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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El hombre de acero

    El hombre de acero

    EL HOMBRE DE VITRUVIO

    crítica de El hombre de acero | Man of Steel, Zack Snyder, 2013

    Lejos, muy lejos. Donde se forjan los mitos como Superman. Allí comenzaba la poética historia de Grant Morrison acerca del héroe sempiterno. A un minuto de la extinción, contemplada por los “científicos desesperados” de un “planeta moribundo”, desde donde partiría la “última esperanza”. Kal-El, hijo de Jor-El. ¿Destino? La Tierra. Kansas, concretamente. Un imán de tornados en el cinturón agreste de Smalville, hogar de Clark Kent (nombre terrícola del mencionado Kal-El), y escondite del penúltimo vestigio del planeta Krypton. La nave superó la barrera del sonido, se tornó bola de fuego justo antes de atravesar las sucesivas capas de gases y chocar estrepitosamente contra los pastos de una granja cualquiera. Y digo “cualquiera” porque sus dueños eran dos humanos del montón, cariñosos y humildes, dentro de un paréntesis que encerraba juegos de supremacía con especies. Así, el muchacho debía crecer como uno más, aun a sabiendas de que nunca formaría parte del Grupo, o al menos no de manera natural, pasando desapercibido. Su verdadera indumentaria llevaba una “S” cosida al pecho, una mayúscula “S” mayúscula que con la que debía cambiar el mundo, quizá desde las alturas o a ras del asfalto, mediante su visión de rayos-x y su hipervelocidad y su fuerza hercúlea y su láser rojo candente. Tras concluir los años de instituto, entraría a la universidad para estudiar periodismo, con la intención de proporcionarse un álter ego medianamente creíble, y demasiado torpe, pero en posesión del inefable don de la ubicuidad: por algo casi siempre llegaba frenético a los sitios. Clark se movía por la redacción con la elegancia de un pato bisoño. Por entonces ya se había convertido en leyenda. Ninguna amenaza —antiguos golpistas krytonianos, hordas de bizarros atraídos por las fuerzas gravitatorias, devoradores de soles, fracturas en esa complejidad llamada espacio-tiempo, monstruos futuristas, Narcisos dictadores, etcétera— supo contrarrestar el elemento más desconocido de este superhéroe con mallas azules y calzón y capa rojos: su orgullo, su madera de salvador endémico. Superman era (es) insólitamente humano, porque no es inmortal. Aunque su talón de Aquiles, o sea la kriptonita, dejó de dañarle, según la argumentación del chamán Grant Morrison. ¿Cuáles son los límites del hombre de acero? ¿Acaso no tiene claroscuros? Sí, y no. Ahí reside parte de su encanto. En el espíritu libertario que sólo conceden las viñetas.

    El hombre de acero

    Hoy toca recuperar al personaje de la gran pantalla, un símbolo del cine manifiestamente aventurero, cuya primera aparición (impresa) se remonta a 1932, cuando Jerry Siegel y Joe Shuster dieron a luz un condescendiente serial sobre un saltimbanqui que perseguía a mafiosos de medio pelo. Nada que ver con la encarnación de Christopher Reeve, el intérprete que nos invitaba a soñar, que soplaba huracanes, que movía montañas, ¡que volaba hacia atrás en el tiempo! (?). El rostro del espectáculo, también. Pero no despreciemos los referentes más perdurables, los de papel y tinta, ya que es en otro cómic —firmado por el fabuloso escritor Jeph Loeb y el no menos sugerente dibujante Tim Sale— donde hallaremos la causalidad del personaje. Sucede cerca del final de Las cuatro estaciones, tras la inundación que ha asolado Smalville. Clark Kent había vuelto en plena crisis no ya de identidad, sino de principios morales. Unos pocos se habían reunido frente a la parroquia, en mitad de la noche, portando velas como efigies del frío invierno, escuchando atentamente las palabras del pastor: “En momentos como éste, es difícil recordar que gracias a las penurias, a menudo hallamos recompensa. Que en momentos de crisis, todo hombre o mujer se define por cómo decide actuar. Y aunque el árbol pierda las hojas y quede cubierto de nieve, llegará la primavera. Y ese mismo árbol volverá a florecer, aún más fuerte después de haber superado el Invierno. Demos gracias por las estaciones, aunque nos parezcan a veces duras y crueles. Porque sólo con su paso podemos valorar de verdad el futuro”. Ese discurso, ésa idea metafórica define punto por punto a Supermán. Y a partir de ahí se construye la película de Zack Snyder, ese realizador que durante algún tiempo, no sin cierto gusto, se empeñó en hacer carrera del slowmotion. Tal vez el mejor o más necesario para resucitar la devaluada franquicia de la editorial DC, que apenas si sobrevivió a la vacua mirada de Bryan Singer y su Superman Returns. Atrás quedan los recuerdos de un emblema pisoteado, en el último rincón de ese baúl a donde acuden los productores con ganas de explotar el enésimo filón. A fin de cuentas, el subgénero de superhéroes es ya una de las mayores fuentes de ingresos de los grandes estudios. O mejor dicho, de las majors.

    El hombre de acero

    Generalmente, El hombre de acero raya a buen nivel. Snyder se une a la nefasta moda del “plano tembloroso”, movimientos de steadicam que remiten al parkinson del operador de cámara, también al capricho estético de un productor —Christopher Nolan— y un director —Zack Snyder— que confunden el realismo con la higiene visual. Hay momentos desagradables, como por ejemplo ese en el cual Kevin Costner, que interpreta a Jonathan Kent, conversa con su hijo pero mis ojos no paran de centrarse en el vaivén. Que alguien traiga un trípode, pienso, cualquier sistema que me deje disfrutar de la imagen. Se difuminan los rostros, se rompe la fascinación. Por suerte, debido a la velocidad misma del relato (que no del montaje, pues éste es minucioso), se visiona sin problemas. Y me convence, sí. Más de horas que pasan como un rayo. El mayor acierto del filme reside en la relación entre Lois (Amy Adams) y Clark: un giro sin peajes nostálgicos. No así la crónica de la muerte anunciada de Jonathan Kent, un tanto ridícula y mal dispuesta. Son detalles que empañan el resultado final, sin duda. El General Zod, por su parte, inquieta gracias a ese descubrimiento que es Michael Shannon, el perfecto sociópata con aspiraciones de Emperador del Cosmos, aunque él se escuda en el porvenir de su especie, de su pueblo. Un planeta que murió desde el núcleo, eones después de su intentona revolucionaria. Todo resulta justificadamente épico. La deuda contraída con los clásicos es imperceptible. Zack Snyder ofrece un espectáculo de primer nivel y, además, (re)inicia una saga de largo recorrido. No es poca cosa, más bien al contrario: El hombre de acero es el reverso individualista de Los vengadores. La respuesta, urgente pero meritoria, a esa orfandad taquillera que ha dejado El caballero oscuro. Aunque en ningún momento alcanza la brillantez que se le presuponía al tándem formado por Nolan, David S. Goyer y el director de Sucker Punch. Pero ya lo decía Lois Lane: “Quien lleva una capa y no parece estúpido, es alguien interesante”. ★★★★★

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2013. Director: Zack Snyder. Guión: David S. Goyer. Fotografía: Amir Mokri. Música: Hans Zimmer, Junkie XL. Reparto: Henry Cavill, Amy Adams, Russell Crowe, Michael Shannon, Kevin Costner, Laurence Fishburne, Diane Lane, Ayelet Zurer, Christopher Meloni, Antje Traue, Jadin Gould, Tahmoh Penikett, Michael Kelly, Dylan Sprayberry.

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