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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Una sombra oscilante

    || Críticas | ZINEBI 2024 | ★★★★☆ |
    Una sombra oscilante
    Celeste Rojas Mugica
    Rayuela a oscuras


    Javier Acevedo Nieto
    Bilbao |

    ficha técnica:
    Chile, Argentina, Francia, 2024. Título original: «Una sombra oscilante». Dirección: Celeste Rojas Mugica. Guion: Celeste Rojas Mugica. Productoras: Bomba Cine, Eaux-Vives Productions. Música: Julián Galay, Violeta García. Fotografía: Natalia Medina Leiva. Intervenciones: Lucho Rojas. Duración: 77 minutos.

    En La vida breve, Juan Carlos Onetti imagina la imaginación de Juan María Brausen. Redactor, neurótico, molde vacío de muchas filias, narrador impreciso especializado en monopolizar la lógica narrativa de su relato. Brausen escucha a través de la pared e imagina. Las imágenes de su cabeza cuentan la historia que quiere que se cuente. Necesita escribir el guion de una película, pero no tiene muchas ideas. A través de la pared, surge el ficticio doctor Díaz Grey, quien es visitado por Elena Sala, adicta a la morfina. Paulatinamente, la vida de Brausen se entreteje con la ficción hasta que su propia identidad se convierte en una imagen remirada y renegociada a partir del acto de la invención que da espacio a todo aquello que se considera liminal.

    Hay algo de eso en Una sombra oscilante. En la película de Celeste Rojas Mugica, una hija cineasta imagina la vida de un padre fotógrafo y militante. O quizá no la imagina, solo la cuenta. O quizá la cuenta mientras la imagina. Todo es lo mismo. El archivo de fotos de su padre recorre los años 70, 80 y 90. Como Brausen, Mugica imagina una historia que podrían ser mil y una historias. Lo bonito de la película, como verán, es que esta no es una película; quiero decir, es muchas películas a partir de unas pocas imágenes. Si La vida breve poco más o menos se reía de la posmodernidad y de la cuestión de la metaficción en el instante en el que el protagónico Brausen ya no sabía ni quién era (¿demiurgo, escritor, personaje atrapado unamunesco?), Una sombra oscilante contiene las mismas dosis de autorreferencialidad y una constante idéntica: hacer del acto de narrar un juego.

    Esto es lo importante: la narración como juego. Quizá vivamos en una época que se toma a sí mismo demasiado en serio. Tanto que hasta el payaso de Joker atraviesa una crisis existencial e identitaria porque ya no sabe de qué reírse. Menos mal que la cinematografía argentina y chilena sigue proporcionando la necesidad de usar lo lúdico para narrar las cosas más serias. Estos dos términos, el del juego y el de la seriedad, que bien podrían pasar por antinomia en los tiempos de plomiza solemnidad y retórica moralista que nos ha tocado vivir, son perfectamente compatibles en el documental. Sí, Rojas Mugica habla de cosas muy serias: la dictadura chilena, el asesinato de Allende, la clandestinidad de su padre, la militancia en el exilio y la fractura de los consensos sociales en torno a la democracia. Sin embargo, lo narra con un permanente juego de imágenes que dialogan entre sí.

    Brausen quedó atrapado en el solipsismo. Solo podía estar seguro de aquello que existe en su mente. Sin embargo, ¿la vida se narra en las imágenes o son las imágenes las que narran la vida? Una narrativa solipsista es, también, una narrativa lúdica. Una sombra oscilante no atrapa a sus narradores en el solipsismo, sino que emplea este mecanismo para edificar un ensayo-documental-ficción que va marcando sus propias normas a medida que las crea. Dicho de otro modo, el verdadero goce de ver películas que juegan con las imágenes es que uno siente que el juego está aconteciendo de manera improvisada ante sus ojos. La cineasta combina narradores poco fiables e hilvana una amalgama de texturas y reencuadres hasta tal punto que el montaje parece tan improvisado y lúdico que el espectador se implica en esta crónica familiar como si las normas del juego se estuvieran escribiendo y mostrando ante sus ojos. Este aparente carácter de ligereza expresiva y facilidad creadora capaz de hablar de lo más oscuro a partir de las inocentes sombras chinescas de manos en una pared, fotos de archivo y recortes de prensa hacen que la película llene la incertidumbre y la indeterminación con el molde vacío (y por lo tanto lleno de potencial) de la ficción.

    La ambigüedad narrativa y las constantes proyecciones de voces sobre voces e imágenes sobre imágenes confieren a Una sombra oscilante una estructura que se mantiene a partir del ensamblaje de rupturas de sentido y engarces de imágenes que pertenecen a planos muy distintos, pero equivalentes. Se trata de establecer un documental cuyo montaje está establecido a partir de las rupturas y desconexiones entre materiales. No busca reparar las grietas en la historia de un padre. Todo lo contrario, exhibe esas grietas en una poética del desajuste. Jugar en la discontinuidad, querer al padre y al país no solo a partir de lo que fue, sino de lo que nos gustaría que fuera. Al final, lo que hacen a Onetti y Rojas Mugica no es tanto el poder de su voz como narradores. No, no es eso. La genialidad de ambos es más generosa. Es una genialidad que radica en jugar con la interrelación de verdades, puntos de vista y voces de tantos y tantos personajes que se cuelan en las grietas de sus historias.

    Su apuesta es abrir espacios de incertidumbre y juego donde los personajes, los recuerdos y las imágenes revelan sus propios límites y contradicciones. La crítica más perspicaz que se puede hacer a Una sombra oscilante es que, más que reconstruir una historia, desarma sus componentes y nos deja suspendidos en el placer —y el desasosiego— de imaginar lo que podría haber sido o lo que nunca fue. Es ese tipo de cine que, sin decirlo, nos recuerda que lo irrepresentable también merece un lugar en la pantalla. ♦


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