|| Críticas | Cannes 2024 | ★★★★☆
The Second Act
Quentin Dupieux
El mito de la caverna
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
Francia, 2024. Título original: Le deuxième acte. Año: 2024. Duración: 85 min. Dirección: Quentin Dupieux. Guion: Quentin Dupieux. Fotografía: Quentin Dupieux. Compañías: arte France Cinéma, Chi-Fou-Mi Productions. Distribuidora: Diaphana Distribution. Reparto: Vincent Lindon, Raphaël Quenard, Léa Seydoux, Louis Garrel, Manuel Guillot.
Francia, 2024. Título original: Le deuxième acte. Año: 2024. Duración: 85 min. Dirección: Quentin Dupieux. Guion: Quentin Dupieux. Fotografía: Quentin Dupieux. Compañías: arte France Cinéma, Chi-Fou-Mi Productions. Distribuidora: Diaphana Distribution. Reparto: Vincent Lindon, Raphaël Quenard, Léa Seydoux, Louis Garrel, Manuel Guillot.
En un momento determinado de The Second Act, los protagonistas, cuatro actores (Vincent Lindon, Raphaël Quenard, Léa Seydoux y Louis Garrel) que confían más bien poco en la película que están haciendo, se sientan en el bar-decorado en el que están rodando para sacar adelante una escena algo complicada. Empiezan a recitar sus frases y, de repente, uno de ellos acusa a otro de haberse metido una raya de cocaína minutos atrás. No hay ningún tipo de fundamento en su discurso y el espectador, que ha seguido el devenir de los personajes durante gran parte de la jornada, es consciente de ello, pero no por eso el acusador va a cejar en su intento de demostrar que su compañero va drogado. Así se inicia una larga pelea, primero verbal y luego física, que termina con uno de ellos sangrando.
Dupieux lleva años diseñando artefactos fílmicos, unas veces herméticos y otras algo más transparentes en sus juegos de representaciones, que utilizan la superficie de la banalidad cotidiana para levantar unas secuencias de cimientos mundanos y arquitectura surrealista cuyo material de construcción no es sino un sentido del humor macabro en su ensañamiento con sus personajes, criaturas desvalidas en un mundo que se rige por las reglas del azar más ridículo. The Second Act, siguiendo dicho planteamiento, cuenta la historia de los cuatro intérpretes mencionados arriba, que, muy a su pesar, tienen que terminar de rodar una comedia romántica de argumento manido, dirigida por, sorpresa, una inteligencia artificial que permanece en la sombra hasta casi el final del metraje. Durante el proceso, se enzarzan en diferentes discusiones en las que debaten sobre el ego, el sentido del cine, la corrección política y, en fin, cualquier tema que se les pase por la cabeza mientras la cámara les sigue en largos planos secuencia que carecen, desde el inicio, de cuarta pared.
El sentido de la cinta se mueve por debajo de los constantes pliegues de sus imágenes, de los reflejos que se doblan sobre su propia sombra y se ríen de su misma presencia en un mundo sin reglas en el que una cirujana puede estar hablando con su hija por teléfono mientras hace una operación a corazón abierto, o en el que un extra vestido de camarero se emborracha para llevar a cabo la titánica tarea de servirle unas copas de vino a los actores, o en el que Paul Thomas Anderson contrata para su nueva película a un actor catastrófico que lo mismo reniega del cine con todas sus fuerzas que lo abraza con la pasión de un recién llegado. Dupieux diseña así un mito de las cavernas en el que las palabras de sus personajes son sólo el anverso del eco de sus verdades, y en el que sus rostros funcionan más como máscaras que cohíben su identidad que como un lienzo transparente que la exterioriza. En un momento en el que la incomunicación, potenciada por las nuevas tecnologías, ha levantado muros en apariencia infranqueables entre los seres humanos, Dupieux propone en la secuencia final (la única que carece de humor) de The Second Act el humanismo desinteresado como forma de paliar esa ansiedad, esa soledad, ese dolor, con los que todo el mundo carga. ♦