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    Crítica | Los becarios

    Los becarios

    COMEDIA PUBLICITARIA, FUNCIONAL APOLOGÍA DEL SUEÑO

    crítica de Los becarios | The Internship, Shawn Levy, 2013

    En la escena más ridícula de Los becarios, Owen Wilson y Vince Vaughn lideran con dudosa eficacia un equipo de quidditch que se ciñe a las volubles reglas de Hogwarts, consistentes, por supuesto, en anotar más puntos que el contrincante mientras se intenta dar caza a la snitch dorada, aquí un tío disfrazado de burbujita de Freixenet con una cola que se mece como un péndulo con punta esférica. Los jugadores se agarran con fuerza a sus escobas. Sin embargo, el vértigo no existe cuando tocas el césped. Los hinchas, a medio camino entre amables hooligans y consumidores crónicos de tubbinatillas, rugen sin moderación. La estampa tiene algo de circo pop: ese carismático dúo de comerciales en paro y cuatro genios de la informática se miden a otro grupo de cerebros con un rey muy repelente, embrión del nuevo arquetipo de universitario sin escrúpulos. Su nombre, Max Minghella. Capitán que dirige a gusto, marcando los tiempos y celebrando los goles (o como se llame la acción de pasarla por el aro); un chupón que sólo cede a la pose de su propia fotografía. Insulta, maltrata a sus compañeros. Quiere ganar a toda costa esa especie de examen al que se han inscrito unos pocos y privilegiados jóvenes —y no tan jóvenes, pues ahí tenemos a dos “gansos” con mucho oficio pero sin más beneficio que la (inexistente) prestación por desempleo o la búsqueda casi desesperada de nuevos metas profesionales, en el crepúsculo de su juventud laboral— con la intención de ganarse un puesto en la sede de Google, en California. Al fondo se erige un brillante edificio en cuya fachada se anuncia dicha empresa, ese famoso buscador que es ya el oráculo del siglo XXI. Antes, un jefe putero interpretado por John Goodman ha despedido a esa dupla de perdedores, expertos de la venta a domicilio, maestros espontáneos de la convicción, luego muy válidos para vender desde batidoras a relojes de pulsera, con facha de triunfadores del Medio Oeste.

    Los becarios

    Y más nos vale desprendernos de cualquier prejuicio verosimilista, pues, a fin de cuentas, estos becarios no tienen mayor pretensión que la de ofrecer una infalible comedia publicitaria. Los protagonistas se apuntan a la universidad on-line de Phoenix y, casi al tiempo, superan una simpática y torpe entrevista para entrar como becarios en Google, una de las más codiciadas multinacionales: al parecer, todo es próspero dentro de aquel campus, donde el trabajador asume su tarea con la vitalidad de un Peter Pan especialista en código. Así, Billy y Nick (Vaughn y Wilson, respectivamente) recalan junto a varios nerds llenos de inseguridades, pero seguros de su veta intelectual. Quemarán la noche y soltarán unos cuantos puñetazos; el rubio de nariz ganchuda ligará con un mando medio de Google y el gigante optimista, madera de ala-pívot y un plus de labia, que siempre decepciona a los suyos, habrá de superar cierta fobia a eso tan falsario de “lo prometido es deuda”. El subtexto podría interpretarse de forma equívoca. Vivimos tiempos no ya míseros, sino letales para el contribuyente. Y desde las altas esferas nos repiten, día tras día, que el futuro radica en los emprendedores, en ese grupo de inquietos que no paran de urdir originales y desafiantes ideas, de cualquier tinte, tal vez con escasas opciones a corto plazo, aunque muy prometedoras sobre el papel. Hay que lanzarse a la piscina y sortear los tiburones. A ver quién es el guapo que se arma de valor —y chequera—. Desde luego, Shawn Levy no es de los que reculan cuando se trata de proyectos exclusivamente generalistas o familiares, películas cuyo armazón narrativo se construye a partir de análisis económicos. Director de filmes de escaso relieve, Levy solía materializar un modelo de comedia evasiva y adúltera, muchas veces sin verdadero punch (al menos para quien esto escribe, ya que ni Noche en el museo ni el remake de La pantera rosa poseen un ápice de gratitud por esa comedia atrevida y sutil que se fabricaba muchos decenios atrás), o directamente saturada de efectos visuales (Acero puro, por ejemplo). Con todo, Los becarios se antoja disparatada, ligera, agradable, ilusa, desinhibida, a ratos deudora del Hollywood más chusco, pero que funciona a golpe de metrónomo gracias a dos comediantes de urgencia que derrochan química. El resto, ciertamente, se limita a observar desde su atalaya a estos dos vendedores de humo, de la utopía. Porque en la realidad, jamás hubieran optado a sendos puestos en Google (6.000 dólares al mes si eres becario). El emporio puede darse por satisfecho: ya tienen su spot de ciento veinte minutos. ¿Product placement? Chorradas del pleistoceno. Ahora se hacen películas enteras, de cuidada factura, en las que se vende un imposible. Diseñadas a medida, como los mejores trajes. Tiembla, consumidor. O ríe. Eres suyo. ★★★★★

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2013, The Internship. Director: Shawn Levy. Guión: Vince Vaughn. Música: Christophe Beck. Fotografía: Jonathan Brown. Reparto: Owen Wilson, Vince Vaughn, Will Ferrell, Rose Byrne, John Goodman, JoAnna Garcia Swisher, Dylan O'Brien, Max Minghella, Jessica Szohr, Bruno Amato, Josh Gad, Aasif Mandvi, Tiya Sircar, Chasty Ballesteros.

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