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    El día en que Espartaco conoció a Carmen Polo

    Bikini

    Pedro Zaragoza fue alcalde de Benidorm cuando Benidorm era todavía un pueblo de pescadores con imán para las suecas y los pudientes del Norte. En 1953, Pedro Zaragoza arrancó su Vespa y se presentó en El Pardo horas más tarde, cumpliendo audiencia con el Caudillo, que nunca fue de risa fácil y le costaba entender los pormenores de la economía mundial y sus vertientes geopolíticas. Intuyó Zaragoza la importancia del biquini como efecto llamada turístico, y así se lo hizo ver a su interlocutor, al tiempo atado en corto por su cónyuge La Collares, quien escrutaba al valenciano igual que Harpo afilaba tijeras antes de cortar un bolsillo más o menos incauto. Es sabido que doña Carmen Polo, que así se llamaba la mujer de Francisco Franco Bahamonde, no se venía con chiquitas y que sus bragas hubiesen competido en aspereza con las de Margaret Thatcher, aunque (sí) la muy british se habría retirado finalmente por los jirones de sus alforjas ortopédicas. No hubo fortuna porque la cronología no coincide y, también, porque nadie, ni tan siquiera Iron Lady, se atrevería a cuestionar el poder beatífico de la primera dama española. Y es que Carmen Polo dormía con un ojo cerrado y otro medio abierto para admirar en silencio el brazo incorrupto de Santa Teresa, que, según Carmen Enríquez, "presidía el dormitorio del matrimonio". Ahora salen a la luz unas declaraciones que corroboran la influencia que ejercía Polo sobre cualquier decisión concerniente al país. En su perspicaz libro Yo soy Espartaco (Capitán Swing), Kirk Douglas cuenta que un día Carmen Polo se presentó en el rodaje de la película de Stanley Kubrick, entonces en tierras españolas, Guadalajara y Alcalá de Henares cobijando a los insurrectos, para exigir un generoso donativo a su "organización benéfica". Tal donativo se materializó en las arcas de esta doña sin muchos recatos, y Douglas y el staff del filme escrito por Dalton Trumbo —aquí libre de seudónimos gracias a la tenacidad del actor—, pudieron seguir su plan de rodaje en la Península Ibérica.



    "¿Quién lleva los pantalones en este reino?" se adivinaba pregunta de interés ministerial alrededor de un corrillo, eso sí, con la cabeza gacha y gibas de camello sin raíces espinosas que llevarse al estómago. El director Óscar Bernàcer resucita en Bikini. Una historia real el breve, pero importante, episodio que instruyó a Pedro Zaragoza como invitado de lujo, siempre que gustara, al palacete de una familia no exenta de vulgaridad y patetismo (¡tan necesario!, ¡tan español!), por el cual solemos reír a mandíbula batiente. Quizá sin ganas, con poso trágico, a la manera en que Carlos Areces (Franco) se ríe con su barriga hipster. Mientras Zaragoza (Sergio Caballero) y una Carmen Polo —Rosario Pardo con collar y pendientes de perlas, negrísima y ridícula en alma toda sí— cada vez más dúctil acuerdan las bases de una concesión que seguramente horrorizará a los cuervos de la Iglesia, por entonces con derecho de pernada institucional y no institucional. O sea, como ahora; como siempre en España. Explicó el alcalde, a la postre cofundador del Festival Internacional de la Canción de Benidorm, que este acuerdo le había costado a él hospedar en su propia casa —¡durante sucesivas vacaciones de quince días en primavera y quince en verano!— a Carmen Polo, a la hija de ésta, al yerno y su progenie.

    Sólo tras visionar Espartaco y La escopeta nacional y leer el cuaderno de bitácora de Kirk Douglas, se entiende bien lo que significa el orgullo clasista frente a la pasión verdadera: un marqués, el de Villaverde, diciendo ya en 1989 que "llega un momento determinado en que una vaca se queda sin leche y hay que comerse la vaca", y la hermosa Jean Simmons casi susurrando: "Oblígame a no abandonarte nunca".

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