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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Stockholm

    Stockholm

    Tasar la tristeza

    crítica de Stockholm | Rodrigo Sorogoyen, 2013

    —¿Qué?
    —¿Qué?
    —¿De qué te ríes?
    —¿Y tú?
    —¿Yo? De nada. ¿Y tú?
    —De nada.
    —¿Entonces?
    —Nada.
    —Vale.
    —Vale.
    — :-)
    — :-)


    Banalizar el diálogo no es tarea fácil si los interlocutores son dos que no pueden o no quieren advertir el síntoma que vira con profusión por el torturado y castizo mapa de Madrid. Menos aún si ya ha caído la noche y el desarrollo cognitivo —que baila en una bañera de alcohol iluminada con luces estroboscópicas— derrapa sin fin hasta el último 24 horas abierto, cuyos fluorescentes alumbran las cabezas de dos hombres trasnochados decididos a quemar una expectativa insignificante. Muerta. Como el sábado hecho domingo, que es el primer simulacro del lunes. Se miran, se miran, se miran. Las imágenes, ese encuentro fugaz, se repiten en bucle. Apenas dos segundos efímeros que conectan lo de arriba con lo de abajo, para inducirlos al interés por el otro. La música synth pop reverbera como tímpanos nerviosos en las paredes de aquel dúplex convertido en un after con proyecciones y gente moderna: herméticos hipsters con ropa aparentemente subversiva y pijos eufóricos que intentan socializar; jóvenes, también, normales e ingenuos. Todo lo ingenuos que permite la situación, supeditada a la pose y al baile y al flirteo nocturno. A la mentira sin paliativos. "Me he enamorado de ti", le dice él a ella. Que asiente y mira hacia otro rincón seguramente vacío, pues está sin estar. Y está sola aun estando acompañada. Sus tristes ojos claros esconden una historia que, anexa al trauma, podría empañar cualquier relación futura. Él insiste como buen macho alfa que no acepta un no por respuesta. Finalizado el concierto (hay una banda tocando enérgicamente), coinciden en la calle junto a unas amigas que discuten si prolongar o no la fiesta hasta que el sol despunte sobre la torre Pompier del edificio Metrópolis, destellando por encima del Ave Fénix y de Ganímedes. Alegoría (propongo) del secuestro y del exilio sentimental que propone Rodrigo Sorogoyen, coguionista y director de este relato evanescente que es Stockholm.

    Stockholm

    Hay en su fondo un considerable sustrato que, capa a capa, deviene metáfora de nuestro tiempo. Así, las personalidades que interpretan Aura Garrido y Javier Pereira sostienen —a su manera inocua, no sin cursilería— un realismo discordante, entre la imprecisión del sentimiento verbalizado con tres o cuatro fonemas —qué, vale—, y el ladrillo mental de la interjección menos espontánea. La cotidianidad se transforma así en algo pedestre y asumido con demasiada prontitud: o conectas con el fraseo de esa pareja atípica, o acabas pidiendo la hora en el alféizar de una azotea sin interés estético ni narrativo. El mérito de los actores es inapelable, aunque en ningún momento logran imponerse al mutismo tras el nubarrón. Porque no hay tormenta, sino amenaza de lluvia con destellos fugaces que se reflejan violentamente en el piso blanco sosa cáustica del que es arrendatario él. Anónimo, como ella. Porque los nombres no importan, o son para el día siguiente; muy tarde, en cualquier caso. Y si no tienen nombres —él dice satíricamente que se llama Bartolo—, ello significa que son el universo reducido a la Generación X, y que han cristalizado el ritual colectivo del rollo de una noche. Y que, por tanto, son también todas las parejas en una aún más bipolar. El día y la noche reducidos a su mínima expresión figurativa, donde la noche es terreno abonado para la ensoñación y este primero un golpe níveo en el entrecejo fruncido. Y si hubiera mala baba —que la hay, no seamos necios—, sin depilar. Por transgredir. Como si hubiese una expectativa del fracaso, una predisposición a la derrota; afectación en lugar de emoción pura. Aunque nosotros, espectadores con la hebilla clavándose en la vértebra más insospechada, sabemos que los cuentos chinos sólo (ob)tenían (c)rédito cuando los narraban Jessie y Céline. Que la vida no son polos negativos y positivos, y que la inmadurez intelectual dejó sin beca Erasmus al repelente niño Vicente Hipster. Que en última instancia, ay, la instrumentalización de la depresión no consiste en preparar dos gin-tonics bien fríos, pues ésta sólo anida bajo una alfombra fosforescente.

    Stockholm

    —¿Qué?
    —¿Qué?
    —¿De qué te ríes?
    —¿Y tú?
    —¿Yo? De nada. ¿Y tú?
    —De nada.
    —¿Entonces?
    —Nada.
    —Vale.
    —Vale.
    — :-(
    — :-P


     ★★★★

    Juan José Ontiveros
    redacción Madrid

    España, 2013, Stockholm. Director: Rodrigo Sorogoyen. Guión: Rodrigo Sorogoyen, Isabel Peña. Fotografía: Alejandro de Pablo. Reparto: Aura Garrido, Javier Pereira. Presentación oficial: Málaga 2013. Productora: Caballo Films / Tourmalet Films / Morituri.

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