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Los malditos
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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Pecadores

    || Críticas | ★★★★★
    Pecadores
    Ryan Coogler
    El músico que vendió su alma


    José Martín León
    Telde (Las Palmas) |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2025. Título original: Sinners. Dirección: Ryan Coogler. Guion: Ryan Coogler. Producción: Ryan Coogler, Zinzi Coogler, Sev Ohanian. Productoras: Proximity, Warner Bros. Fotografía: Autumn Durald. Música: Ludwig Göransson. Montaje: Michael P. Shawver. Reparto: Michael B. Jordan, Hailee Steinfeld, Miles Caton, Wunmi Mosaku, Jayme Lawson, Omar Benson Miller, Delroy Lindo, Jack O'Connell, Lola Kirke, Yao, Li Jun Li.

    "Hay leyendas que hablan de gente que tiene el don de hacer una música tan auténtica que puede conjurar a los espíritus del pasado, pero también puede romper la barrera que separa la vida y la muerte". Leyendas urbanas o no, lo cierto es que siempre se han escuchado historias como la del músico Robert Johnson, quien supuestamente habría vendido su alma al diablo en un cruce de caminos, a cambio de tocar la guitarra como nadie. Convertido en una de las primeras personalidades que tuvieron el dudoso honor de pertenecer al triste "club de los 27" –artistas que fallecieron, en la cúspide de su éxito, a la edad de 27 años–, aquel poeta maldito del blues no aparece mencionado en la última película de Ryan Coogler, pero no cabe duda de que el director ha debido encontrar inspiración en su figura para construir a su protagonista, Sammie, el joven hijo de un predicador, obsesionado con tocar la guitarra y escapar de su ciudad local, Clarksdale, en el Delta del Mississippi, cuna del blues. Lo cierto es que la historia de Los pecadores transcurre en los mismos escenarios y época (años 30) en que Johnson alcanzara su efímera fama, pero estos están puestos al servicio de una originalísima cinta de terror gótico que utiliza el socorrido mito del vampirismo para hablar de temas más profundos y de otro tipo de fantasmas menos tangibles, aquellos que todos tratamos de dejar en el pasado, pero siempre terminan regresando, con más fuerza que nunca. Coogler llega a este, su proyecto más ambicioso y personal hasta la fecha, después de una serie de éxitos que le han otorgado esa posición en Hollywood con la que puede tener carta blanca para rodar lo que quiera con absoluta libertad creativa. Y es que, después de una ópera prima independiente y desgarradora como Fruitvale Station (2013), el realizador se ha dedicado a dejar su impronta personal en blockbusters muy superiores a la media, en los que nunca descuidó el apartado interpretativo de sus actores –tanto Sylvester Stallone como Angela Bassett obtuvieron nominaciones al Oscar por sus trabajos en Creed. La leyenda de Rocky (2015) y Black Panther: Wakanda Forever (2022), respectivamente–, ni dejó de ensalzar la cultura afroamericana. Para Los pecadores, Coogler vuelve a contar con Michael B. Jordan, su actor fetiche desde Fruitvale Station, ya convertido en toda una estrella, ofreciéndole el reto de meterse en un jugoso doble papel, el de dos gemelos enfrentados a fuerzas oscuras.

    Dueño de un físico imponente y excelente actor, Jordan consigue dos fantásticas actuaciones, bien diferentes, las del impulsivo Smoke y el más sensible Stack, dos tipos que vuelven a la ciudad que les vio nacer después de haber generado una pequeña fortuna, proveniente de una vida delictiva, en el Chicago de La Gran Depresión, con la intención de abrir un garito dedicado a la música blues. La cinta, después de un impactante prólogo que ya adelanta emociones fuertes, cuenta con una primera parte que se desarrolla durante la jornada previa a la inauguración del local esa misma noche, que sorprende por su ritmo relajado, ofreciendo una exhaustiva presentación de sus ambientes sureños –los jornaleros en campos de algodón, iglesias dirigidas por férreos predicadores, presos cavando zanjas junto a la carretera, con sus trajes a rayas, y la amenaza invisible del Ku Klux Klan están ahí presentes, como también lo están el esoterismo, la magia y las supersticiones– y de una variada fauna de personajes que girará en torno a los dos hermanos, empezando por su primo Sammie –impresionante debut del joven Miles Caton–, destinado a ser el plato fuerte del negocio, dado su talento para la música. El relato avanza sinuosamente, mientras los protagonistas van reclutando a viejos conocidos para trabajar en su nueva empresa –destaca Delta Slim, el viejo y alcoholizado guitarrista al que da vida el veterano Delroy Lindo, con su maestría habitual–, al mismo tiempo que se reencuentran con las mujeres que marcaron sus pasados. Algo que llama poderosamente la atención del filme es la fuerte presencia de sus personajes femeninos, los cuales trascienden de los típicos intereses amorosos sin demasiada profundidad, mostrándose fuertes y magnéticas, en parte, gracias a los notables trabajos de sus actrices. Entre todas ellas, destaca la enorme presencia de Wunmi Mosaku en el rol de Annie, una experta en hechicería con la que Smoke tuvo un bebé que murió siendo muy pequeño, causando un trauma que la pareja aún no ha podido superar. Una vez puestas todas las piezas sobre el tablero y presentado el gran villano de la función, ese carismático vampiro llamado Remmick, encarnado por un inspirado Jack O'Connell, la película se suelta la melena para entregarse a una orgía de música, sangre y acción de lo más disfrutable, en la que el Coogler guionista se empapa de múltiples referencias cinéfilas, que van desde el Spielberg de El color púrpura (1985) al Robert Rodríguez de Abierto hasta el amanecer (1995), pasando por el cine de John Carpenter –ese puñado de personajes atrapado en un espacio cerrado, rodeado de fuerzas malignas, tan deudor de títulos como La niebla (1980) o El príncipe de las tinieblas (1987)– o algún plano que homenajea claramente a El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), sin, por ello, perder un ápice de personalidad propia.

    «Los pecadores es, por todo esto, una joya inclasificable, que, tomando lo mejor del cine de acción, el terror y el musical, lo adereza con elementos de crítica social en torno al racismo y buenas dosis de humor, lo remueve todo en una coctelera y da como resultado una de las experiencias más inmersivas que el cine comercial nos ha regalado en los últimos años».


    La música, más que nunca, funciona como un personaje más de la historia, propiciando una de las secuencias más magistrales que se podrán vivir en una sala de cine este año, aquella en la que la guitarra de Sammie convoca en el mismo plano a músicos del pasado y del futuro. Es esta una obra que hay que disfrutar en una gran pantalla, ya que su condición de espectáculo audiovisual de primer orden está fuera de toda duda, gracias al poderío visual de la fotografía de Autumn Durald –la cinta ha sido rodada con cámaras IMAX y Ultra Panavision 70– y a la tremenda banda sonora de Ludwig Göransson, donde la riqueza cultural del blues, relacionada en ocasiones con el esoterismo –por algo se la conoce como la "música del diablo"–, cobra gran protagonismo. Se trata del trabajo más complejo de Ryan Coogler hasta el momento, donde el realizador ha alcanzado una gran madurez como cineasta, demostrando una gran maestría en la creación de atmósferas e imágenes potentes que quedan grabadas en la retina del espectador. Los pecadores trata de ser muchas cosas a la vez y, sorprendentemente, acierta en todas, algo que muy pocos cineastas son capaces de llevar a buen puerto (si acaso, Tarantino). Sobrevuela en el filme ese halo de fatalidad propio del cine negro clásico, con gánsteres de poca monta tratando de redimirse de sus pecados y encontrando todo tipo de obstáculos para lograrlo, desde femme fatales a cuentas del pasado que deben saldarse. También están presentes todos los tópicos de las películas de vampiros más disfrutonas, las del tipo Jóvenes ocultos (Joel Schumacher, 1987). Estacas de madera y el ajo como armas infalibles para combatirles, el que estos no puedan atravesar el umbral de una puerta sin ser antes invitados... Todos esos lugares comunes se dan cita aquí sin ningún tipo de vergüenza, del mismo modo que se resucita el espíritu de aquel cine de explotación afroamericano de los 70, en su derroche de violencia gráfica, en ocasiones muy bizarra –atención a cierta escena con la tendera asiática encarnada por Li Jun Li como protagonista–, inmoralidad y erotismo. Los pecadores es, por todo esto, una joya inclasificable, que, tomando lo mejor del cine de acción, el terror y el musical, lo adereza con elementos de crítica social en torno al racismo y buenas dosis de humor (muy negro, eso sí), lo remueve todo en una coctelera y da como resultado una de las experiencias más inmersivas que el cine comercial nos ha regalado en los últimos años, divertidísima y tan juguetona que se permite dos escenas postcréditos, en la mejor tradición de las cintas de superhéroes. ♦


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