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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Los domingos

    || Críticas | Cobertura SSIFF 2025 | ★★☆☆☆
    Los domingos
    Alauda Ruiz de Azúa
    Apuntes sobre una objetividad falseada


    Rubén Téllez Brotons
    San Sebastián |

    ficha técnica:
    España, 2025. Título original: Los domingos. Duración: 115 min. Dirección: Alauda Ruiz de Azúa. Guion: Alauda Ruiz de Azúa. Fotografía: Bet Rourich. Compañías: Coproducción España-Francia; Buena Pinta Media, Colosé Producciones, Encanta Films, Sayaka Producciones, Movistar Plus+. Reparto: Blanca Soroa, Patricia López Arnaiz, Miguel Garcés, Juan Minujín, Nagore Aranburu.

    De Los domingos se ha dicho que es una película eminentemente “objetiva”; que presenta una confrontación ideológica/dialéctica sin tomar partido por ninguna de las dos partes, dejando que sean los espectadores quienes decidan y se posicionen. La primera objeción que habría que plantearle a dicho punto de vista es: ¿sobre qué tienen que posicionarse los espectadores?, ¿qué es lo que tienen que decidir? Porque si lo que la película supuestamente presenta es una formulación contemporánea de la batalla entre el racionalismo y el irracionalismo, entre el laicismo y la fe ciega y fundamentalista, dicho posicionamiento no va a estar condicionado por las imágenes de la película, puesto que estas son supuestamente “objetivas”. Cosa distinta sería que la cinta de Alauda Ruíz de Azúa se preguntase por el papel que la religión tiene en la sociedad contemporánea, por el poder que ejerce sobre la ciudadanía o por los motivos que llevan a una joven de diecisiete años a decidir que quiere ser monja de clausura. Si Los domingos hiciese preguntas concretas, pero no ofreciese respuestas claras, sí que serían los espectadores quienes tendrían que responderlas. Pero no es el caso. En primer lugar, porque Ruiz de Azúa ha hecho una película de tesis; y, en segundo lugar, porque para que dicha tesis pueda sostenerse, la directora ha tenido que dejar fuera de campo algunos aspectos fundamentales de la realidad de sus personajes.

    No se le puede negar a Los domingos la sutileza con que impone su tesis. “Su mensaje social no es algo añadido, sino inmanente en el acontecimiento (...) Esta tesis no se presenta jamás como tal, ya que el encadenamiento de los hechos es siempre de una verosimilitud a la vez rigurosa y anecdótica”. La cita es de André Bazin, y la película a la que hace referencia es Ladrón de bicicletas, aunque se la puede extrapolar perfectamente para describir la estrategia narrativa de Los domingos. Sin embargo, si en la película de De Sica la presentación de la tesis como la única desembocadura posible de los acontecimientos narrados era una estrategia discursiva lógica y honesta, el resultado de una lectura comprometida de la realidad de su tiempo, en la obra de Ruiz de Azúa es el producto de un ocultamiento parcial de los sucesos que marcan el devenir de los personajes. Y es que si la directora realmente pretendía convertir su película en un intercambio dialéctico que le permitiese desplegar el punto de vista de la joven creyente y el de su familia atea, el inicio del relato tendría que haber estado marcado por el inicio de la fe de la protagonista: sólo así se podría haber indagado en el proceso mental que la lleva a renunciar a la razón.

    Cuando la película comienza, Ainara ya tiene decidida su entrada en el convento: por tanto, Ruiz de Azúa le niega a los espectadores la posibilidad de escrutar el origen de su fe. Todo parece indicar que la monja interpretada por Nagore Aranburu ha utilizado las carencias afectivas de la protagonista para —en palabras del personaje interpretado por Patricia López Arnaiz— “lavarle la cabeza”, pero como la directora omite dicha etapa en el proceso de desarrollo de su conciencia, un gran vacío cognoscitivo se abre entre la película y los espectadores. Así, Los domingos no es una obra sobre la fe, la religión o los efectos que esta provoca en la cotidianeidad de los personajes, sino una sobre la frustración provocada por la imposibilidad de mantener un diálogo. Mejor dicho, la propia película es una expresión de dicha frustración, puesto que su núcleo dramático lo constituyen una serie de escenas en las que la familia de Ainara intenta sin éxito hablar con ella para que les explique los motivos de la premura con la que quiere tomar los hábitos. El silencio de la joven es la más clara expresión de una ausencia de argumentos lógicos que Ruiz de Azúa decide legitimar a través de la puesta en escena.

    Y es que el trabajo que realiza la responsable de Cinco lobitos con la cámara tiene como propósito único y último su propia anulación: para conseguir esa simulación de objetividad, Ruiz de Azúa limita la expresividad de los planos a fuerza de mecanizarlos. Las conversaciones están enteramente filmadas en planos-contraplanos que no enfatizan el carácter dramático de las situaciones ni escrutan las emociones o pensamientos de los personajes que en ellas intervienen. No hay más profundidad que la que puedan ofrecer las palabras, y las palabras, ya se ha dicho, no devuelven la imagen de un pensamiento en constante estado de cuestionamiento y diálogo, sino el más inerte reflejo de su negación como herramienta de comunicación y conocimiento. A fuerza de omitir las connotaciones negativas, el sustrato de coerción y violencia psicológica que se oculta bajo el silencio de Ainara, bajo su negativa a escuchar cualquier razonamiento que su familia —sobre todo su tía— le pueda ofrecer, Ruiz de Azúa pone en la misma escala de legitimidad el racionalismo y el irracionalismo. Así, a través de la neutralidad de la puesta en escena en las abundantes secuencias de diálogos frustrados y de la omisión del origen de la fe de Ainara, la directora consigue que la única conclusión lógica que se desprende del conjunto de situaciones particulares que configuran la totalidad del argumento sea la de que la joven verdaderamente ha sentido la llamada de Dios y que, por tanto, aquellos familiares que han intentado convencerla de lo contrario no son sino unos intolerantes incapaces de aceptar su decisión.

    La supuesta “objetividad” de Los domingos, surge, por tanto, de su capacidad para presentar su tesis como una conclusión lógica e incluso natural del relato. Y, aunque la agudeza de Ruiz de Azúa es innegable, no se puede obviar que hay determinadas decisiones narrativas y formales destinadas a enfatizar el verdadero propósito de la obra. Que la película se cierre con una secuencia de montaje —en la que no faltan composiciones simétricas y esteticistas con la cruz como eje central del encuadre, además de primeros planos a cámara lenta que se deleitan en los rituales previos a la toma de los hábitos— que condensa los momentos de preparación de Ainara previos a su entrada en el convento al ritmo de un canto gregoriano no es precisamente una demostración de objetividad. Como tampoco lo es que, en los compases finales de la cinta y contraviniendo todo lo narrado hasta el momento, la tía atea de Ainara termine discutiendo con absolutamente todos los personajes por cuestiones económicas, y actuando movida por el rencor, la rabia y la crueldad, casi como demostrando que su sobrina llevaba razón cuando en escenas previas defendía que la vida fuera del convento era superficial, insustancial e insatisfactoria. Carlos F. Heredero ha acertado al escribir que Los domingos es “una fácilmente manipulable película para reclutar vocaciones en las parroquias”, puesto que su propósito último no es plantear preguntas sobre el poder que la religión tiene en la sociedad contemporánea y el modo en que lo ejerce, sino reforzar la fe de los creyentes. ♦


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