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    Crítica | Foxfire. Confesiones de una banda de chicas

    Foxfire. Confesiones de una banda de chicas

    Unas pequeñas 'edukadoras'

    crítica de Foxfire. Confesiones de una banda de chicas | Foxfire, Laurent Cantet, 2012

    Esta es la historia de Rita, Madeleine, Violet, Margaret Sadovksy y muchas otras; la de la rabia y el furor de un sueño adolescente forjado bajo el auspicio de unos asimétricos tatuajes caseros; el teclado de una vieja máquina de escribir radiografiando un trocito de historia; este es el cuento de un puñado de niñas valientes en el terraplén de una sociedad sorda y ensuciada de capitalismo repudiando los cimientos del sistema el sistema y desquitándose de la sumisión, los abusos sexuales y raciales y la dominación masculina. Una formación de jóvenes llamada Foxfire que crecieron y se hicieron mujeres bajo el incansable lema de “burns and burns”, una revolución en miniatura de potentes vínculos emocionales cada vez más arraigados en el tiempo. Pintaba bien a su inicio este nuevo metraje de Laurent Cantet titulado, al igual que su banda, Foxfire, y basado en la novela de Joyce Carol Oates titulada Confessions of a Young Gang. A priori, se nos mostraba una propuesta de duración dilatada y ambiciosa ambientación escenográfica, capaz de trasladarnos desde su comienzo a la cosmopolita, ruidosa y efervescente Nueva York de los cincuenta; un epicentro donde el monetarismo, el retorno de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, el auge económico y la industrialización eran novedades en el seno de una sociedad todavía machista, racista y gobernada por estereotipos, una sociedad donde las niñas tenían que estar calladitas, ser buenas y no cuestionarse las órdenes educativas y el bullying flagrante de sus superiores. Una tierna voz en off, la de la intrépida pelirroja Maddi, desde un lejano futuro, comienza a reconstruir los inicios de este pasado utópico, cálido y rebelde, a través de la recopilación de sus escritos a máquina, una especie de diario de bitácora juvenil nada exento de melancolía. Mucho más centrada en el sentido de hermandad y de identidad sujeta a la pertenencia a una comunidad determinada, que en la política con mayúsculas, Foxfire desempolva y rememora la rebeldía y la resistencia a la norma, haciendo especial hincapié en la intensidad surgida en las primeras convicciones adolescentes. En un pequeño pueblo septentrional de Nueva York, los primeros movimientos de cariz subversivo se gestaban más en las calles y en las aulas que en los grandes despachos. Este grupo de muchachas, tras sentirse humilladas por profesores autoritarios, ridiculizadas por compañeros abusones, manoseadas o acosadas por familiares pervertidos y en definitiva, después de percatarse de que el suyo era un grito sordo, sin esperanza de ser escuchado, con Legs a la cabecilla, deciden automarginarse y rebelarse contra estas conductas: comienzan a emprender estudiadas venganzas contra sus “opresores”, y como ritual de iniciación se tatúan en la espalda el emblema de Foxfire; una pequeña llama alusiva a la leyenda que pintan en los muros del pueblo durante las noches.

    Bajo una óptica narrativa a caballo entre los inicios de la inocencia, las primeras experiencias adolescentes de las mujeres, y las conexiones emocionales intensas (rasgos que comparte con otros filmes como Cracks, Criaturas celestiales, Ellas dan el golpe o El club de la Buena Estrella), junto a ese idealismo soñador (en ocasiones, no exclusivamente pacífico) de historias como Los edukadores o Night moves, la trama nos muestra un contenido bastante hermético y un tanto superficial que no llega a pisarle los talones al aspecto técnico, caracterizado por una sobria ambientación de época, una nostálgica banda sonora y la proliferación de espacios simbólicos y significativos para sus protagonistas. La estética invita al espectador a contagiarse de las rudimentarias y primerizas pasiones de este puñado de chicas, que en un comienzo emborronan paredes de pintadas, curiosean tesis políticas, comparten locuras gamberras y se vengan mediante pequeños actos del poder masculino y de una ley patriarcal que las condena al silencio antes de nacer, sencillamente por la diferenciación que el género codifica entre sus piernas. Sin embargo, la resistencia social, que conforme avanza la trama, y especialmente en su segunda mitad, deriva en una mayor organización económica e ideológica de la comuna, se impregna de disidencias internas, signos de violencia, controversias personales, nuevas necesidades y conflictos emocionales a partir de los que podemos subdividir Foxfire en dos vertientes: la externa y global, alusiva a esa especie de espíritu revolucionario y comunal que comparten (la repulsión del sistema económico bajo consignas como dinero=mierda y otros eslóganes antisistema, la cierta vinculación al comunismo encarnada en un anciano que divaga sobre utopías a modo de gurú espiritual, el rechazo a las propuestas lúdicas de la sociedad de consumo...), y por otra parte, la vertiente más interna y emocional, la de dentro del gueto, (la admiración desmedida de las chicas por Legs, los prejuicios raciales, los primeros amores, la maduración de sus personalidades en el interior de esa casita compartida). Da la impresión de que esta vez, Laurent Cantet se quedó a media hasta, sin ahondar con más profundidad en el contexto político, ni revelar con más exactitud los conflictos que envuelven a sus protagonistas, como el esbozo de sus tormentosas infancias, las sutilmente sugeridas relaciones lésbicas o el excesiva rabia que en ellas sugiere la mención de cualquier figura masculina (es excesiva e incluso ridícula esa imagen tópica, agresiva, egocéntrica y cruel que se hace de los hombres, sin conferir ni diferenciar en exceso la identidad de todos los que hacen acto de aparición en Foxfire).

    Foxfire. Confesiones de una banda de chicas

    Sin llegar tampoco a resultar aburrida, pedante ni absurda, a Foxfire una de dos, o le sobra media hora de metraje, ya que acaba por resultar repetitiva, densa, y redundante, o a todas luces necesita profundizar en sus diferentes ejes temáticos, ya sea en los más políticos y rebeldes, o en los más intimistas y oscuros, puesto que dos horas y media resultan tediosas si el argumento, aunque cuente con un importante filón en los aspectos técnicos y estéticos, no está respaldado con dosis ingentes de clímax, y si bien la interpretación de su elenco es correcta, su líder, a pesar de los buenos diálogos y los aluviones de ideas no es la figura carismática y expresiva al nivel de su importancia. Aunque es meritorio que todas sus protagonistas fuesen actrices nóveles (y los nuevos rostros en pantalla siempre son motivo de curiosidad e interés), se echa en falta un poco de chispa a la altura de las iniciativas agitadoras e insurrectas de Foxfire. Sólo sobresale con brillo la dulce Maddi (Katie Coseni), que logró hacerse con el premio a la mejor actriz en el Festival de San Sebastián de 2012, quien encarna a mi juicio la característica más destacable de esta película; el poder de evocación de las palabras, o esa memoria adolescente y soñadora que queda preservada en un papel cada vez que nos aventuramos a empuñar un bolígrafo. Precisamente, ese aura retro de esperanza, de rabia y de inmortalidad juvenil es lo único que sitúa a Foxfire un palmo por delante de la planicie y la mediocridad narrativa, y que nos deja un buen sabor de boca pese a los cabos sueltos y el empacho de minutos que merman el potencial indiscutible de su historia. | ★★ |

    Andrea Núñez-Torrón Stock
    redacción Santiago de Compostela

    2012, Francia, Foxfire. Director: Laurent Cantet. Guión: Laurent Cantet (Novela: Joyce Carol Oates). Música: Thomas Jamois. Fotografía: Pierre Milon. Productora: Foxfire Productions / Haut et Court / Memento Films International / The Film Farm. Reparto: Raven Adamson, Katie Coseni, Madeleine Bisson, Claire Mazerolle, Rachael Nyhuus, Paige Moyles, Lindsay Rolland-Mills, Alexandria Ferguson, Chelsee Livingston, Tamara Hope, Rick Roberts, Briony Glassco Presentación oficial: 2012: Festival de San Sebastián: Mejor actriz (Coseni, ex-aequo).

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