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    Crítica | La habitación azul

    La habitación azul, de Mathieu Amalric

    Obsesión, sexo y fatalismo a la francesa

    crítica a La habitación azul (La chambre bleue, Mathieu Amalric, Francia, 2014).

    Comenzar a ver La habitación azul, el nuevo largometraje de Mathieu Amalric, es sumergirse en un óleo desaliñado donde el azul manda; zambullirse en un thriller elíptico e hipnótico donde convive un tono sensual, fatalista y burlesco distanciado, por fortuna, de la frialdad propia de sus colegas de género. La historia facturada en esta ocasión por el director de la laureada en Cannes Tournée (2010), que traslada del papel al celuloide la novela homónima de Georges Simenon, se subordina de pleno a un complejo formato de puzle, un relato en flashback encadenado de forma brillante que exige una elevada atención por parte del espectador. Estamos ante una obra inusual e intensa, rendida por completo a una estética fascinante y original hija de la Nouvelle vague y al imaginario de la pintura impresionista; una cinta que basa su magnetismo en la plasticidad de planos arrítmicos e irregulares y contrastes cromáticos agudos. Amalric inunda la música de significados evocadores, y buena muestra de ello es la primera secuencia surcada por la bella sinfonía de Grégoire Hetzel. También emplea con astucia la imagen como músculo vital de expresión, impregnándola de símbolos acerca de las intrigas acontecidas en torno a los frenéticos amantes protagonistas. Y les anticipo que el resultado global es una gran película que rompe el empobrecido corsé del thriller judicial que, dicho sea de paso, se usa más como pretexto que como cimiento, y que lejos de hacernos cavilar exclusivamente acerca del supuesto asesinato y pertinente investigación policial, ronda temas más profundos y psicológicos como la interrelación estrecha entre amor y odio, el pecado de la tentación extraconyugal y el destino inexorable, ese temible pathos tan propio de la literatura grecolatina ligado a los protagonistas. También es destacable la constante contraposición de dos deseos encontrados: la comodidad y cariño de la vida familiar y la irresistible atracción sexual que conduce a las ganas de huir. En medio de ambos anhelos, un hombre acorralado por las acusaciones ofensivas del juez y el réquiem sentimental en el que se ha visto implicado.

    El arranque de La habitación azul nos aclara que estamos ante una cinta hipervitaminada y sometida a la máxima condensación, de saltos temporales regresivos tan arremolinados como simbólicos y ritmo veloz. La conversación inicial ya tiene un regusto, que desde el futuro del protagonista se nos antoja melancólico, incluso premonitorio. En la primera secuencia vemos a un hombre y a una mujer despojados de todo contexto externo a esa habitación azul de hotel que da nombre a la historia. Los observamos desearse sin tapujos, morderse con desesperación, desgastar sus cuerpos en una fiesta pirotécnica de hormonas, para luego intercambiar unas palabras de las que extraemos que su situación se trata de una aventura fuera de los lindes de sus respectivos matrimonios. «¿Si yo consiguiera la libertad, ¿te liberarías tú también?», fabulan los amantes en la penumbra tras el orgasmo, quién sabe si realmente enamorados o sugestionados por la euforia del momento. El caso es que el filme nos traslada de inmediato a un despacho de interrogatorios en comisaría, donde el misterioso y perplejo Julien, interpretado a la perfección por el propio Amalric, comienza a recapitular el comienzo de su idilio amoroso varios meses atrás. Mientras el juez de instrucción (Laurent Poitrenaux) le realiza preguntas con severidad para investigar un informe de autopsia cuyos datos desconocemos, Julien, turbado, se atasca para encontrar las palabras salvadoras que lo expíen de culpa, argumentando que «la vida es diferente cuando la vives que cuando la cuentas después».

    La habitación azul, de Mathieu Amalric

    Así, nos vamos poniendo en situación del enredo emocional, bajo un suspense siempre presente, y agradeciendo el gran sentido de uniformidad y cohesión emocional que la cinta mantiene a pesar del claro sello minimalista que compone su trama fragmentada. El lado femenino del romance de Julien, es la magnética Esther (Stéphanie Cléau, compañera sentimental del director en la vida real y coguionista de la obra.) Él trabaja como director de una pequeña empresa de aperos agrícolas y ella regenta una farmacia en una pequeña localidad natal. Los dos están casados, él vive con su mujer Delphine (Léa Drucker) y su hija, y Esther comparte alianza con un hombre de salud frágil llamado Nicolas. Uno de los rasgos más interesantes que subyacen en la cinta es la caracterización de una pequeña zona rural francesa, un ambiente provinciano que percibimos como opresor para los amantes, y la incidencia que en el crimen y en la relación extramatrimonial tienen los cotilleos, el espionaje advenedizo, el boca a boca chismoso de las farmacias, los bares y pequeños comercios. La elección de una perspectiva unipersonal tan limitada, convertida en único ángulo de visión para el espectador es la responsable de nuestro total desconcierto, y es que todos los posibles puntos de vista narrativos se hallan suprimidos, a excepción del de Julien, por lo que vivimos con él la desfragmentación de su aturullada pesadilla, sin saber siquiera hasta pasada la mitad del metraje quién es el cadáver de la autopsia.

    La habitación azul, de Mathieu Amalric

    Mathieu Amalric apuesta por el cine del arrebato y del vitalismo desesperado: ilusorio, claustrofóbico, manierista y entregado a esa pasión insana que nos consume a bocados, a unas sensaciones obtusas que sabotean todo el rato nuestra percepción del crimen. Casi todo el metraje huye con habilidad del tiempo lineal y se concentra en un puñado de añicos dispersos por la memoria del protagonista, convirtiendo así La habitación azul en un viaje hipnótico por la mente del confuso Julien, un hombre lleno de contrastes que provocan nuestra duda, mientras que el obsesivo perfil de Esther cumple todos los requisitos de astuta femme fatale obcecada por el sueño de una vida nueva. La cinta nos hace cómplices de un laberinto de delirios y testigos de una brumosa odisea sexual, obligándonos a bucear por un laberinto de armonías rotas, primeros planos sesgados o situados en el extremo del fuera de campo. Es todo un ejercicio desentrañar la maravillosa fotografía de Christophe Beaucarne, consagrada tanto a glorificar el desnudo femenino como a sugerir el horror posterior. Al reconstruir a duras penas la complejidad de este rompecabezas nos acabaremos dando de bruces frente a un desenlace abierto y ambiguo, tan tóxico como el amor nocivo y rabioso que hemos presenciado. Tan inteligente que querremos volver, algún día, a trazar su recorrido y apuntar a otro asesino con el dedo. Esto se debe al uso soberbio que Amalric hace de la elipsis como principal recurso narrativo, negándonos todo el tiempo la comprensión fácil de la solución del conflicto. Es probable que La habitación azul sea demasiado blanda o inconclusa para los puristas del thriller, pero si quieren deleitarse con una experiencia visual fascinante, misteriosa y lasciva, están ante una de las grandes candidatas del año. Ya saben, como alega Julien, «la vida es diferente cuando la vives que cuando la cuentas después». | ★★ |

    Andrea Núñez-Torrón Stock
    Redacción Santiago de Compostela


    Francia, 2014, La chambre bleue (The Blue Room). Director: Mathieu Amalric. Guión: Mathieu Amalric (Novela: Georges Simenon). Productora: Alfama Films. Música: Grégoire Hetzel. Fotografía: Christophe Beaucarne. Reparto: Mathieu Amalric, Léa Drucker, Laurent Poitrenaux, Stéphanie Cléau, Mona Jaffart. Presentación oficial: 2014: Festival de Cannes: Sección oficial ("Un Certain Regard"), 2014: Festival de Mar del Plata: Mejor director - Astor de Plata.


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