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    Crítica | The Dark Valley

    The Dark Valley

    Un Western alpino

    crítica a The Dark Valley (Das finstere Tal, Andreas Prochaska, Austria, 2013).

    A pesar de ser el género americano por excelencia (con permiso del musical), el western rebasó lo local para hacerse con un auditorio universal. Nadie puede obviar que Estados Unidos fundamenta sus orígenes en las mitologías del oeste. Es el género a través del que América se proyecta tal y como se imagina. El western es a Estados Unidos lo que el Cantar de mio Cid a Castilla, El Cantar de Roldán a Francia o la Ilíada a Grecia. Por ello, sorprenden la arrestos del cine europeo a la hora de llevar a la gran pantalla historias con una denominación de origen tan yanqui, del mismo modo que sorprende la osadía hollywoodiense para llevar a cabo péplums. Una (maravillosa) temeridad que vivió sus años de oro en los 60 y 70. En los últimos tiempos están surgiendo algunos western interesantes salidos del Viejo Continente, como Gold (Alemania, 2013), Blackthorn. Sin destino (España, 2011), The Salvation (Dinamarca, 2014) y el que es objeto de esta crítica The Dark Valley (Austria, 2014). Dirigido por Andreas Prochaska y protagonizado por un hierático Sam Riley, ganador en los Premios del Cine Europeo al Mejor diseño de producción y vestuario. Una historia de desquite. Otro ejemplo de lo que parece un nostálgico intento, de una generación de directores europeos, por homenajear un género que tantas alegrías le ha dado al séptimo arte.

    Un fotógrafo americano aparece en un remoto pueblo, dominado por una familia de desalmados (Don Brenner y sus vástagos), de un valle de los Alpes. Con tiranía feudal imponen a sus habitantes un régimen de terror, en el que el derecho de pernada y la violencia están monopolizados por sus rifles. El forastero solicitará cobijo en sus dominios y uno tras otro, los hijos de Brenner, empezarán a caer. Una estructura argumental tan revenida como placentera. La sediciosa venganza que permanece oculta, casi genética, y se consuma al paso de los lustros tiene en The Dark Valley un nuevo episodio. Otro capítulo de la lucha entre los poderosos y los menesterosos, otra vez el enfrentamiento entre buenos y malos, en una época en que solo se atiende a la razón de la pólvora y la sangre. En esta historia, tantas veces contada, el protagonista (tan maniqueo como sus antagonistas) no solo buscará vendetta, sino que tratará de establecer la paz en un microcosmos al margen de toda justicia. Y lo hará en solitario, auxiliado por algún compañero eventual (si se tercia). Su hazaña, o el intento de la misma lo canonizarán en la memoria colectica de la comunidad de turno. Nada nuevo bajo el sol. Nada reprochable salvo que en su afán por ser fiel a la falta de verbo, propia del género, los personajes se deshumanizan, en especial Sam Riley y todo resulta en exceso esquemático. Para solucionarlo, guionista y director, tiran de voz en off en momentos puntuales para empatizar con el personaje principal y ya de paso, como se trata de la adaptación de una novela, introducir el punto de vista del narrador literario en la cinta. Pequeños trucos que intentan, sin conseguirlo, maquillar lo anoréxico de la trama.

    The Dark Valley

    Independientemente de lo sintético del libreto, The Dark Valley, es un film correcto, que hace pasar un buen rato (no es poco); aunque no aporte nada distinto más allá que hacer las veces de réplica digna. El realizador austríaco no ha querido desvirtuar lo esencial de la narrativa western, no la dota con una interpretación diferente marcada por la procedencia. La localización y el idioma no son suficientes para proporcionar una visión cultural propia. Lo que hace Andreas Prochaska es emplear los códigos y modelos del planteamiento clásico americano afanándose en no parecer un mero sucedáneo. Se puede decir que lo consigue aunque le falta ese algo que muchas veces se intuye pero no se sabe lo que es. Lógicamente no se puede afirmar que es un western atípico (obviando el clima). Responde, sin reparos, a todos y cada uno de los tópicos representativos del género. Lo hace, además, de manera resultona, sin complejos. Pero lo cierto es que no está a la altura de un western de gama media estadounidense. ¿Qué me hace valorarlo positivamente? Su cuidado por los pequeños detalles. Si el guion está hecho a brochazos y huele a copia barata, la puesta en escena, la fotografía, los atrezos o la banda sonora le confieren un meritorio empaque y le otorgan una atmósfera envolvente. Deudora, no solo por la nieve, de El jinete pálido (1985) –amén de muchas otras– por sus escenas en interiores, faltas de luz, de lúgubre atractivo. No se puede obviar, tampoco, que el acicalado técnico deriva en un barroquismo innecesario en las secuencias finales buscando, a base de ralentizaciones, un clímax estético que contrarreste lo previsible del desenlace. A priori, no parece una mala jugada, pero su abuso termina por ser contraproducente –entiéndase esto no como un lastre, sí como un apunte quisquilloso–. En definitiva, un western alpino en lo que respecta a las coordenadas geográficas y lingüísticas, americano en todo lo demás. | |

    Andrés Tallón Castro
    Redacción Madrid


    Austria, 2013, Das finstere Tal. Director: Andreas Prochaska. Guion: Martin Ambrosch, Andreas Prochaska (Novela: Thomas Willmann). Productora: Allegro Film / X-Filme Creative Pool. Fotografía: Thomas W. Kiennast. Música: Matthias Weber. Reparto: Sam Riley, Tobias Moretti, Helmuth Häusler, Martin Leutgeb, Johannes Nikolussi, Clemens Schick, Florian Brückner, Hans-Michael Rehberg, Erwin Steinhauer, Franz Xaver Brückner, Xenia Assenza.


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