Reino Unido, 2025. Título original: «Urchin». Dirección y guion: Harris Dickinson. Compañías: Devisio Pictures, Somesuch, BBC Film, BFI. Festival de presentación: Festival de Cannes (Sección Un Certain Regard). Distribución en España: Karma Films & Filmin. Fotografía: Josée Deshaies. Montaje: Rafael Torres Calderón. Música: Alan Myson. Reparto: Frank Dillane, Megan Northam, Karyna Khymchuk, Shonagh Marie, Amr Waked. Duración: 99 minutos.
La vida de Mike, el joven protagonista de Urchin, se quebró en algún momento de su infancia, probablemente predestinada por un contexto inapelable, trazado con saña desde lo más profundo de algún infierno personal o social. Porque algunas vidas nacen sin posibilidad, siquiera, de abrazar azar borgiano alguno; en las que no hay opción de cruzar puentes, de quemar etapas. Se [sobre]vive; así sin más, como le sucedía al Rodio Raskolnikov de Crimen y castigo (Fiódor Dostoyevski, 1886), que deambulaba por las sombras de San Petersburgo siempre inmerso en una espiral de pobreza, alcohol y putrefacción. Un bucle, precisamente, en el que se halla inmerso Mike, cuya consciencia conjuga la amargura de una cotidianidad miserable —con las dinámicas inherentes a una persona adicta sin hogar— con los sorbos de esperanza que muy de vez en cuando degusta, hasta que la realidad borra su rastro. Es por ello que la única vía de escape de Mike sea justamente cuando su consciencia descansa. Y siempre es buen momento para esto. Ya sea de día o de noche; ya sea trabajando o de fiesta. Si existe un propósito claro en su existencia es que durmiendo todo se aplaca; es la pausa en una vida de soledad y violencia.
Harris Dickinson revela, en su primorosa ópera prima, una mirada honesta y compasiva sobre la pobreza. Más cercana al lirismo del cine de Andrea Arnold que a la sobriedad y empatía que articula la filmografía de Ken Loach, el sempiterno bastión del cine social británico. A su vez, Urchin, recuerda en su tono y sus formas a los viajes bruselenses que firma, salvando las distancias, el belga Bas Devos con Ghost Tropic (2019) y Here (2023). Urchin es una road movie pedestre sin destino posible. Mike, entre despertar y despertar, basa su día en la búsqueda de alimento, el citado mimo para cuidar su descanso, pequeños trapicheos y contactos con la fauna social con la que coincide, entre los que destaca otro veinteañero, Nathan —interpretado por el propio Dickinson—, con el que mantiene una relación de amistad tóxica. Un arrebato de violencia, valga la paradoja, le propiciará la enésima segunda oportunidad en la que emprenderá un camino donde encontrará esbozos de la humanidad que se le ha negado. En este tránsito emergerá la pregunta que rotura todas las dinámicas del filme: ¿es posible la redención tras claudicar, tras abrazar el egoísmo más básico? Porque Mike hace tiempo que se rindió. Poco le importa que le rodee la bondad o que aparezcan en su camino personas dispuestas a ayudar. Sus urgencias mandan y la línea recta es el camino más directo. No hay lugar para la construcción; tampoco para el futuro.
Un fantástico Frank Dillane da forma a esa medio sonrisa, dibujada entre la timidez y el cinismo, con la que Mike afronta su vida. Una falta de pretensiones que se extrapola a las propias imágenes compuestas por Dickinson y su director de fotografía, Josée Deshaies, en las que no hay espacio, como no podría ser de otra forma, para el virtuosismo o la estridencia. La única salida visual, como le sucede a Mike en sus tramos de inconsciencia, son pequeñas fugas oníricas intercaladas en los instantes de introspección del protagonista. Intervalos, de nuevo, de pausa, que arrojan algo de luz, como demuestra su final, sobre el pasado del protagonista. En estos insertos y en pequeños detalles del guion escrito por el propio Dickinson encontramos las raíces de cómo una vida fue condenada al destierro. El joven realizador evita cualquier universalismo, cualquier lectura del fracaso de una generación lastrada por las políticas del neocapitalismo que domina el presente. Al igual que Mike emprende un viaje sin final, Dickinson articula una admirable fábula sin moraleja devenida ouroboros, porque Mike está destinado a repetir un ciclo tras otro antes de una interrupción súbita. Con ello, es en la manera que se representa en pantalla una figura tan compleja e inabordable donde reside la virtud de Urchin, un notabilísimo relato sobre uno de los Juan Nadie que habitan esquinas y callejones de nuestro mundo; una demostración de sensibilidad que elude cualquier concesión al sentimentalismo. Y dentro del amargor que supuran las imágenes, atisbamos un pedacito de verdad: las segundas oportunidades solo son posibles desde la convicción y no desde el desapego. Ningún hombre cruza dos veces el mismo río, ni puede vivir dos vidas; sabedor o no de esto, Mike hace tiempo que eligió bailar con los malditos. ♦

















