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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Bird, Andrea Arnold [Cannes 2024]

    || Críticas | Cannes 2024 | ★★★☆☆ ½
    Bird
    Andrea Arnold
    Realismo y magia


    Rubén Téllez Brotons
    Cannes |

    ficha técnica:
    Reino Unido, Francia, 2024. Título original: Bird. Duración: 119 min. Dirección: Andrea Arnold. Guion: Andrea Arnold. Fotografía. Robbie Ryam. Compañías: House Productions, Ad Vitam Production, arte France Cinéma. Reparto: Nykiya Adams, Barry Keoghan, Franz Rogowski, Jasmine Jobson, James-Nelson Joyce.

    Andrea Arnold emplea en su nueva película una estrategia parecida a la que utilizó De Sica en Milagro en Milán: implementar en un relato de carácter eminentemente realista una fuga mágica que le permita desanudar el nudo del conflicto para que el final de los personajes no esté marcado por la tragedia. Si De Sica decidía otorgarle poderes sobrenaturales a su protagonista para que pudiese salvar in extremis a sus compañeros de clase trabajadora, luchadores incansables que, pese a sus constantes esfuerzos, no habían podido escapar de las garras de la precariedad y el dolor; Arnold le coge la idea prestada y opta por introducir en su narración a Bird, un joven que, durante gran parte de la cinta, se mueve sobre las baldosas neblinosas de la especulación y el interrogante, pero que, al final, se termina desvelando como el elemento suprarrealista destinado a iluminar unas imágenes ensombrecidas por los múltiples problemas que asolan la actualidad. Pese a que la estrategia parece estar destinada a insuflarle una fuerte dosis de optimismo a unos tiempos bastante oscuros —como hacen El viejo roble y El sol del futuro—, el resultado final termina siendo aún más desolador que si careciese de los elementos mágicos.

    Pero es el espectador quien, una vez haya terminado la película, debe reconstruir en su cabeza ese final trágico que la directora condena al ostracismo, a vagar fuera de la pantalla de la misma forma que el personaje de Rogowski lo hace por los barrios de Kent. El sentido de Bird nace, precisamente, de la violencia contradictoria que surge al oponer el realismo visceral que apuesta por colocar la cámara en esos lugares donde nadie quiere mirar, y la necesidad de aliviar la dureza del relato, sembrando en él pequeñas briznas de luz que, al final, terminan por desinflar la carga dramática que la directora había construido. Las imágenes brotan de la grieta que se abre ante la confrontación de dos estilos antagónicos que no pueden convivir en el mismo plano sin desequilibrarlo de forma brusca. Arnold consigue así que su realismo característico sea aún más áspero, en tanto que ya no muestra esas realidades que no salen en la televisión, ni en los periódicos, ni en las redes sociales, sino que también le obliga a asumir unas formas cinematográficas de mezcla heterogénea (como el agua y el aceite), que lo mismo emocionan que desconciertan. Se produce un constante diálogo a gritos entre realismo y fabulación que, por momentos, distrae la atención y opaca el verdadero punto de interés de la cinta, el drama que vive el personaje de Nykiya Adams. Durante parte del metraje, el espectador no puede dejar de preguntarse por la procedencia del personaje de Rogowski, de intentar comprender si existe o si, por el contrario, responde a una proyección mental de la protagonista; y esa duda intermitente, ese cuestionamiento del punto de vista desde el que se narra la película, lastra un poco una propuesta que debería correr por la pantalla libre, sin ningún tipo de atadura.

    Pese a esto, el retrato que Arnold hace de las familias desestructuradas de clase trabajadora tiene la hondura del mejor Loach. La directora capta a la perfección la atmósfera asfixiante en la que se desarrolla una protagonista que se siente perdida en una sociedad que parece carecer de un lugar para ella. La tensión de Bird está inexorablemente unida a las emociones a flor de piel de esta preadolescente que busca afirmarse como persona en un mundo en el que siente que su voz no es escuchada, en el que sus palabras caen en el saco roto de la incomprensión. Arnold hace un brillante trabajo en lo que a la escritura de esos personajes rotos y esquinados por la sociedad se refiere. Marcados por un sistema que aprisiona su futuro y esteriliza sus esperanzas, que les cierra todas las puertas que otros tienen abiertas nada más nacer, los protagonistas hacen gala de una sinceridad y una honestidad en su forma de enfrentarse a la vida que la directora captura con precisión milimétrica. Esas ráfagas de veracidad son una de las grandes bazas de la película. La otra, claro está, es el gran recital interpretativo que ofrece el trío protagonista, formado por Adams, Keoghan y Rogowski, siendo el último el que sobresale por encima del resto gracias a ese rostro transparente capaz de emocionar desde la hondura de su silencio y la fuerza de su mirada. ♦


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