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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Tres adioses

    || Críticas | SEMINCI 2025 | ★☆☆☆☆
    Tres adioses
    Isabel Coixet
    La estetización de la vida


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    España, 2025. Título original: «Tres adioses». Dirección y guion: Isabel Coixet y Enrico Audenino. Compañía: Cattleya, Ruvido Produzioni, Bartlebyfilm, Buenapinta Media, Bteam Prods, Perdición Films, Apaches Entertainment, Tres Cuencos AIE. Festival de presentación: Toronto International Film Festival (sección Special Presentations). Distribución en España: Bteam Pictures. Fotografía: Guido Michelotti. Montaje: Jordi Azategui. Reparto: Alba Rohrwacher, Elio Germano, Francesco Carril, Silvia D’Amico, Galatea Bellugi, Sarita Choudhury. Duración: 120 minutos.

    El gran problema de Tres adioses es su fijación obsesiva por encontrar la belleza y la emoción de la vida. Dicho así puede sonar grandilocuente, pero las imágenes de Coixet lo son. Habría que preguntarse, entonces, cuál es su definición de belleza y de emoción, al servicio de qué están y cuáles son las consecuencias que provoca su búsqueda. La película se abre con la imagen de un atardecer; el trabajo con la luz y los colores está dirigido a reducir sus matices y amplificar las tonalidades naranjas y azules para conseguir el mayor contraste posible: la belleza —la concepción que de ella tiene la directora— sólo puede alcanzarse deformando la realidad. Un par de planos aéreos de las calles de Roma y de sus personajes cruzándolas en moto confirman que Tres adioses es puro territorio Coixet: cine cosmopolita, cine de grandes ciudades genéricas, carentes de pasado y de diferencias, cine de discusiones íntimas en las que las calles, la luz y la meteorología están subordinadas a las emociones de los personajes, cine de gastronomía gourmet, cine de lujos y frases pomposas, cine de imágenes trilladas, vistas una y mil veces. Un cine, en fin, plagado de clichés posmodernos. Y el cliché, ya lo escribió Serge Daney, no es más que una imagen que no mueve a nadie. Aunque también podría decirse que es la cristalización de una imagen irreal, de una idea abstraída del mundo, producto directo de un prejuicio surgido de la subjetividad de clase.

    El de Coixet quiere ser un cine elegante —concepto clasista donde los haya—; por eso, cuando su protagonista, enferma de un cáncer intestinal cuya existencia todavía desconoce, va corriendo al baño para vomitar, la imagen sufre un completo desenfoque, evitando que los espectadores tengan que observar algo “desagradable”; por eso, en el plano siguiente, Alba Rohrwacher está situada en la esquina superior derecha de la composición, dejando un gran espacio vacío en su centro que pasa a ser ocupado por un geométrico halo de luz cálida que entra por la ventana. Como, según la película, las consecuencias fisiológicas de la enfermedad no son muy atractivas para los espectadores, hay que contrarrestarlas con un esteticista trabajo con la luz. La elegancia del cine de Coixet es, por tanto, una elegancia burguesa que convierte la enfermedad en signo de debilidad y vergüenza, en algo que esconder detrás de la máscara que los personajes utilizan para ocultarse. Así, la belleza es esa máscara, ese caparazón artificioso que borra la realidad y la sustituye por una proyección “lírica” de la misma. Tres adioses es una obra kitsch, puesto que “persigue un trabajo bello, no bueno, y por consiguiente fija su interés en el efecto estético” —la definición es de Hermann Broch—. La deformación y sustitución del mundo es el paso ineludible que hay que dar previo a su posterior estilización.

    Coixet utiliza todo tipo de recursos visuales con tal de inyectarle a sus imágenes la tan ansiada belleza: cámaras lentas, sobreexposición de los planos, marcado énfasis en la vivacidad de ciertos colores, recuerdos felices filmados en formato super 8, secuencias de montaje en las que una música sentimental ejerce de compás totalitario de las imágenes, amaneceres y atardeceres convertidos en postales turísticas sobre las que unos pájaros trazan fabulosas coreografías. De nuevo, clichés artificiosos que Coixet recoge del ámbito del videoclip. El resultado de la obsesión de Tres adioses por resultar hermosa, elegante y emocionante es la total anemia expresiva de sus imágenes: no sólo no hay una idea detrás de sus secuencias, sino que estas ni siquiera consiguen cumplir su propósito de enamorar, epatar y emocionar —en ese orden concreto— a los espectadores. El cliché es una imagen que, además de no mover a nadie, tampoco conmueve.

    Todo en la película es falso, irreal e inconscientemente ficticio, empezando por el guion. Lo que comienza como una comedia romántica sobre aburridas parejas pequeñoburguesas que discuten sobre minucias, no tarda en convertirse —muy a su pesar— en un predecible melodrama sobre la muerte y las diferentes formas de afrontarla. Entre esos dos estados del guion; entre los chistes clasistas —uno de los protagonistas llega a decir que le “da igual dónde vivir, mientras no sea en el Trastévere” (histórico barrio obrero de Roma)— de unos personajes a los que Coixet filma con fascinación y unas lacrimógenas secuencias que intentan imponerle a los espectadores una emoción; entre la comedia más insustancial y la tragedia más enfática, no falta un recorrido por las zonas turísticas de Roma, unas cuantas referencias superficiales a Feuerbach para darle un toque intelectual al relato, diálogos pretenciosos con espíritu aforístico propios de un anuncio publicitario, y una sentencia final sacada de esos libros de autoayuda de los que la cinta se burla —por muy mal momento que estés pasando, siempre te puedes comprar un helado—. Que Tres adioses prefiera la belleza antes que el conocimiento es el síntoma que evidencia su carácter reaccionario. Walter Benjamin escribió hace unas décadas sobre los peligros de la estetización de la política, sobre las implicaciones negativas que tenía la utilización de la imagen como una teatralizada puesta en escena que ocultase la realidad. Sobre la superficie, la cinta de Coixet no tiene connotaciones políticas, pero ese es su gran éxito: hacer pasar su ideología por una —falsa— representación estilizada de la realidad. ♦


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