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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La anatomía de los caballos

    || Críticas | Karlovy Vary 2025 | ★★★★☆ |
    La anatomía de los caballos
    Daniel Vidal Toche
    Líneas de fuga


    Aarón Rodríguez Serrano
    Karlovy Vary |

    ficha técnica:
    España, Perú, Colombia, Francia, 2025. Título original: «La anatomía de los caballos» (internacional: The Anatomy of the Horses). Dirección: Daniel Vidal Toche. Guion: Daniel Vidal Toche, Ignacio Vuelta. Compañías: Playa Chica Films (España), Pioneros Producciones (Perú), Los Niños Films (Colombia), Elamedia Estudios (España), Promenades Films (Francia). Festival de presentación: Festival de Karlovy Vary 2025 (Sección Próxima). Distribución en España: [Información no disponible]. Fotografía: Angello Faccini. Montaje: Daniel Vidal Toche, Carlos Cañas Carreira. Música: Inur Artegui. Dirección de arte: Juan Pablo Garay. Vestuario: Leslie Hinojosa Cortijo. Sonido directo: Sofía Straface. Duración: 106 minutos. Idiomas originales: español y quechua.

    Hay muchos motivos para considerar La anatomía de los caballos como una de las películas más importantes del año. A nivel contextual, se trata de una alternativa valiente a las habituales coproducciones europeas —el célebre europudding que tanto nos da de sufrir a los espectadores— que traza un eje mucho más interesante a partir de las relaciones entre España, Perú y Colombia. A nivel narrativo, es una de nuestras primeras películas que se atreve a mirar frente a frente al problema concreto del colonialismo español desde una óptica rugosa, áspera, pero sobre todo activa. A nivel formal, es una película demoledoramente bella y misteriosa.

    En un momento en el que ciertas posiciones políticas y filosóficas parecen volver a celebrar esa suerte de imperialismo desaforado español, esa cosa castellana y de guardarropía mesetaria donde el destino universal —dicen— nos llevó a tomar las riendas de los países latinoamericanos para deslumbrarles con nuestros pacíficos y muy equitativos métodos, es necesario que el cine ayude a pensar en otra dirección. En España somos muy de olvidar que hicimos un cine «histórico» —estoy pensando en la tetralogía de Juan de Orduña para CIFESA—, un cine muy de armadura y redoble y sable nobilísimo, al que la historia le importaba un bledo. Recordemos las declaraciones de Rafael Manzano sobre cómo y por qué convenía no ser demasiado riguroso históricamente en las películas sobre el «descubrimiento» de América:

    No somos partidarios de un cine rígidamente histórico, donde pierda la valoración artística por el deseo de producir un efecto didáctico. A Dios, lo que es de Dios, y al cine, lo que al cine pertenece. Los anacronismos son siempre bellos y tienen su razón de existencia (…) Pero que esto se realice para bien de España y de su voluntad imperial. Para triunfo de su hispana gloria (1).


    La broma viene cuando ahora, tantos años después, es el director Daniel Vidal Toche y realiza ese movimiento en dirección contraria: utiliza el anacronismo «siempre bello» y reescribe con una fuerza absoluta una fantasía a la sombra de Tupac Amaru y de su revolución. Y lo hace inventando, hibridando, pasando a toda velocidad de registros históricos a pinceladas experimentales, de miradas antropológicas a pura abstracción cinematográfica. La historia se rompe y la película se desliza por el tobogán incrédulo de la barbarie, conectando de maneras insospechadas bailes y canciones, vagabundeos por el desierto, traumas familiares. Se escucha hablar en Quechua, en castellano, se mantiene el plano sobre las autoridades que realizan negocios turbios en la sombra, se observa a una mujer reflejada en el agua o se deja caer un meteorito, extraña señal divina, como si todo pudiera ocurrir a la vez, al mismo tiempo.

    La película, se dirá, habla de las revoluciones pasadas y de cómo prefiguran las que han de venir. Y es cierto, sin duda. Pero también acoge una revolución en sí misma a la que quiero dar todo el valor posible. Para hablar —entre otras muchas cosas— de los excesos y deudas del colonialismo, la película no se construye en torno a ningún lenguaje audiovisual «prestado». No es como esas obras ridículas que parecen denunciar un genocidio utilizando el lenguaje fílmico que practica el genocida. No debe nada a la narrativa clásica de Hollywood, pero tampoco a la tradición evidente del cine español histórico. No debe nada ni a Juan de Orduña —¡faltaría más!—, ni a Antonio Román, ni a tantos otros nombres hoy ya casi cubiertos de polvo que duermen el sueño de los justos —salvo para nosotros, los historiadores— en los estantes de las filmotecas. Parecería que Vidal Toche ha hundido sus manos en una tradición misteriosa, propia, que puede recordar a algunos a cierto Slow Cinema latinoamericano, a otros a cierta tradición de realismo mágico centroamericana, y que yo —por reivindicar otra obra, también bellísima y valiente— he experimentado como cercana a la de los fantásticos Helena Girón y Samuel Delgado.

    Es importante que centremos nuestra atención en escrituras como la de Vidal Toche para inventar, entre Latinoamérica y España, una manera conjunta de entender el cine y de hacer frente a nuestra herencia compartida. No podemos aislarnos en un relato todavía por escribir de agresiones, deudas y violencia, sino que tenemos que simbolizarlo mano a mano, en una colaboración constante y durante décadas. La tremenda belleza con la que recorre los exteriores no distrae en ningún momento de la claridad con la que pone sus cartas sobre la mesa: la violencia propia de los procesos de enculturación no ha terminado, está ocurriendo aquí y ahora, de manera global, y tiene consecuencias geopolíticas, ambientales, afectivas. No se trata únicamente de defender una pequeña comunidad ante la depredación de sus recursos: está en juego la Historia misma, el orden absoluto del cosmos, el sentido del lenguaje o de las tradiciones. Hay que contaminarse en esa alteridad urgente de supervivientes, porque hoy en día todos somos supervivientes, cada día, de un proceso de opresión simbólica descabellada. Y el cine, un cine como el que aquí se presenta, es de extrema urgencia para poder avanzar.

    Y diré algo más: los planos finales que cierran La anatomía de los caballos tienen una enorme potencia formal, visual, emocionante. Es una película que puede parecer fría, incluso gélida en algunos momentos, pero de pronto realiza un viraje asombroso hacia el futuro. Todas las piezas narrativas encajan (o se desencajan) a la vez, y uno queda asombrado ante el poder mismo que sigue teniendo, en buenas manos, el cinematógrafo. Es una película valiosa, qué duda cabe. ♦

    NOTAS:
    (1): Declaraciones recogidas en PÉREZ RUBIO, Pablo y HERNÁNDEZ RUIZ, Javier (2011). Escritos sobre cine español: Tradición y géneros populares. Aragón: Institución Fernando el Católico, p. 94.


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