El productor accidental
    Pau Subirós
    Editorial Anagrama
    Colección Ebooks
    ISBN: 978-84-339-3582-3
    Precio: 11 euros.
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