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    Crítica | Diablo

    Diablo, de Nicanor Loreti

    El Diablo se viste de sangre

    crítica de Diablo | de Nicanor Loreti, 2011

    Al igual que sucedió en España, los años 90 fueron testigos en Argentina de la aparición de una nueva camada de directores cuya formación radicaba más en los videoclubes que en las academias; nuevos valores cuya verdadera escuela práctica estaba en sus cortos de guerrilla. Todo el cine deglutido durante los años dorados del VHS germinó en una corriente que se mostraba orgullosa de sus referentes y que, lejos de intentar disimularla o enmascararla detrás de convenciones intelectuales o compromisos sociales, celebraba sin cortapisas la innegable influencia de autores (por entonces) tan viscerales como Sam Raimi, Peter Jackson o George A. Romero. Un cine rodado en vídeo, libre, sin censura y extremo del cual incluso pudimos ver un par de muestras durante la eclosión del gore que ensució nuestros cabezales hace unos lustros: Plaga Zombie (Pablo Parés, Hernán Sáez, 1997) y Plaga Zombie: Zona Mutante (Pablo Parés, Hernán Sáez, 2001), los primeros capítulos de una trilogía que culminaría con Plaga Zombie: Zona Mutante: Revolución Tóxica (Pablo Parés, Hernán Sáez, Paulo Soria, 2011). A pesar de lo que pudiéramos pensar, no eran casos aislados. Es más, algunos teóricos hablan sobre una corriente que sigue en boga todavía hoy: en 2010 se presentaba el libro “Guerreros del cine: Argentino, Fantástico e Independiente”, escrito por Matías Raña, un volumen que pretendía recoger las claves de lo que el cineasta Esteban Rojas (Post: La aventura completa, Cichonga) ha denominado Cine Independiente Fantástico Argentino (CIFA).

    Ganadora del premio al Mejor Largometraje en la Competencia Argentina del Festival de Mar del Plata de 2011, Diablo (Nicanor Loreti, 2011) viene a servirnos como un pequeño alivio a nuestra reconocida ignorancia sobre el CIFA. Contada con nervio y cada vez más interesante a medida que transcurre el metraje, Diablo narra la historia de Marcos (Juan Palomino), un famoso ex campeón de boxeo que tiene que lidiar con los remordimientos (y la mala prensa) de haber matado a su último contrincante sobre el ring. Cuando parece que su vida va a encarrilarse de nuevo, que va a poder reconciliarse con su ex y que van a publicar su biografía, aparece en su casa su primo Huguito (Sergio Boris) y con él llegan los problemas: las buenas vibraciones se transforman entonces en una creciente espiral de violencia que salpica a todos los personajes implicados… y al propio espectador.

    Diablo, de Nicanor Loreti

    Diablo es una película que puede resultar engañosa durante sus primeros minutos, no demasiado prometedores realmente, hasta tal punto que a un servidor le hicieron pensar que estaba simplemente ante una triste imitación (otra más) del cine de Robert Rodríguez y Quentin Tarantino en su faceta Grindhouse. Todo parecía apuntar hacia ello: el montaje sincopado, la fotografía quemada, unos títulos de crédito que podrían haber sido los de Machete (Robert Rodríguez, 2010)… La imitación de la imitación, en definitiva, a la que le ocurre lo mismo que a las copias en VHS, que van perdiendo calidad (y gracia) generación tras generación, hasta llegar prácticamente a lo imposible de ver, como aquella patraña pestilente que fue Perras furiosas (Bitch Slap, Rick Jacobson, 2009). Sin embargo, la cinta de Loreti logra sobreponerse sobre esos miedos iniciales y convertirse en algo digno de ver: una más que aceptable comedia negra que sabe jugar bien sus bazas y no dejarse amilanar por la falta de medios. La independencia (cuando es real y no una mera etiqueta postiza para el supuesto cine de qualité pergeñado en los grandes estudios) suele traer de la mano la precariedad económica, pero hay directores que saben gestionarla y otros que no. A tenor de lo visto en Diablo, Nicanor Loreti es de los que son conscientes de sus limitaciones y sabe sacarle el partido a cada uno de los pesos de su presupuesto. Así, es lo bastante hábil como para localizar su trama en un único escenario (salvo salidas puntuales) y centrarse en conseguir que todo luzca de la mejor manera posible, filmando en formato panorámico con una cámara Red One y dejando que los actores cumplan sobradamente con su tarea de dar credibilidad a unos personajes arquetípicos. Gracias a ellos, los caracteres resultan totalmente creíbles y no caen del todo en la caricatura, algo que en parte sí ocurre con los villanos, sobre todo con el hipermusculado Teniente Coronel al que interpreta Hugo Quiril, a quien los amantes del cine de derribo latinoamericano habrán podido ver en las también argentinas Los Extermineitors (Carlos Galettini, 1989) y Extermineitors II: La venganza del dragón (Carlos Galettini, 1990). No es algo que moleste, de todos modos, ya que planteada la difícil situación de un personaje al que cuesta poco cogerle cierto cariño (el boxeador), es fácil aceptar sin rechistar todo lo que viene después, presentado de manera conscientemente exagerada e intensa.

    Diablo, de Nicanor Loreti

    Dos epítetos que sirven para resumir muy bien cuáles son los puntos fuertes de Diablo, tan sencilla (incluso simple) como satisfactoria. El uso de los flashbacks para volver sobre escenas que ya hemos visto y revelarnos varios giros de guión supone, sin duda, otro de los grandes atractivos de la película: algunos de sus momentos más graciosos están ahí, en esos retruécanos que, por ejemplo, son capaces de hacernos sentir arcadas con los mismos planos que antes nos han hecho salivar (para quien la vea, atentos a un hígado que juega un papel importantísimo en la trama y que es el mejor ejemplo de lo que estoy diciendo). En definitiva, nos encontramos ante un título que no alcanza lo memorable y que, en realidad, tampoco aporta nada nuevo sobre el panorama de la Serie B de acción cochambrosa, más allá de lo peculiar de su nacionalidad. Pero es innegable que cumple sus objetivos de manera eficiente: ofrecer evasión sin complejos, con cameo de Lloyd Kaufman, referencias explícitas a Aliens, el regreso (Aliens, James Cameron, 1986), a Deep Purple y, sorpresa, a La ciudad de la alegría (City of Joy, Roland Joffé, 1992), cuya carátula aparece de manera destacada en un plano y no creo que de manera casual: en el fondo, al igual que en la cinta protagonizada por Patrick Swayze, aquí también tenemos a un héroe caído en desgracia que sólo intenta huir de los problemas y que no deja de encontrarse con ellos haga lo que haga, vaya donde vaya. Aunque, en Diablo, estos problemas no se resuelven con buenrrollismo, sino a hostias y con guitarras eléctricas sonando de fondo. Un método antiguo, pasado de moda y poco sutil, pero… según este tipo de cine, infalible. ★★★

    Pedro José Tena.
    redacción Extremadura.

    Argentina, 2011. Director: Nicanor Loreti. Guión: Nicolas Galvano, Nicanor Loreti, Martín Blousson, Valentín Javier Diment. Productora: Boikot Films / Películas V / Findling Films. Música: Mauro García Barbe. Montaje: Martín Blousson, Nicanor Loreti. Intérpretes: Juan Palomino, Sergio Boris, Luis Aranosky, Vic Cicuta, Leandro de la Torre, Luis Ziembrowski, Gustavo Sala, Jorge D'Elía, Hugo Quiril. Distribuye: Abordar - Casa de Películas

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