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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La máquina de escribir y otras fuentes de problemas

    || Críticas | ★★★★☆
    La máquina de escribir y otras fuentes de problemas
    Nicolas Philibert
    Los problemas de la vida cotidiana


    Miguel Martín Maestro
    Valladolid |

    ficha técnica:
    Francia, 2024. Título original: «La Machine à écrire et autres sources de tracas». Dirección: Nicolas Philibert. Guion: Nicolas Philibert, con la colaboración de Linda De Zitter. Producción: France Télévisions, Les Films du Losange, Universciné, Ciné+. Compañía de distribución: Filmin. Fotografía: Nicolas Philibert. Fotografía: Nicolas Philibert, Rémi Jennequin, Pauline Pénichout. Montaje: Nicolas Philibert, Janusz Baranek. Reparto: Patrice d'Hondt, Walid Benziane, Goulven Cancouët, Muriel Thouron. Duración: 72 minutos.

    Con La máquina de escribir y otras fuentes de problemas el documentalista francés Nicolas Philibert cierra su trilogía excepcional sobre la enfermedad mental. Situada geográficamente en París y alrededores, el mosaico mostrado por el director es completo y exhaustivo. La tercera entrega es sorprendentemente corta para los estándares del cineasta, apenas 70 minutos, pero son el punto final al recorrido en el que nos asomamos a personas que mantienen cierto grado de autonomía que les permite vivir en libertad vigilada, ya sea en su domicilio o en apartamentos tutelados. Con Sur l'Adamant nos adentrábamos en un centro de día flotante sobre las aguas del Sena. Un barco rehabilitado para albergar actividades con personas discapacitadas intelectualmente y que permite mantener un control periódico sobre las mismas una vez realizado el tratamiento de choque más arduo para diagnosticar y estabilizar sus enfermedades. En Averroes y Rosa Parks se daba un paso atrás, visitando dos pabellones psiquiátricos de un hospital en las afueras de París. Allí asistimos a las entrevistas de los enfermos con sus terapeutas y sus psiquiatras. Puede ser el episodio más duro porque la separación entre mente y realidad se hace más manifiesta; retrata las fases más agudas de la enfermedad pero quizás sea la parte más humanista para quien ve las películas porque puede comprender lo duro que es el trabajo de quien dedica su especialización a esta materia.

    En La máquina de escribir y otras fuentes de problemas el recorrido es más prosaico pero el objetivo es perfectamente visible y se consigue con creces. La cámara de Philibert, invasiva porque se entromete en la intimidad de los filmados pero con el consentimiento de estos, nunca es protagonista porque Philibert no se asoma ni se dirige a las personas que salen en pantalla salvo cuando éstos rompen la cuarta pared y se empeñan en interactuar con el cineasta, y centra su mirada en problemas del día a día. Pequeñas contradicciones que desbaratan la organización particular de enfermos que viven de manera mucho más autónoma que los de las dos anteriores entregas pero que necesitan supervisión, control y pequeñas ayudas. Para estas personas la avería de una máquina de escribir es el fin del mundo porque su estabilidad resulta de escribir dos o tres poemas diarios; la posterior de un reproductor de cd la pérdida de su conexión con el atractivo de vivir porque sin música no hay capacidad de interactuar. Sin salir del espacio cerrado de los pisos o habitaciones de las personas visitadas, esperamos la llegada de los asistentes sociales, mitad terapeutas mitad consoladores, pequeños manitas especializados en reparar cualquier problema, sea eléctrico, sea informático, sea tan simple como conseguir vaciar poco a poco un piso caótico colonizado por cualquier tipo de material cultural que impide desplazarse por el inmueble o utilizar la cocina y dar cierta coherencia a las colecciones.

    Ciertamente la habilidad del director está más que demostrada, sea cual sea el campo que analice su bisturí visual consigue adentrarnos hasta el tuétano de la institución escogida, escuela, radio, hospital, memoria cinematográfica, la psiquiatría, las enfermedades; da lo mismo el ámbito porque su desempeño es formidable. Su forma de adentrarse en los espacios y filmar a la gente lo hermanan con Wiseman, uno desde la cultura americana, otro desde la europea, y podríamos añadir a Bing desde China, conformando un tridente de directores que están dejando una herencia cultural de la contemporaneidad inevaluable e imprescindible. No puede olvidarse el montaje y lo que se desecha, años de filmación quedan reducidos a unos minutos para conseguir la atracción del espectador, pero la sensación de respirar verdad y movernos sin la dictadura del guion (qué absurdo es pensar en un guion en el cine de no ficción y cómo se aprecia, en ocasiones, su existencia) son notas características de todos ellos y de Philibert en concreto. Siguiendo a esta brigada de mantenimiento tanto psicológica como domiciliaria Philibert da ligereza a su relato pero siembra el interrogante siempre constante en su cine. ¿Qué pasaría sin la buena voluntad de toda esta serie de profesionales y voluntarios? ¿qué pasaría sin su paciencia, su disponibilidad, su cariño y falta de prisa? ¿Está el sistema occidental, en cualquier país, suficientemente engrasado para conseguir que estas personas puedan seguir sintiéndose útiles y autónomas pese a sus carencias? Las preguntas, tan esenciales en el arte para cuestionarnos nuestro modo de vida, cuyas respuestas nos competen como espectadores. ♦


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