La sombra (malograda) del Método
crítica de Malavita | The Family, de Luc Besson, 2013Pongamos que Las Vegas es ya el Mundo Entero y que el racionalista Sam Ace Rothstein de Casino intuyó, adelantándose a este febril carrusel sin luces, un peligro quizá incipiente tras aquel (muy cercano, a tiro de piedra capitalista) "túnel de lavado para la moral". Divaguemos, si no tienen excusa, más a fondo: porque justo ahí se esconde el principio del fin, la estrepitosa caída libre de un mito que advirtió —escarbando brevemente en la superficie de una obra capital(ista)— su aptitud para el reciclaje continuo. Sinvergüenza, ahora profesional sin vergüenza. Y con barba. Que nos mira torciendo el gesto no ya miope sino abogado, como un niño que ejecutara su mejor mohín. Hasta el infinito, y por poco hasta el Más Allá. A veces, incluso, hasta la náusea. Nada importa el bagaje ni aquello del prestigio por encima del plan de pensiones: Robert De Niro sólo interpreta a Robert De Niro Bis; o a su reflejo entre rejas, cuyo valor, aun siendo tramposo, es superior a la media hollywoodiense. Y global, que no es infinita pero irrumpe con mucha decisión. Así y todo, el hombre se presenta agonizante y casi nos hace agonizar mientras nos enjabonan en el túnel de lavado, sito en Normandía. Al noroeste, huyendo de la mafia y con la familia —matrimonio con hijos precoces en el arte de la extorsión— a cuestas y el fiambre, en el maletero. Ay, qué duro es ser asesino; qué estrés; qué soplón el impredecible Fred Manzoni, aquí con la careta (sin gomilla) de Robert De Niro, cuyo perfil criminal sigue intacto y se disfruta por momentos. Más aún: le debemos mucho nada más conocer a su mujer, la siempre sensual —un intenso medio siglo con su excitante pedrea— Michelle Pfeiffer. Pocas actrices transmiten mayor grado de persuasión y poder ante una cámara. Ya sea conduciendo un coche o permaneciendo impasible frente al televisor, callándose una bomba que solo ella podría desactivar. Y conduce, conduce, conduce. Conduce hasta ese apartado pueblo en mitad de la noche, al tiempo que su anodino bebé adolescente se queja del olor que inunda el auto, y todos señalan a ese pastor alemán negro necesitado de gel, esponja y mucha agua. Si la pantalla oliese, podríamos discutir quién ha sido. Quizá en otro lugar, en otra época futura. Tiempo al tiempo (tautología patrocinada por James Cameron).
Manzoni ha delatado a los suyos, o sea a su segunda familia de asociattis y subjefes y algún que otro consigliere y, por fin, el capo di tutti capi. Por ello, siguiendo las directrices predefinidas por el programa de protección de testigos, a través del agente federal (Tommy Lee Jones, posiblemente el rostro más duro y áspero de aquella generación surgida hace cuarenta y cinco años y que contempló cómo otras tantas se rendían al star-system. Un mapa de arrugas o un río con innumerables afluentes muertos de sed; porque el texano no llora pero sus lágrimas, de aparecer, lo inundan todo, silentes y con una densidad sólo equiparable al hormigón. La ruta 66, fea y solemne y solitaria, antes del ocaso. Madera sin lijar, Tommy Lee Jones guarda una veta invisible. Desgaja el guión, estudia su personaje. Procura disfrutar. Sin estridencias. Es viejo, sabe reír cuando hay que reír. No regala elogios, y tampoco comulga con la máxima de la "elevación por autoaplauso". La única manera de elevarse es: o bien con un buen libro, o con una buen placaje jugando a fútbol) que les sigue la pista mudanza tras mudanza, los Manzoni recalan en Francia con nuevas identidades y nulas perspectivas de futuro en ese país ajeno —presumiblemente— a la idiosincrasia italoamericana. Un estilo de vida tan peculiar como intransferible, supeditado al poder de la mamma y regente absoluta del hogar donde nacen (y crecen, o no) los principios básicos de la oveja negra. Un modus vivendi forjado en la marginalidad y en los propios intereses fácticos del nuevo colectivo, y que suele definirse como "natural" y nos retrotrae a las primeras migraciones desde el sur de Europa —Sicilia y Nápoles, mayoritariamente— hacia Estados Unidos.
Hablemos de una salvaje tortura con tenazas y bate de béisbol y artilugios que no fueron inventados para tal función. Hablemos de la retórica más poderosa y definitiva y, por ende, letal: una bala entre ceja y ceja, o entre pecho y espalda en una trayectoria rectilínea entre A y B. Tocado. Fin. La filosofía del spaguetti y el provolone y la dieta mediterránea sobre la base, por supuesto, del aceite de oliva. Que rima con Malavita, flamante nueva película del —según para quién— admirado Luc Besson, quien regresa al cine de acción real tras su escarceo por el mundo de Arthur y los Minimoys, y otras golosinas de corte sci-fi, véase la ya (en una galaxia) muy lejana El quinto elemento. Y lo hace con una hipérbole razonablemente nostálgica y referencial, pues en la cartela de productor ejecutivo figura el nombre de Martin Scorsese. El sacerdote del cine de mafia con domicilio en Brooklyn, Nueva York. ¿Te parezco gracioso? Esa parece ser la pregunta que nos hace Luc Besson, cuya fotografía apenas si trasciende a muy baja temperatura de color. Con eufóricas ensoñaciones tamizadas por la comedia: escenas que muestran el horror sin tomarse en serio el horror mismo. La prole de ese matrimonio compuesto por De Niro y Pfeiffer son unos hijoputas que se dedican a implantar un régimen sádico en el instituto. Un régimen (je, je) dulcificado por la fugacidad de un montaje con nervio, sin tiempo para distender la trama. La secuencia es fácil: paliza-discurso-paliza-discurso-tiroteo-final. Y en el final, que es un tiroteo a vida o muerte (los hay que son a muerte o muerte), aparece el oscuro Jon Freda. El perseguidor durante todo el filme. El verdugo —eslabón de una cadena que nutren intérpretes como Vincent Pastore, el ya mítico Pussy Bonpensiero de Los Soprano—, la sombra acechante que se cernirá sobre esa familia condenada a pasar desapercibida y que, sin embargo, celebra una barbacoa para socializar con sus nuevos vecinos. No pregunten. Malavita es el nombre del animal. Un tropo del aforismo "qué perra vida". ★★★★★
Juan José Ontiveros
redacción Madrid
Estados Unidos, Francia, 2013, The Family (Malavita). Director: Luc Besson. Guión: Luc Besson, Michael Caleo (Libro: Tonino Benacquista). Productoras: Relativity Media / EuropaCorp. Fotografía: Thierry Arbogast. Música: Evgueni Galperine, Sacha Galperine. Reparto: Robert De Niro, Michelle Pfeiffer, Tommy Lee Jones, Dianna Agron, Domenick Lombardozzi. Presentación oficial: Festival de Nueva York 2013.