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    D'A 2015 | Día 7: Las altas presiones / El camino más largo para llegar a casa / White bird in a blizzard

    Las altas presiones

    Buscando espacios

    Séptima jornada del D'A 2015

    Séptima jornada del D’A con una fuerte presencia de producciones nacionales. Ángel Santos presentó Las altas presiones, película inspirada en dos obras anteriores que explora las relaciones humanas desde un punto de vista empapado de melancolía gallega. Sergi Pérez apareció con su debut, El camí més llarg per tornar a casa, que ya pasó por el Festival de Sevilla. Además, pudimos ver la última cinta de Gregg Araki que, pese a que fue producida hace dos años, todavía no se ha estrenado en nuestro país.

    Las altas presiones

    Ángel Santos, España, 2014

    Las altas presiones es una película que parte del entorno en el que transcurre. Galicia, la tierra de la morriña, y Portugal, la cuna del fado, son los escenarios de una historia con trasfondo gris, donde la nostalgia y la certeza de que hubo un pasado que fue mejor inunda el corazón de la película y sus personajes. Miguel vuelve a su Pontevedra natal tras una ruptura amorosa en busca de localizaciones para un largometraje. Recorre los espacios vacíos y abandonados de antigua fábricas. Los graba insistentemente con su pequeña cámara, buscando espacios fílmicos que puedan albergar vida de nuevo, aunque sea a través de la ficción. El director Ángel Santos nos habla de la dificultad de volver a casa, de volverse a relacionar con las raíces cuando la desesperanza lo invade todo. El nuevo largometraje del director gallego está salpicada de sutiles referencia a la situación social del país a través de una historia mínima que apunta a temas globales. Esa delicadeza y sutileza es el buque insignia de la película. En Las altas presiones debemos leer entre líneas, entre las conversaciones y miradas de los personajes, entre las imágenes y los espacios retratados, para sumergirnos en el interior de las sensaciones y del tono nostálgico que desprende la puesta en escena. 

    El círculo, con la idea de algo que empieza y termina en el mismo punto, es, de algún modo, la forma subyacente que reina en el metraje. El movimiento de la cámara, el caminar sin rumbo de los personajes y hasta las canciones que suenan remiten a esta idea de volver al inicio, mientras por el camino hemos perdido algo de nuestra felicidad. Porque es cierto que Las altas presiones destila un profundo pesimismo y desencanto ante la incertidumbre de nuestra existencia, de una generación que se ha perdido en sí misma. Sin embargo, Ángel Santos no renuncia a dar un rayo de esperanza. La sutileza de la que veníamos hablando, que deshecha cualquier regocijo excesivamente dramático, mantiene su coherencia hasta en el desenlace, que no es ni un happy end propio de la comedia romántica ni un enseñamiento enfermizo con la miseria de sus personajes: es una puerta abierta que invita a intentar explorar las oportunidades que, sin esperarlo, nos presenta la vida. [82|100]

    El camino más largo para llegar a casa

    El camí més llarg per tornar a casa

    Sergi Pérez, España, 2014

    Esperábamos mucho de la primera película de Sergi Pérez, que contaba con el aval de la ESCAC, la escuela de cine catalana que tantas alegrías nos ha deparado en los últimos años. El camí més llarg per tornar a casa comparte con la  obra de Ángel Santos el continuo deambular de sus personajes. Joel despierta en su casa y encuentra al perro de su mujer, Elvis, agonizando en el baño. En ese momento emprende un periplo por las calles de Barcelona tras verse obligado a salir de casa y, al dejarse las llaves dentro, su obstinada necesidad de volver al hogar se convierte en el único motor cuando a su alrededor todo se desmorona. También como en la cinta de Santos, la sutileza en la manera de explicar la trama adquiere un rol principal. Estamos ante un cine que no necesita ponerle en bandeja al espectador lo que está ocurriendo, sino que prefiere que se vaya extrayendo a partir de las conversaciones mínimas que entablan sus personajes. El mayor escollo de esta ópera prima es que esa sutileza en el tratamiento del argumento y los diálogos contrasta con una representación en brocha gorda del conflicto que atraviesan. La opción del personaje (y, por ende, de la película) de renunciar a escenas dramáticas produce justo el efecto contrario: las imágenes acaban teniendo un dramatismo impostado, forzado por situaciones que, en ocasiones, rozan la pornografía banal del sufrimiento (el recurso del perro moribundo era una un caramelo que ha salido amargo). Sergi Pérez es implacable con su personaje: evita cualquier tipo de empatía con él. Y no es que esto deba suponer ningún problema, pero la manera de retratar el viaje existencial de su rold (con algunos cambios en el punto de vista un tanto aleatorios y problemas en la fotografía de algunas escenas) machacan una historia que requería de más delicadeza y menos autoconciencia. [44|100]

    White Bird in a Blizzard

    White bird in a blizzard

    Gregg Araki, Estados Unidos, 2014

    Las últimas incursiones en el análisis de la adolescencia se han realizado desde la inmediatez del momento, intentando dotar de profundidad al relato para señalar a la sociedad y el entorno como detonante de un futuro incierto. Ejemplo de ello son las dos últimas películas del clan Coppola: tanto The Bling Ring, de Sofia, como Palo Alto, de la debutante Gia, intentaban llegar al fondo del asunto a través de una artificialidad que erraba en su objetivo y acababa confiriendo al conjunto de altas dosis de impostura. En su nueva película, Gregg Araki huye de esa puesta en escena y prefiere remontarse a los 80 para contar la historia de Kat Connor, una adolescente marcada por la desaparición de su madre. Si las Coppola tenían claro dónde querían apuntar pero les falló el planteamiento, Araki sabe manejar perfectamente sus cartas, pero le falta definir con claridad su diana.

    White Bird in a Blizzard deambula por demasiados lares como para encontrarse a sí misma. Estamos ante lo que parece el despertar adolescente de la joven Kat, que se convierte en un thriller sobre la desaparición de su madre a la vez que va girando hacia un drama familiar de primer orden. Este ir y venir de registros, tramas y focos de atención provoca que la película avance errática. Araki intenta solucionar este problema en la sala de montaje, evitando crear una historia lineal y optando por transformar la narración en un juego de flashbacks que provoca justo lo contrario y hace más evidente esta falta de rumbo. Pese a todo, la película alcanza sus mejores momentos y termina siendo digerible gracias al gran trabajo de sus dos actrices protagonistas, Shailene Woodley y Eva Green. Posiblemente estemos ante el mejor papel hasta la fecha de Eva Green. Si bien es cierto que el papel de madre medio loca con problemas psicológicos siempre es muy agradecido, la actriz francesa consigue mutar su rostro hasta hacer suyo el personaje. Eva Green convierte lo que podría ser una simple mueca en una herramienta para construir un personaje complejo y delicioso que nos captura desde la primera escena. [52|100]

    Víctor Blanes Picó
    Enviado especial al D'A 2015


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