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    Crítica | Whiplash

    Whiplash

    Beware of Mr. Fletcher[1]

    crítica a Whiplash (Damien Chazelle, Estados Unidos, 2014) / ★★★★.

    El genio, ¿nace o se hace? Teóricamente parece que sería una conjunción de factores lo que influiría en la formación de lo que hoy denominamos grandes figuras de la humanidad (deportistas, escritores, pintores o músicos). John B. Watson, padre de la escuela conductista, lo tenía bastante claro cuando afirmó su famosa cita “Dame una docena de niños sanos, bien formados, para que los eduque, y yo me comprometo a elegir uno de ellos al azar y adiestrarlo para que se convierta en un especialista de cualquier tipo que yo pueda escoger, prescindiendo de su talento, aptitudes y raza de sus antepasados”. Hubiera sido interesante ver los métodos de entrenamiento a los que Watson habría tenido que someter a uno de esos “varones caucásicos escogidos al azar” para que consiguiera superar a Usain Bolt en una carrera de 100 metros lisos. Obviamente existe un determinismo genético en todas esas grandes figuras como Bolt, o mentes geniales como la de Miguel Hernández, un simple cabrero iliterato que compuso algunos de los poemas más brillantes de todos los tiempos. Lo que plantea el director y percusionista Damien Chazelle con su nueva película, Whiplash, se acerca mucho más a una crítica de la metodología de enseñanza basada en la escuela militar o en el mismo conductismo, que en una defensa de la transmisión hereditaria de las aptitudes artísticas.

    El procedimiento didáctico apreciable en este filme muestra la reiteración de refuerzos negativos como único método de alcanzar la excelencia musical. Se parte de un sujeto ya entrenado y se busca reconducir su técnica para que se ajuste a las exigencias de un director de orquesta cuya severidad exige una completa dedicación por parte de los miembros de su banda, y una intensidad de trabajo que sobrepasa los límites de tolerancia físicos y mentales. El joven Andrew era consciente de la rigurosidad que caracterizaba a Terence Fletcher antes de entrar a formar parte del grupo, pese a ello, sus ansias de éxito y de llegar a ser el número uno fueron más poderosas que los violentos y despóticos procedimientos de Fletcher, ocasionando un brutal conflicto de intereses y una profunda inestabilidad emocional en la frágil mente del adolescente protagonista. Con Buddy Rich como inspiración principal, el joven acepta los golpes —morales y físicos— que su mentor le asesta. Su vida se adentra entonces en una crisis existencial promovida por la inseguridad de un puesto titular en la banda de música. Se aprecia una evolución psicológica en Andrew que va desde la felicidad absoluta y la confianza máxima que le aporta el ser seleccionado para el grupo, hasta la enfermiza obsesión por el éxito y la necesidad de superación personal buscando la perfección exigida. En este punto llega la ruptura absoluta con su mundo fuera de la música, que se ejemplifica con una escena pragmático-anti-romántica, aceptando una abnegación voluntaria como única vía de entrada al triunfo absoluto. El sufrimiento unido al sacrificio se ha representado históricamente mediante las llagas en las manos —indicadoras del duro trabajo físico e incluso de la aceptación del castigo por el bien universal (Jesucristo)—. Un aislado y anecdótico recurso cuya finalidad no es atentar contra la acertada parcialidad secular del trabajo, sino más bien subrayar el titánico esfuerzo del protagonista a través de un montaje hiperactivo.

    Whiplash

    Y lo cierto es que la película es tan perfeccionista con el montaje y con el control y aprovechamiento del tiempo como lo es Fletcher marcando los ritmos de su orquesta. El actor realiza una interpretación muy acertada dando vida a un director de tintes militares para quien la fama y el respeto lo son todo. Es la sombra que acecha tras la puerta, la leyenda que aguarda mientras todos los aspirantes a músicos ansían que un día esa puerta se abra para ellos. Un hombre que impone cuando se enfada y asusta cuando está de buen humor; y mucho cuidado con esas dos escenas contadas en las que se muestra afable con el personaje principal, porque traerán consecuencias devastadoras. De esta forma, el maestro le recrimina al alumno que, o se pasa o llega tarde, y tratándose de una partitura que implica unos 800 golpes por minuto, no parece muy sencillo identificar si uno de ellos ha sido a destiempo. Pero aquí hablamos de energía, no de precipitación, la trama no avanza con prisa en ningún momento, sino más bien todo lo contrario, se recrea en sus números musicales con paciencia, aunque con una potencia e intensidad superlativas. El ritmo es, por lo tanto, adrenalínico, algo que no resulta extraño teniendo en cuenta que la esperanza de vida de todos los grandes músicos es de 27 años[2], por lo que parece oportuno aferrarse a la rápida y compleja concepción narrativa del cine posmoderno. Y eso es precisamente lo que hace Whiplash, donde la globalidad argumental dramática que se escindía, por el atavismo clásico hollywoodiense, en perfectas unidades bien delimitadas en las que se podía distinguir claramente la separación entre acciones principales y secundarias, ha pasado a mejor vida. Lo que antes resultaba axiomático para el público, que se relajaba (demasiado) frente a la sencillez del relato, pasa a ser algo indeterminado y ambiguo, la presunción cronológica queda pues sujeta a un interrogante constante y desestabilizador que, a su vez, no llega a ser inaguantable gracias a una resolución rotunda y mediata de cada una de las incógnitas por separado. Así, la rápida cadencia del metraje se suma a la claustrofóbica fotografía ultra-contrastada de Sharone Meir con la finalidad de deslumbrar al espectador.






    En realidad, el valor estético no es algo que, a priori, condicione significativamente la valoración objetiva del lenguaje musical, como sí podrían serlo otros factores más importantes en el proceso melódico como el peso comunicativo o la relevancia social, sin embargo, al combinarse música y cine, la importancia del continente se iguala a la del contenido. Esto lo podemos apreciar en la forma en la que los instrumentos musicales parecen ser las únicas fuentes de iluminación de la oscuridad fotográfica; la música se convierte por tanto en la luz y el sonido que representa a los personajes del filme. La sociedad que compone el universo Whiplash se define en música de forma inexorable, por lo que la ficción cinematográfica no debe ser coherente necesariamente con las estructuras de realidad expuestas por los modelos de cine histórico, biográfico o, simplemente, humano. Y esta peculiaridad es lo que más alejará el trabajo de Chazelle de las filias del sector más académico, cuya necesidad de valoración del componente humanista está por encima de tecnicismos y experimentos sociológicos. Y no hay duda de que esta cinta presenta un estudio sociológico sobre el miedo al fracaso, la disposición para aceptar la disciplina y la aceptación de las limitaciones. Y lo hace a través de dos puntos de vista: el de la joven promesa y el de la vieja gloria que nunca llegó a destacar dentro de la orquesta, por lo que ahora, frente a ella, se dedica cruelmente a desmoralizar a todos aquellos que sí cuentan con el talento que él nunca tuvo. Sólo al final, en un apoteósico solo de batería que dura eternamente, podríamos llegar a la conclusión de que, en efecto, hemos asistido a un tiránico, tortuoso e inhumano estilo conductista de enseñanza que bien nos recuerda al famoso experimento del Pequeño Albert. | |

    Alberto Sáez Villarino
    Redacción Dublín (Irlanda)


    [1] Referenciamos en el título el fantástico documental Beware of Mr. Baker, (2012). Basado en la vida de uno de los baterías más controvertidos de todos los tiempos, Peter Edward "Ginger" Baker, miembro del grupo Cream. Una obra imprescindible para los amantes de este instrumento.

    [2] Algunos de los más importantes músicos de todos los tiempos fallecieron a la edad de 27 años, pasando a formar parte del funesto (y muy conocido) Club de los 27. En él figuran algunos nombres como el de Brian Jones (Rolling Stones), Jimi Hendrix, Jim Morrison o Kurt Cobain. En la película se hace referencia a la defunción de un tal Sean Casey, un excelente músico al que Fletcher conoció hacía 6 años, cuando estaba en segundo curso de universidad. Estos datos nos pueden hacer pensar que el joven también murió con 27 años.


    Ficha técnica
    Estados Unidos. 2014. Título original: Whiplash. Director: Damien Chazelle. Guion: Damien Chazelle. Duración: 103 minutos. Montaje: Tom Cross. Música: Justin Hurwitz. Fotografía: Sharone Meir. Productora: Sony Pictures Classics / Blumhouse Productions / Bold Films / Exile Entertainment / Right of Way Films. Intérpretes: Miles Teller, J.K. Simmons, Melissa Benoist, Paul Reiser, Austin Stowell, Jayson Blair, Kavita Patil, Kofi Siriboe, Jesse Mitchell, Michael Cohen, Tian Wang, Jocelyn Ayanna, Tarik Lowe, Marcus Henderson, Keenan Henson. Presentación oficial: Festival internacional de Sundance 2014.


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