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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Stop Making Sense

    || Críticas | ★★★★☆
    Stop Making Sense
    Jonathan Demme
    Start Making Music


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU. 1984/2023 (4K). Título original: Stop Making Sense. Director: Jonathan Demme. Guion: Jonathan Demme, Talking Heads. Productores: Gary Goetzman, Gary Kurfirst. Productoras: Talking Heads, Arnold Stiefel Company. Fotografía: Jordan Cronenweth. Música: Talking Heads, Tina Weymouth, David Byrne, Chris Frantz, Jerry Harrison. Montaje: Lisa Day. Reparto: David Byrne, Chris Frantz, Jerry Harrison, Tina Weymouth, Bernie Worrell, Alex Weir, Steven Scales, Lynn Mabry, Ednah Holt.

    En estos tiempos de sensaciones musicales de diseño, volver a Talking Heads supone regresar a un episodio de la historia en que sobre un escenario pasaban cosas auténticas. Había una única condición: haz música o vete al infierno. Ese es en esencia el discurso de Stop Making Sense, el directo que grabó la banda de David Byrne en el Pantages Theatre de Hollywood, en diciembre de 1983, y que ahora regresa a los cines con la bendita excusa de una restauración en 4K producida por A24. Quien sospeche la enésima maniobra de A24 por legitimarse entre el público que reclama elevated (lo que sea, ponga usted aquí lo que quiera), que se sacuda de una vez por todas la tontería y vaya a una sala de cine –porque esto es cine, gran cine– a dejarse arrastrar por el torbellino sónico de una banda inigualable en su segundo mejor momento.

    Si otro directo, The Name of This Band is Talking Heads (1982) había supuesto la síntesis de su primera y gloriosa etapa junto con el productor Brian Eno, de quien se separaron en 1983, Stop Making Sense inauguró de forma oficiosa una fase en la que el grupo se lanzó de cabeza a contestar y despedazar cualquier expectativa sobre su sonido previo, subido a los hombros de un Byrne omnívoro, insaciable y tormentoso, capaz de cantar corriendo, tirado en el suelo o fingiendo un ataque de histeria. En Talking Heads cabía de todo, así que uno podía esperar cualquier cosa de ellos, es decir, que nadie sabía lo iba a pasar durante las cuatro jornadas de grabación en el Pantages bajo la dirección de un inspirado Jonathan Demme y un equipo de técnicos superlativos.

    No sin cierta deliciosa malicia, David Byrne se presenta al principio de la actuación solo sobre un escenario vacío, ¿en construcción o derribo?, como entonces los propios Talking Heads, dando a entender de este modo que, quizá, el grupo se ha quedado desamparado sin la tutela de Brian Eno y andan buscando un nuevo faro. El cantante y compositor porta dos armas temibles: una guitarra acústica y un radiocasete; que son tres (o cien) si le contamos a él como bomba de destrucción masiva. A continuación interpreta como dios Psycho Killer y las dudas se disuelven. El faro fue, es y será él. Lo que sigue a continuación es una actuación histórica, por atemporal, a la que la etiqueta de documento musical se le queda corta o, directamente, no le vale. En cada nuevo tema se van sumando músicos, instrumentos, micros, focos y elementos varios de un work in progress técnico y artístico que, como el sonido de la banda, acumula una capa tras otra en perfecta (des)armonía. Pirandello sopla y agita los brazos sobre el escenario. ¿Es esto un concierto?

    Sí y no, claro, porque en Talking Heads, decía, cabe todo, y por lo tanto nadie sabe nada. A la marea de talento musical que va empapando el viejo teatro angelino responde Demme con una dirección que aún hoy sigue resultando modélica por dos motivos fundamentales. Primero, porque sabe que el espectáculo no es suyo; está delante de las cámaras, no detrás, algo que parecen olvidar muchos directores de documentales musicales empeñados en mover la cámara para dejar su marca (para ellos: Stop Making Sense!). Y segundo, porque respeta y saca el máximo partido de la elegante puesta en escena y de la iluminación que diseñaron para la ocasión David Byrne, Chris Frantz (batería) y Tina Weymouth (bajo y teclados), exalumnos los tres de la Escuela de Diseño de Rhode Island a principios de los años setenta; Byrne asistió además al Colegio de Arte del Instituto de Maryland. El marco y la pintura encajan pues a la perfección.

    La tarea de Demme como pintor de cámara queda rebajada a la imprescindible labor de situar las cámaras en el lugar preciso para lograr los dos propósitos más importantes en un trabajo de estas características: capturar la atmósfera y no espantar a las musas. Lo logra plena y rotundamente con la asistencia de dos gigantes en estado de gracia. Me refiero a Jordan Cronenweth (dirección de fotografía) y Lisa Day (montaje). Él venía nada menos que de enseñarle un par de cosas a Ridley Scott en Blade Runner (1982), y ella de rematar la jugada de Hal Ashby al frente de Let’s Spend the Night Together (1982), el documental que recogía la gira norteamericana de los Rolling Stones en 1981. El trabajo de ambos recupera su perfección técnica gracias a esta nueva restauración en 4K, fina, muy fina en lo concerniente a la colorimetría, la depuración del «ruido» lumínico y la gradación de los cortes por fundido a negro.

    Ni le falta ni le sobra a un plano a esta lección de ritmo y escalada de composiciones. Ni le falta ni le sobra una luz a esta lección de sombras. A cada canción, su montaje único. A cada canción, su iluminación única. Y entre medias, por las rendijas abiertas sin vacilación por un vendaval de emociones, se precipita una fantasía en la que el cine, la música, el arte de vanguardia, la performance, el grafiti, el teatro experimental y la poesía surrealista se abrazan sobre un mismo escenario. Que placer incomparable nos regala el arte cuando se le deja respirar a su aire, sin exhibiciones gratuitas, sin piruetas autocomplacientes, sin ese empeño inútil de algunos en trascender su auténtica belleza. Que es un impacto, y nada más. ♦


    «Ni le falta ni le sobra a un plano a esta lección de ritmo y escalada de composiciones. Ni le falta ni le sobra una luz a esta lección de sombras. A cada canción, su montaje único. A cada canción, su iluminación única».



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