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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja)

    || Críticas | D'A 2025 | ★★★★☆
    El diablo fuma
    (y guarda las cabezas de los cerillos
    quemados en la misma caja)
    Ernesto Martínez Bucio
    Satán golpea la puerta


    Carles M. Agenjo
    Barcelona |

    ficha técnica:
    México, 2025. Título original: El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja). Dirección: Ernesto Martínez Bucio. Guion: Ernesto Martínez Bucio, Karen Plata. Compañías productoras: Mandarina Cine. Fotografía: Odei Zabaleta. Música: Emilio Hinojosa. Producción: Alejandro Duran, Gabriel Gavica, Carlos Hernández Vázquez. Reparto: Mariapau Bravo Aviña, Rafael Nieto Martínez, Regina Alejandra, Donovan Said Martínez, Laura Uribe Rojas, Carmen Ramos, Gamboa Bernardo, Micaela Gramajo. Duración: 97 minutos.

    El debut en la ficción de Ernesto Martínez Bucio es como un relato que se recuerda desde un tiempo futuro. Las imágenes de un grupo de hermanos desatendidos en una casa de la periferia de D. F. en los primeros 90 parecen sacadas de un álbum familiar o de un vídeo doméstico que todavía funciona. Esto le sirve al director mexicano para alternar distintas texturas –ficción en digital, simulacro de archivo en Hi8 y fotos fijas de cámara desechable– que, precisamente, refuerzan ese discurso tan extendido de cierta coming of age sobre la ausencia paterna –de las transparencias de la infancia en Estiu 1993 (2017) a la hija en busca de sentido de Tótem (2023)– que ubica la reconstrucción de la memoria como principal valor narrativo y estético. De hecho, no es casual que la relación de aspecto sea de 1.55:1. Si Isaki Lacuesta le dio apariencia cuadrada a la deslumbrante Segundo premio (2024), convirtiendo la intimidad de cada encuadre en una posible carátula de CD, Martínez Bucio opta por un formato rectangular que invoca aquellas antiguas fotos impresas, recuerdo de una realidad distinta a como la imaginamos hoy. Esta mirada hacia los huecos de la memoria como espacio rugoso y reescrito en presente encuentra en el naturalismo su mejor registro. Siguiendo la estela del cine de Carla Simón, los movimientos y temblores de cámara –con predilección por el primer plano– se subordinan a una encomiable dirección de actrices y actores –obra de Michelle Betancourt y Paulina Álvarez– y a las dinámicas de un reparto entre la niñez y la adolescencia, más cerca de las pulsiones de lo natural que de los códigos profesionales. En este sentido, las peleas, los juegos y hasta los momentos de intimidad entre Marisol, Vane, Elsa, Víctor y Tomás respiran verdad en cada escena.

    No obstante, Martínez Bucio tiende a subrayar la mirada fragmentaria de su propuesta, sumando capas a un conjunto que no las necesita. Las escenas grabadas con handycam, donde el grupo de hermanos aparece disfrazado en el comedor de su casa, son un apunte interesante que permite interrogarnos sobre la intrigante ausencia de sus padres, el porqué de su partida sin avisar. Pero el hecho de que estas escenas se repitan e incluso de que algún plano juegue a su propio rebobinado –como si alguien estuviera manipulando el montaje a través de un dispositivo que, por desgracia, no se desarrolla durante la trama– resulta un tanto accesorio. Más acertada fue, en cambio, la apuesta del director argentino Hernán Rosselli –Premio FIPRESCI en la última edición del FICX– en la insólita Algo viejo, algo nuevo, algo prestado (2024), donde los protagonistas de una ficción criminal eran los mismos que aparecían, 20 años antes, en unas imágenes reales, rescatadas del olvido. No es el caso de Martínez Bucio, que plantea una simulación de material de archivo grabado en el mismo presente y la misma casa donde opera la ficción principal. Como si prefiriera jugar al montaje extraño y laminar que a profundizar en la verdad oculta de un tiempo anterior. Por otra parte, está la cuestión del género. El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja) es algo más que un drama de registro naturalista. Su extenso título –extraído de una poesía de la guionista Karen Plata– responde a la dimensión fantástica del relato y a un personaje clave.

    Romana es la abuela que, de la noche a la mañana, se ha convertido en tutora improvisada de cinco hermanos –que encarnan estupendamente los debutantes Donovan Said, Laura Uribe, Regina Alejandra, Rafael Nieto y Mariapau Bravo– que no entienden por qué sus padres ya no están en casa. No es casual que Romana –interpretada por la mexicana Carmen Ramos– sufra brotes de esquizofrenia. Lo que para sus nietos es un golpe en la puerta, para ella es germen de paranoias, de un intruso que ha entrado en casa o, sin ir más lejos, la llegada del diablo. Por suerte, ésta nunca es evidente. Martínez Bucio dosifica su presencia con extrema concisión. La atmósfera de superstición se manifiesta a cuentagotas –mediante la oscura fotografía de interiores de Odei Zabaleta– al servicio de una realidad concreta. La de una familia disfuncional atravesada por el abandono de unos padres y la ansiedad de unos hijos que intuyen en el ritual de la plegaria ante una vela o el dibujo de un mural con fotos recortadas su modo de procesar el dolor. Esto otorga al conjunto un aire refrescante que subvierte las zonas comunes del cine de terror. Lo demoníaco transita así de sombra amenazante a protector ángel del hogar que, a su modo, vela por el confinamiento del vulnerable ante un futuro incierto. Esta forma de incluir la otredad en lo doméstico es uno de los grandes activos de la película. Como si el diablo fuera el paraguas cósmico de un microuniverso de incógnitas y juegos infantiles donde los niños celebran karaoke a ritmo de Massiel y la tele es la toma de contacto con el exterior y con una sociedad sacudida por la visita del Papa que, literalmente, parece vivir en otro planeta. ♦


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