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    Cine Alemán Siglo XXI

    THE DEEP BLUE SEA (TERENCE DAVIES, 2011)

    Crítica de The Deep Blue Sea, de Terence Davies
    PARCHES, NO ANTÍDOTOS
    The Deep Blue Sea (Terence Davies, 2011)

    El amor también llega con las bombas. Y no hay búnkeres para resguardarnos de él. En la escena más cortante de The Deep Blue Sea (2011), una septuagenaria de aires nobles le dice a su cansada nuera que no debería utilizar el término pasión, ya que éste no implica nada bueno; que lo cambie por “entusiasmo”. Huelga decir que esa señora es una impertinente sin medias tintas. Su hijo, sin embargo, contempla pesaroso los desaires de su madre para con su mujer. Aunque el dinero bien vale esas contestaciones conservadas al vacío. Ignora, ignorante, que su relación está condenada a morir. De hecho está muerta antes del inicio, cuando un suave movimiento de grúa nos pasea por una calle solitaria de Londres, en un año incierto de la década de los 50, hasta llegar al cuarto de esa misma mujer, que decide suicidarse —sin materializar el acto— induciéndose al sueño eterno con pastillas e inhalando el gas que baña la habitación. Está cansada de vivir y esperar y esperar a su amante, un exsoldado cuyos sentimientos o forma de querer no cumplen las expectativas de ella (al fin y al cabo toda ruptura se debe al desgaste de esas ilusiones autoimpuestas, o al errático deseo de cambiar al otro, una posibilidad tan remota como atravesar una pared de hormigón sin romperte la crisma). Y la depresión que arrastra no ahuyentará a sus demonios, sino todo lo contrario. Basta un simple detalle, un desliz, un olvido sin maldad, para decir adiós definitivamente. Rachel Weisz y Tom Hiddleston son los protagonistas de esta historia —dirigida por el solvente Terence Davies— de amor intemporal y, paradójicamente, caduco desde sus primeros esbozos.

    Tom Hiddleston & Rachel Weisz en 'The Deep Blue Sea'
    Tom Hiddleston & Rachel Weisz en 'The Deep Blue Sea'
    Sin invocar las cursiladas a que se presta, Davies dibuja un relato brutalmente triste acerca de las costuras del amor por reacción espontánea. No hay control, ni cuerdas de seguridad. Ni siquiera existe término medio para definir a una pareja cuya química atraviesa la malla blanca del cine. Hay debacle y, por supuesto, interés en el desarrollo de una metáfora intimista que rescata —casi siempre en interiores teñidos de naranjas y luz natural— un dilema ya contado: qué elegir entre la comodidad que brinda el futuro y el nirvana de la pasión efímera. O mejor dicho: ¿amar o ser amado sin concesiones? Para ello, el realizador se apoya en la exquisita frialdad de una puesta en escena tan refinada como minuciosa. Es fácil colarse por la rendija de uno de esos flashbacks que describen (arrojando luz, sin necesidad de subrayar el pasado) tenuemente pasajes como su primer encuentro sexual, rodado con una elegancia insólita, a través de un movimiento de cámara circular sobre los blanquecinos y desnudos cuerpos de los amantes, que encadenan a su vez con el cuerpo tendido de la suicida. Un aspecto, el de las transiciones, que se ejecuta sutilmente, casi con vocación pictórica. The Deep Blue Sea es, por encima de todo, un libreto —adaptación de la obra de Terence Rattigan— que dispone de la técnica audiovisual para amplificar su drama, su melancolía. Algo que representa naturalmente Rachel Weisz, una actriz que borda todos los registros, que supura una belleza radiante, que puede enamorar a cualquier hombre, ya sea en la ficción o en la realidad. Posee el pedigrí de su tierra y un llanto único.

    The Deep Blue Sea es una película intensa, arrebatadora de principio a fin. Trasciende desde el recuerdo, que se adhiere como el humo de un cigarro a la ropa. Hay en su clasicismo formal un ingrediente irresistible que hará las delicias de todos aquellos que censuran la rapidez de nuestro tiempo. Quizá sea su formidable acento inglés, o su atmósfera palpablemente seductora, o la secuencia de los obreros cantando en un andén subterráneo y a la percusión de las bombas Molly Malone; o quizá el romántico baile en ese pub donde suena —y han cantado previamente al unísono— You Belong To Me, de Jo Sttaford. Es, sí o sí, la certeza del desastre inminente. La crónica del romance quebrado. Todo se moldea, pero sigue estático. Y al final sólo quedan las cenizas de un jardín que fue verde. Esto último no es fruto de mi imaginación. Está ahí: antes, durante y después del amor. Qué cosas.

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Reino Unido, 2012. Título original: The Deep Blue Sea. Director: Terence Davies. Guión: Terence Davies (obra: Terence Rattigan). Música: Varios. Fotografía: Florian Hoffmeister. Reparto: Rachel Weisz, Tom Hiddleston, Simon Russell Beale, Ann Mitchell, Harry Hadden-Paton, Sarah Kants, Steve Conway, Jolyon Coy.

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