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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El lugar de la otra

    || Críticas | Cobertura SSIFF 2024 | ★★☆☆☆
    El lugar de la otra
    Maite Alberdi
    Observando desde arriba


    Rubén Téllez Brotons
    San Sebastián |

    ficha técnica:
    Chile, 2024. Título original: El lugar de la otra. Duración: 95 min. Dirección: Maite Alberdi. Guion: Inés Bortagaray, Paloma Salas, Maite Alberdi. Música: José Miguel Miranda. Fotografía: Sergio Armstrong. Compañías: Fabula. Distribuidora: Netflix. Reparto: Elisa Zulueta, Francisca Lewin, Marcial Tagle, Pablo Macaya, Gabriel Urzúa, Gabriel Cañas.

    Después de haber realizado unos cuantos documentales magníficos (El agente topo, La memoria infinita), Maite Alberdi incursiona en el largometraje de ficción con El lugar de la otra, una propuesta a medio camino entre la comedia de humor negro y el drama ligero, que, partiendo de una idea grande conceptualmente y fresca en lo que a la originalidad se refiere, erige a un personaje en sinécdoque de todo un género para convertir su recorrido vital en una metáfora que desnude algunas de las muchas injusticias que abundan en la sociedad. En este caso, Alberdi parte de un hecho real, el asesinato perpetrado por la escritora María Carolina Geel contra su amante, que, en 1955, se convirtió en todo un acontecimiento mediático que polarizó a la sociedad chilena —de un lado, los que la defendían, del otro, los que pedían para ella la pena más grande y desorbitada posible— hasta el punto de llegar a movilizar a grandes figuras de la cultura en su defensa (Gabriela Mistral llegó a escribirle una carta al presidente para pedirle que indultase a su compañera de oficio).

    Alberdi traza a partir de ese acontecimiento una obra que quiere ser indagación sobre el punto concreto en el que los límites de la identidad desaparecen, estudio de una persona oprimida desde todos sus ángulos vitales, drama judicial de preguntas certeras y respuestas veloces y brillantes, y, sobre todo, denuncia de un machismo atroz. La protagonista de la cinta es la secretaria del juez que instruye el caso de Carolina Geel; su rutina es dura y asfixiante; su trabajo, inconmensurable; y el reconocimiento y cariño que recibe, nulos. Se levanta antes de que salga el sol, despierta a sus hijos adolescentes, prepara el desayuno mientras su marido y sus vástagos se duchan, cuando entra al baño no queda agua caliente, cuando se sienta a la mesa no le han dejado comida, se marcha al trabajo en ayunas, hace todas aquellas tareas que a su jefe no le aparece llevar a cabo, aguanta largas esperas a la puerta de edificios estatales en los que no está permitida la entrada de las mujeres, recibe constantes bromas y comentarios condescendientes, regresa a casa, limpia, cocina la cena y se va a la cama con un contenido gesto de aflicción.

    A favor de El lugar de la otra se debe decir que sus propósitos humorísticos, en determinados momentos, obtienen del rostro del espectador aquello que buscan: una risa, no muy larga, ni muy fuerte, pero risa, al fin y al cabo. En su contra, se debe señalar la evidente condescendencia con la que observa a algunos de sus personajes —los que pertenecen a la clase obrera—, a quienes convierte en caricaturas de trazo grueso sin apenas desarrollo dramático, en absurdos guiñoles a los que ridiculiza desde la atalaya de cristal de un clasismo mal disimulado. Ya en la primera secuencia de la película se hace un retrato grotesco tanto de la protagonista como de su familia; un retrato que pretende ser divertido, pero cuyos gags no hacen sino meter el dedo en la llaga de la precariedad que asola a los personajes para convertir su sangre en “comedia". Pero la buena comedia, claro está, no es eso. La buena comedia, cuando coloca su lupa sobre problemáticas sociales, evidencia las desigualdades, no las confirma convirtiendo a quienes las sufren en objetos pasivos de sus bromas.

    Cabe señalar, además, que no sólo es anémico el lado cómico de El lugar de la otra, puesto que sus incursiones en el drama, ya sea intimista (para reflexionar sobre la identidad), ya sea jurídico (para ahondar en el machismo), pierden casi todo su fuelle antes de la media hora de metraje. La descuidada e inexpresiva puesta en escena, mera traducción de un guion de cine a unas imágenes televisivas que lindan con el feísmo más descuidado, impide que la película trascienda la superficialidad de la anécdota desde la que parte, condenándola a deambular por la pantalla como la ficcionalización, carente de tensión, de un acontecimiento violento tratado por la sociedad de su época con toneladas de morbo amarillista. Si a todo esto se le suma la más que cuestionable tesis que propone Alberdi —la de que la liberación total de la mujer sólo se conseguirá a través de un proceso de aburguesamiento—, se obtiene una obra errática en cada uno de sus planos, que carece de la precisión estilística, la hondura dramática y la calidez humanista de sus trabajos anteriores. ♦


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