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    Crítica | Perder la razón

    À perdre la raison

    TRES SON MULTITUD

    crítica de Perder la razón | À perdre la raison (Our Children), Joachim Lafosse, 2012.

    El cine europeo siempre ha hecho gala de una gran inquietud por mostrar de manera casi voayerística los entresijos de las relaciones humanas, con sus miserias y sus flaquezas, alejándose del estilo más simplista y evidente de los dramas provenientes de Hollywood. En un año en que realizadores tan representativos de esta corriente como François Ozon o Michael Haneke, han obtenido las mejores críticas de sus carreras gracias a dos cintas tan íntimas y perturbadoras como En la casa y Amour, Joachim Lafosse entrega con Perder la razón (À perdre la raison), su cuarto largometraje, el título que le encumbra definitivamente como uno de los nombres a seguir del cine actual. Tras su estimable debut en 2006 con Propiedad privada –con una magnífica Isabelle Huppert como máximo reclamo–, sus dos siguientes obras, Ça rend heureux (2006) y Éléve libre (2008) –controvertida historia de iniciación sexual de un adolescente gay– no tuvieron la misma repercusión de su ópera prima. Con Perder la razón, Lafosse alcanza definitivamente la madurez como cineasta. Se estrenó con gran éxito de crítica en el Festival de Cannes de 2012, donde su actriz protagonista, la estupenda Émilie Dequenne -13 años después de su primer galardón en Cannes por Rosetta (1999) de los hermanos Dardenne–, se hizo con un merecidísimo premio a la mejor actriz en la Sección “Una cierta mirada”. Tras este reconocimiento, Dequenne no ha dejado de recibir parabienes allá donde se ha presentado la película: ganadora a la mejor actriz en el Festival de San Petersburgo y en los Margritte del cine belga, nominada en los Premios del Cine Europeo, en los Satellite… Sin duda, ella es el máximo acierto de esta interesante película.

    La historia de Perder la razón, basada en hechos reales, nos presenta a Mounir y Murielle, una idílica pareja de enamorados que, como tantas otras, sueñan con hacer planes de futuro en común. Él es un joven marroquí al que André, un maduro médico, apadrinó y trajo consigo a Bélgica. Le dio un techo, estudios y un puesto de trabajo en su consultorio. Cuando la pareja anuncia su boda, André, en principio reticente, se ofrece a pagarles el viaje de novios e insiste en que se queden a vivir en su casa. En un principio son generosos ofrecimientos “desinteresados”, pero con la llegada de los sucesivos hijos del matrimonio –cuatro y muy seguidos–, el médico comienza a inmiscuirse en las decisiones de la pareja. El ser el dueño de la casa, jefe de Mounir y su “mentor”, cree darle derecho a tener siempre la última palabra. Murielle se va sintiendo cada vez más anulada como mujer en esa casa, ya que su esposo parece valorar más las opiniones de André. La cada vez más patente intromisión de esta persona en la relación de pareja y el progresivo desgaste de ésta, consecuencia del cuidado de cuatro niños pequeños, hacen que el carácter de Mounir se vuelva violento e irascible. Murielle caerá entonces en una profunda depresión. Junto a la ya mencionada Dequenne, que aprovecha que su personaje es el que tiene más papeletas para su lucimiento dramático, ofreciendo un recital interpretativo memorable, el trío protagonista lo completan Niels Arestrup y Tahar Rahim. Ambos ya habían coincidido como en la magnífica Un profeta (2009), de Jacques Audiard –que le supuso a Rahim el Premio al mejor actor del Cine Europeo y un César–, y en este filme ofrecen unas buenas actuaciones, aunque siempre por debajo del nivel de su compañera de reparto. Sus personajes, bastante antipáticos y poco agradecidos, contribuyen a que el espectador se solidarice aún más si cabe con el sufrimiento de Murielle, pese a que no comparta el camino que elige para escapar de los problemas. 

    À perdre la raison

    Perder la razón es una obra de autor, de ese tipo de películas en que los largos silencios y las miradas dicen mucho más que cualquier diálogo. De ritmo sinuoso y pausado, la película va envolviendo poco a poco al espectador en su tela de araña, a pesar de la sensación de que no ocurra gran cosa en la historia. Una historia que, sin embargo, esconde más capas de las que parece tener a primera vista, donde la sugerencia prevalece sobre lo evidente. Lafosse maneja magníficamente bien la ambigüedad de la relación entre Mounir y su padrino, despertando dudas en el espectador sobre su verdadera naturaleza en un par de escenas. Una acalorada discusión entre Mounir y su hermano o en un inofensivo momento de padre e hijo disfrutando de una relajante sauna bastan para mostrar la influencia de André sobre Mounir y unos lazos que parecen ir un paso más allá del cariño paterno-filial. También, se tocan en la cinta temas tan interesantes como el choque entre distintas culturas o los polémicos enlaces concertados por conveniencia –varios de los personajes de la historia contraen matrimonio para que uno de los cónyuges obtenga la nacionalidad que le permita quedarse en Bélgica–.

    À perdre la raison

    El filme, que comienza de manera luminosa con la feliz etapa del noviazgo de los protagonistas, va adquiriendo muy sutilmente un tono opresivo –casi de película de suspense–. A partir de ahí es cuando se hace más evidente la influencia de Haneke en la película, mostrando el calvario de una Murielle, continuadamente juzgada por la gente de su entorno y perdiendo progresivamente la autoestima y las ganas de seguir adelante. Cierto es que en ningún momento Lafosse recurre al efectismo o a la excesiva dureza psicológica de las obras de Haneke, pero juegan en la misma liga. Perder la razón no es, a pesar de su notable nivel, una obra maestra de la talla de Amour –donde su protagonista masculino, al igual que Murielle, tomaba una decisión tan drástica como controvertida–. Tras un prometedor inicio, la historia adolece de pequeños problemas de ritmo en su tramo central, pero logra remontar el vuelo en su desenlace, magníficamente ejecutado, en el que su director da un ejemplo de elegancia e inteligencia. Hay muchas maneras de rodar el horror. Se podría optar por el camino más tremendista, mostrándolo gráficamente y en toda su crudeza o hacer lo que Lafosse: permitir que el público se imagine la escena sin perder un ápice de impacto dramático. En definitiva, estamos ante una obra difícil, que deja un enorme poso de tristeza en el espectador, pero también ante una de esas citas imprescindibles del año para los amantes del mejor cine europeo. ★★★★★

    José Antonio Martín.
    crítico de cine.

    Bélgica. 2012. Título original: À perdre la raison. Director: Joachim Lafosse. Guión: Thomas Bidegain, Joachim Lafosse, Matthieu Reynaert. Productora: Coproducción Bélgica-Luxemburgo-Francia-Suiza; Versus Production/Samsa Film/MK2 Productions. Fotografía: Jean-François Hensgens. Música: Adriano Giardina. Montaje: Sophie Vercruysse. Intérpretes: Niels Arestrup, Tahar Rahim, Émilie Dequenne, Stéphane Bissot, Mounia Raoui.

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