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    Crítica | Heart of a dog

    Heart of a dog

    Imagen y memoria

    crítica de Heart of a dog (Laurie Anderson, EE.UU, 2015).

    «El propósito de la muerte es la liberación del amor». En esta frase, que se escucha durante la proyección de Heart of a Dog, resuena la complejidad temática de un filme bellísimo y absorbente. La sentencia está acompañada de una yuxtaposición de grabaciones y dibujos. Gotas resbalan en la pantalla como si se tratara del parabrisas de un automóvil en un día de lluvia: un filtro de los tantos que se han introducido en el montaje remarca el tono nostálgico de la voz de la cantante, poetisa, dibujante y vanguardista, Laurie Anderson, que narra, recuerda, consuela. A lo largo del filme, la voz en off de la multifacética artista aborda diversos temas, a partir de una conexión fluida entre anécdotas e ideas, particulares y universales. La unión, en forma de poema visual, es fortalecida por el devenir sensorial de una serie de estímulos visuales y auditivos; la pluralidad de efectos, canales, raíces que se entrecruzan y mutan. La película fluye a partir de un montaje sinestésico que hace confluir la palabra y la imagen en un diálogo de mutuo crecimiento; la estructura descentrada del/os relato/s evoluciona al ritmo del contagio entre el lenguaje y el fotograma. En tanto, la película da sostén al desbordamiento caótico de una consciencia imaginativa, carece de una estructuración tradicional –y se manifiesta como lo que Deleuze llama un “cuerpo sin órganos”–. Heart of a dog es, ante todo, un viaje múltiple, personal. No solo es difícil poner límites a su alcance temático –si bien es indudable que su reflexión vuelve obsesivamente a la conexión entre tres grandes tópicos: el amor, la muerte, y la memoria– sino que su estilo también es de una flexibilidad que no puede encasillarse ni etiquetarse –la gran diversidad de registros y medios artísticos que se ponen en juego obliga a hablar de una experiencia de cruce de distintas disciplinas artísticas, más que de un simple largometraje; por otro lado, su tono es escurridizo –la voz cuenta sus vivencias con una sensibilidad que cala hasta los huesos–, pero en ningún momento renuncia a la posibilidad de crear humor a partir del sufrimiento. En consecuencia, es posible decir que Heart of a Dog posee todas las virtudes del cine experimental y ninguno de sus defectos: el filme “habla de otra forma”, pues propone una significación cruzada, basada en la asociación antes que en la interpretación lineal. Se trata de una narración que se rompe constantemente y vuelve a reinventarse; un diario de meditaciones que se tacha a sí mismo y se reescribe.

    En Memoria, José Emilio Pacheco escribe: «No tomes muy en serio / lo que te dice la memoria. / A lo mejor no hubo esa tarde. / Quizá todo fue un autoengaño. (…) Quién te dice que no te está contando ficciones / para alargar la prórroga del fin / y sugerir que todo esto / tuvo al menos algún sentido». El poema concibe la memoria como construcción ficticia, resultado de la necesidad del hombre de impostar sentido a las vivencias. Recordar es re-vivir un momento pasado: la memoria está siempre ligada al acto de resistir la muerte. Asimismo está unida al amor: se recuerda lo que se ama y se ama lo que se recuerda. El acto de recordar se revela como un modo de inmortalizar el amor; hacerlo trascender la muerte. Según el Libro Tibetano de los Muertos, el fallecimiento lleva al alma a un espacio metafísico llamado “Bardo”, donde la mente se vacía de todo recuerdo e inicia el camino a una nueva vida. Alrededor de estas ideas se construye el largometraje. Se repite la idea del viaje: de Lolabelle por esta dimensión similar al purgatorio, y de la autora por las diversas etapas del sentimiento de pérdida del ser querido. Resulta un triunfo por parte de la directora la decisión de presentar esta epopeya como collage, pues así lo exige el carácter anárquico de su contenido, que se rebela no como un simple homenaje cuyo mensaje es expresado de forma lineal y precisa, sino como exteriorización de una consciencia compleja y plural. En efecto, la obra de Anderson inaugura numerosos senderos de significación, sin fijar una vía de interpretación exclusiva. En cambio, incita al lector a construir su propia experiencia. Desde este punto de vista, Heart of a Dog es un rompecabezas caótico, sin una guía de realización. Esto va en consonancia con una de las hipótesis de Anderson respecto al individuo: cada persona construye un mundo distinto, podríamos agregar, a partir de la apropiación simbólica de los objetos –la obra de arte se entiende como una experiencia maleable, no limitada ni definida por la figura autoral en tanto dueña del significado–. Por esta razón, este diario de recuerdos, disfrazado de una alabanza poética por la muerte de su mascota, se erige como un autorretrato, marcadamente intimista, donde la directora nos invita a contemplar y experimentar su particular forma de percibir la realidad, pero a partir del cual el espectador edifica su propia praxis sensorial.

    Heart of a dog

    «Este diario de recuerdos, disfrazado de una alabanza poética por la muerte de su mascota, se erige como un autorretrato, marcadamente intimista, donde la directora nos invita a contemplar y experimentar su particular forma de percibir la realidad, pero a partir del cual el espectador edifica su propia praxis sensorial».


    Si algo caracteriza esta obra, es la gran variedad de modulaciones que manifiesta. Si bien ya se ha mencionado la preponderancia de un tono cómico, también insiste a lo largo del filme una actitud elegíaca, lo cual no es de extrañar, puesto que este proyecto nació a partir de las pérdidas que la autora sufrió durante los últimos años: su mascota, que murió hace 4 años, y su esposo, el cantante Lou Reed, fallecido en 2013. El exlíder de The Velvet Underground está ausente en los 75 minutos de película, pero su presencia se siente en cada fotograma, y especialmente en el final, cuando su bellísima Turning Time Around responde a The Lake, escrita y vocalizada por Anderson, cuyo verso principal reza «I walk accompanied by ghosts». Resuena Cuando ya me empiece a quedar solo, de Charly García: «y un montón de diarios apilados / y una flor cuidando mi pasado / y un rumor de voces que me gritan / y un millón de manos que me aplauden / y el fantasma tuyo, sobre todo / cuando ya me empiece a quedar solo». La música, que interrumpe por intervalos la narración, está orientada, así como el resto de los elementos del montaje, hacia la expresividad intimista de las emociones de la directora. Sin embargo, esto no impide que se de espacio en el largometraje a la reflexión acerca de dos asuntos de incumbencia pública. Si la noción del paso del tiempo en relación a la memoria como reconstrucción del pasado es una de las obsesiones de la directora a la hora de narrar acerca de su vida personal, también da pie a deliberar acerca del atentado del 11 de septiembre, o sobre la NSA y el problema de la vigilancia y el registro de la vida de las personas. De igual forma, la metáfora sirve como herramienta para enlazar lo público y lo cerrado: la imagen de un halcón que desciende sobre Lolabelle al confundirla con un conejo da nacimiento a la del avión que sobrevuela Nueva York. Lo privado y lo público logran una sincronía que en ningún momento se siente forzada. Este fenómeno constituye otro de los tantos vínculos que este filme genera con una fluidez extraordinaria: lo cómico y lo trágico, la muerte y la rememoración, el cine y la poesía. De este modo, Heart of a Dog se constituye como un ensayo personal y dinámico, cuyo símbolo predominante es el del peregrinaje: de Lolabelle hacia su siguiente vida, del lenguaje hacia la imagen, del amor hacia la muerte. | ★★★★ |


    Franco Denápole
    © Revista EAM / Festival de Mar del Plata


    Ficha técnica
    Estados Unidos. 2015. Título original: Heart of a Dog. Directora: Laurie Anderson. Guión: Laurie Anderson. Productoras: Canal Street Communications. Fotografía: Toshiaki Ozawa, Laurie Anderson, Joshua Zucker Pluda. Música: Laurie Anderson. Montaje: Melody London, Katherine Nolfi.

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