|| Críticas | ★★★☆☆
As Neves
Sonia Méndez
La banalidad del mal
Adriá Allande
ficha técnica:
España, 2024. Dirección: Sonia Méndez. Guion: Sonia Méndez. Reparto: Andrea Varela, David Fernández, Antía Mariño, Xacobe Bruña e Irene Rodríguez. Música: Andy Bell. Fotografía: Lucía C. Pan. Productoras: Aquí y allí Films, Cósmica Producións. Distribuidora: Sideral Cinema. Duración: 83 minutos.
España, 2024. Dirección: Sonia Méndez. Guion: Sonia Méndez. Reparto: Andrea Varela, David Fernández, Antía Mariño, Xacobe Bruña e Irene Rodríguez. Música: Andy Bell. Fotografía: Lucía C. Pan. Productoras: Aquí y allí Films, Cósmica Producións. Distribuidora: Sideral Cinema. Duración: 83 minutos.
La historia ya conocida es por todos, no presenta nada nuevo. Una noche de desenfreno en la adolescencia, un primer contacto con las drogas alucinógenas y un video sexual que circula de móvil en móvil de dos amigas en el vestuario. El vídeo, cuya autoría se desconoce, las humilla, y una de ellas la obliga a salir del armario, romper con su novio y desaparecer para no volver más. Paula, la protagonista de la pieza, no regresa, ya que todos la conocen y siente que no existen asideros ni escapatoria alguna en ese pueblo entre las montañas. Ese contrapunto, la tensión entre un pueblo pequeño y el anonimato de internet, le sirve a Méndez para crear una desigualdad, en forma de silencio, que aparece al inicio de la película. As Neves es un pueblo deprimido dominado por el hastío donde nada sucede nada. Parece que la única cosa que puede romper el silencio de este pueblo es la red social y su anonimato. Al igual que las montañas que lo rodean, blancas y límpidas, también quedan aquellos quienes graban y arruinan la vida de Paula. Sin dejar ninguna huella más allá de la sombra de una pantalla. Con ello, ante un material de base que invita al aleccionamiento, Méndez dibuja desde la naturalidad, abriendo un espacio el vacío que habitan las nuevas generaciones de adolescentes y post-adolescentes de un pueblo de Pontevedra. As Neves, capturando aquella banalidad del mal acuñada por Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén (1963), retrata y habla de la condición humana, no como monstruos, sino como humanos que no saben aquello que hacen. Simplemente, hacen, desde la curiosidad, la morbosidad, tras la máscara de internet y su impersonalidad.
La puesta en escena es fría, ruda y seca, reflejando hábilmente el mundo adolescente bajo la dirección inteligente de Méndez. La realizadora refleja con destreza estereotipos para sumergir al espectador en ese complejo estadio vital, donde los adultos parecen quedar deliberadamente fuera de cuadro y campo, dejando el enfoque únicamente en la dinámica y los desafíos de la juventud, sus dolores, culpas y derrotas. Porque, si bien la adolescencia es recordada como un haz de luz, cuando se está inmerso en ella, se vive como un espiral que absorbe, al igual que la grabación, la vida de Paula. Una adolescencia que, como exponía La vie de Jésus (1997) de Bruno Dumont, se sitúa en un pueblo donde el alcohol, las drogas, las motos y diversas distracciones parecen ser la única posible salida al desasosiego. Empero, a diferencia de la película del francés, aquí además surge la culpa. Una culpa que reconcome y muestra, como el mismo final de la película, desde su horizontalidad, la soledad del pueblo, de los adolescentes y la responsabilidad de una sociedad que hace tiempo dio la espalda a su futuro. ♦