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    CIRQUE DU SOLEIL: MUNDOS LEJANOS | CRÍTICA

    Crítica de Cirque du Soleil: Mundos lejanos
    EL VERDADERO ARTE
    Cirque du Soleil: Mundos lejanos (Cirque du Soleil: Worlds Away, Andrew Adamson, 2012)

    Nunca he asistido a un espectáculo del Circo del Sol. Y lo lamento profundamente. Tengo amigos que me aseguran que es una experiencia única, inolvidable, que el nombre de la compañía —un punto exótico y monástico— no resume su exaltación poética de la geometría corporal, de las proporciones áureas de unos hombres y unas mujeres con un físico privilegiado, que se atreven a desafiar las leyes de la física lanzándose desde plataformas impensables, construidas con el mismo sentido estético que nutre sus variopintas creaciones. Son, en definitiva, esculturas que conjugan primorosamente el oficio de las artes escénicas y la espontaneidad más o menos armónica de la fusión. Desde mi infancia, he identificado el circo con la tétrica figura del payaso y las mastedónticas deposiciones de elefantes que hacen posturitas a golpe de látigo, mientras otro domador se juega la vida ante un hambriento y puteado león (o tigre) que, sospechamos, espera tener la oportunidad de coger desprevenido a su estoico caudillo. El circo, en esencia, era asignatura de niños y padres que sesteaban en la incómoda grada, de aquellos niños que al convertirse en muchachos se olvidaban del algodón de azúcar; también del sabor de las manzanas caramelizadas y de ese pegajoso olor a churro en torno a las carpas de las verbenas. El circo español son los míticos payasos de la tele, los primeros tiempos de una familia que es sinónimo de recreo y felicidad, cuyo vestigio último podía contemplarse en las marquesinas que anunciaban el regreso —o el nacimiento o la nueva propuesta— del “increíble circo” de Rody Aragón. Quizá sea un tópico, pero el mundillo circense representa todo eso y mucho más. A veces, incluso, un buen rato de sonrisas provocadas por esos profesionales que agotan sus días rodando de pueblo en pueblo.

    Supongo que los fundadores de Cirque du Soleil, dos canadienses adscritos a un modelo de ocio más complejo y trascendental, identifican esa palabra con un sentimiento renovador, ambicioso y levemente elitista. Después de asistir a la proyección de Cirque du soleil: Mundos lejanos (2012), no tengo ninguna duda del virtuosismo que se presuponía en sus producciones. O mejor dicho, superproducciones. Aquí el productor es James Cameron y su director, un rubio con aspecto de guitarrista heavy, (re)conocido por su trabajo tras la cámara en cintas como Shrek y las dos primeras entregas de Las crónicas de Narnia. Se llama Andrew Adamson, y completa un ejercicio estilístico con precedente: la memorable Pina, rodada también en 3D (por fortuna, meritorio y justificado). En ésta, los discípulos de la bailarina y coreógrafa alemana Pina Bausch, quien revolucionara el mundo de la danza en la segunda mitad del siglo XX, rendían tributo a su desaparecida maestra, y, en la mayoría de casos, amiga. Un paseo –firmado por Wim Wenders- por el corazón del ballet y las más fascinantes performances; hacia el pulmón de Alemania, con distensiones en sus campos verdes, rojizos y amarillentos, con parada obligatoria en las chimeneas del cinturón industrial. Bausch se adelantó a su tiempo como pedagoga y esteta del baile. Y gracias al director de París, Texas, hoy podemos disfrutar de esta fabulosa película en tres dimensiones: no hay trucos, cada plano cuenta con dos capturas diferentes.

    Cirque du Soleil: Mundos lejanos
    Fotograma de 'Cirque du Soleil: Mundos lejanos'
    Se nota que Adamson persigue esa estela. Y, sin duda, logra superarla —gracias al boyante presupuesto y al trabajo de fotografía—. No precisa de florituras argumentales, la historia es sencilla: una joven se enamora instantáneamente del trapecista del circo donde se encuentra. Durante su número, éste cae al suelo y es engullido por la arena. Ella le sigue y ambos van a parar a un país de las maravillas -o más bien un páramo nocturno- en donde se erigen varias carpas, cada una de ellas dispuestas para una escena, como si fueran niveles o capítulos de un juego apasionante. Y, sin embargo, cuando se abre el inmenso telón no imaginas lo que estás a punto de presenciar: una obra maestra de la iluminación, cuyos extravagantes pobladores —seres mágicos nacidos de cualquier cultura pasada y por llegar— han capturado a ese atlético volantinero. La chica buscará por todos los rincones, aunque su presencia es meramente anecdótica: importa la fábula, la supremacía de la línea frente a la rigidez del musical ortodoxo. Es danza, ballet y coreografías que atentan contra la gravedad. Hay en esos actores una suerte de desafío físico, de levitación —acentuada por el ralentí— que transforma sus extremidades en chicle. Ni siquiera se trata de un inequívoco poder estético, sino de belleza. Cirque du soleil: Mundos lejanos es una película hipnótica, deslumbrante. Cuenta con el exquisito score de Stephen Barton y varias canciones de los Beatles y Elvis (fascinante la secuencia con los superhéroes volando entre camas elásticas a ritmo de rock ‘n’ roll), una baza tan atractiva como nostálgica.

    Por supuesto, no recurre a la palabra. Tampoco existen las que podrían describir ciertos giros, contorsiones y dominio de la escena. El manejo de los tiempos y su mecánica convierte el espectáculo en un estímulo visual de primer orden. Cualquier intento de verbalizar lo contemplado es inútil. Y ahora que lo pienso, no debería lamentarme por no haber asistido a ninguna de sus obras. A partir de este instante me resistiré a ir, por si acaso me decepciona. Obviamente, la gama de ángulos y tiros de cámara que ofrece el cine no la encuentras en el teatro, donde tu posición es una inamovible y sólo hay montaje interno. El placer sería menor. Por suerte, esta película me hace olvidar las depresiones actuales. Me hace feliz durante una hora y media.

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2012. Título original: Cirque du Soleil: Worlds away. Guión y dirección: Andrew Adamson. Fotografía: Brett Turnbull. Música: Stephen Barton. Reparto: Matt Gillanders, Lutz Halbhubner.

    Cirque du Soleil: Worlds Away poster
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