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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Parthenope, Paolo Sorrentino [Cannes 2024]

    || Críticas | Cannes 2024 | ★★★★★
    Parthenope
    Paolo Sorrentino
    La gran juventud


    Rubén Téllez Brotons
    Cannes |

    ficha técnica:
    Italia, Francia, 2024. Título original: Parthenope. Duración: 136 min. Dirección: Paolo Sorrentino, Guion: Paolo Sorrentino. Fotografía: Daría D´Antonio. CompañíasThe Apartment, Saint Laurent, Numero 10, Pathé. Reparto: Celeste Dalla Porta, Gary Oldman, Silvio Orlando, Stefania Sandrelli, Luisa Ranieri, Isabella Ferrari, Giampiero De Concilio, Dario Aita, Peppe Lanzetta.

    Quizá la juventud sólo sea esto
    el perenne amor a los sentidos sin pesar.
    Sandro Penna


    Después de haber llevado su lirismo barroco hasta el paroxismo en La juventud y Silvio y los otros, Paolo Sorrentino rebajó los niveles de sobrecarga estética a los que sometía a sus imágenes en Fue la mano de Dios, y, con ello, rompió la barrera de belleza que separaba al espectador y a sus protagonistas para volver a poner su despliegue formal al servicio de las ideas y emociones que buscaba transmitir, y no al revés. La jugada le salió bien y su película más autobiográfica terminó siendo una de las más emotivas. Ahora, en Parthenope, opta por mantener la misma estrategia; es decir, vuelve a hacer malabarismos imposibles para conseguir que cada una de sus escenas desprendan relámpagos de vida de una belleza e intensidad casi insoportable, al mismo tiempo que se adentra en el interior roto de su protagonista para desarrollar su habitual discurso sobre el sentido de la existencia, el carácter efímero, y por ello doloroso, de la juventud, el paso del tiempo, y la muerte.

    Parthenope, la primera cinta del italiano protagonizada por una mujer, es un ejercicio de encapsulación torrencial de la experiencia de estar en el mundo; es decir, es un viaje arbitrario, caótico y genial durante el que el personaje interpretado por Celeste Dalla Porta intenta descubrir el secreto de aquello que Pavese tuvo a bien denominar como el oficio de vivir. Desde la secuencia inicial, la película desprende una voracidad vital arrebatadora, que nos anula por completo para mecernos en unas olas de miradas perdidas de deseo, libros leídos con voracidad, baños en la playa, cigarros en la arena, tristezas que se rompen detrás de la mirada, amores y desamores que se trenzan y destrenzan, y bailes que son, sencillamente, la expresión más directa de esa celebración hedonista que debería ser la vida. Una mujer da a luz en la costa napolitana y decide llamar a la niña Parthenope, como la sirena que, según la mitología griega, le dio nombre a la ciudad de Nápoles. Sorrentino irá saltando en el tiempo para contar toda la historia de esta niña, aunque el periodo al que más atención le dedica es al de su juventud.

    Los primeros cuarenta minutos de la película son cine de una envergadura descomunal: las imágenes se salen de la pantalla para ofrecer la fisicidad de su contenido a la mirada del espectador, para que, siempre acompañado de los personajes, se refresque en el mar, para que sude mientras toma el sol o se emocione leyendo a Cheever, para que acabe extenuado de pura felicidad en las fiestas sin final y se deje llevar por los susurros cálidos de un paisaje tan hermoso como edénico. Parthenope, con la mayoría de edad recién cumplida, entra a la universidad para estudiar antropología, y allí conoce a un profesor (Silvio Orlando) que no tardará en convertirse primero en mentor, y, más tarde, en amigo íntimo. Los días transcurren con fluidez entre la sencillez interior de las aulas y la maravilla lírica de un exterior coronado en todo momento por el mar, fina lámina de melancolía que atrae las miradas de los personajes. Sorrentino atrapa y potencia el vigor vital de la juventud siguiendo los preceptos de su estética habitual: suaves travellings alrededor de los personajes o los elementos decorativos entre los que se mueven, composiciones simétricas con un cielo azul celeste que brilla hasta derretir los ojos, cámaras lentas que enfatizan el carácter efímero de esos suspiros de trascendencia. Así, llega el verano y Parthenope se va a Capri con su hermano y su mejor amigo (y primer amor). Allí tiene lugar la mejor secuencia de toda la cinta: un abrazo entre los tres personajes que el cineasta napolitano filma con una cámara giratoria que plasma en la pantalla esa felicidad con una precisión increíble. Y, justo en ese momento, la muerte. El hermano de Parthenope, que sentía una atracción incestuosa hacia ella, se suicida, incapaz de soportar los celos de verla con otra persona.

    Lo que sigue es el retrato de una mujer que, desde que era apenas una niña, fue cosificada por toda la sociedad: aprovechando la excusa de su imponente belleza, su entorno la convirtió en un objetivo estético de fuerte sensualidad que consumir con la mirada. Así, Parthenope termina atrapada dentro de los ojos de sus observadores, de esos tiburones que la quieren sensual pero sólo para su disfrute: su cuerpo les pertenece y el mínimo amago de libertad que ella haga será castigado. En palabras del propio director, “la película trata sobre una mujer que nace en un entorno que no le permite ser libre”. Sorrentino toma conciencia de la mirada masculina que imperaba en sus anteriores trabajos y, en un golpe de genio impresionante, la hipertrofia hasta extremos paródicos con el fin de dejarla en evidencia. La idea consiste en apropiarse de los códigos hegemónicos para dinamitarlos desde dentro, para inflarlos hasta el delirio, dejando al descubierto sus mecanismos.

    Como ya sucediese en La gran belleza y Fue la mano de Dios, la experiencia de la muerte mueve a la protagonista a buscarle un nuevo sentido a la vida. Parthenope inicia, tras el suicidio de su hermano, un viaje de autodescubrimiento que sólo terminará cuando consiga deshacerse de la moral machista y puritana que su entorno le ha impuesto, cuando llegue a las fronteras de ese milagro cultural sobre el que está realizando su tesis de fin de carrera. Por el camino, conocerá a una actriz que, debido al carácter estructural del machismo, ha sufrido a lo largo de su vida las mismas miradas que ella, con más intensidad si cabe, y ha terminado desarrollando una obsesión preocupante con su físico; se quedará embarazada y decidirá abortar para no perder la independencia que tanto ansía; se convertirá en profesora de la universidad en la que estudió; se despedirá de su primer amor; será testigo de la pobreza extrema que hay en Nápoles; se convertirá en una reputada antropóloga; y un largo etcétera.

    Sólo al final de la película, cuando la belleza barroca y por momentos excesiva del director haya devenido en densidad melancólica, cuando ese sentido que la protagonista busca parezca indescifrable y el dolor empiece a coagular en desilusión extrema, un fulgor de hermosura anticanónica aparecerá frente a su mirada para iluminarla de nuevo. Sorrentino, por ir terminando, se ha apoyado en la impresionante interpretación de la debutante Celeste Dalla Porta, para levantar un obra totémica y vitalista que convierte en imágenes de fuerza arrolladora el perenne amor a los sentidos sin pesar. ♦


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