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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Que nadie duerma

    || Críticas | 68 SEMINCI | ★★★★☆
    Que nadie duerma
    Antonio Méndez Esparza
    La realidad y el sueño


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    España, 2023.Título original: Que nadie duerma. Dirección: Antonio Méndez Esparza. Guion: Antonio Méndez Esparza, Clara Roquet. Novela: Juan José Millás. Música: Zeltia Montes. Fotografía: Barbu Balasoiu. Reparto: Malena Alterio, Aitana Sánchez-Gijón, Manuel de Blas, Rodrigo Poisón, Mariona Ribas, José Luis Torrijo.

    Un poema suprarrealista que se deshace en desconcierto frente a los ojos de la realidad, que camina felizmente disociado por el filo de la rutina, que controla el pulso del tiempo y lo maneja a su antojo, que rechaza la precisión de lo concreto para volar libre de prejuicios por el espacio ambiguo de lo imaginado. Que nadie duerma, filmada con mano maestra por Antonio Méndez Esparza, es la adaptación de la novela homónima de Juan José Millás. La protagonista, Lucía, (Malena Alterio) lleva una existencia que, por común, por repetitiva, por descafeinada, se podría tildar de aburrida: trabaja desde hace veinte años como informática en la misma compañía; se hace cargo de los cuidados de su anciano padre; queda de vez en cuando con una amiga de toda la vida para tomarse unas cañas y olvidarse de todo. Así, el día que su empresa quiebre por culpa de la avaricia de su jefe —se larga con toda la pasta en los bolsillos— y ella se vea en la calle sin posibilidad de cobrar los meses de sueldo que le deben ni la indemnización por despido, se sacará la licencia de taxista con la intención de darle un vuelco radical a su vida. A partir de ese momento, se subirán a su taxi los personajes más estrambóticos de Madrid: desde su vecino de arriba (Rodrigo Poisón), desaparecido poco después de iniciar un romance con ella; pasando tanto por una productora teatral (Aitana Sánchez-Gijón) que rápidamente se convertirá en su confidente como por un escritor (José Luis Torrijo) empeñado en tener una cita con ella y una pareja que le propondrá hacer un viaje de lo más extravagante; hasta llegar, cómo no, a su antiguo jefe, a quien, inconsciente por el alcohol, abandonará en mitad de un descampado.

    Paul Schrader ha explicado en multitud de ocasiones cómo fue el proceso de escritura de Taxi Driver. A principios de los años setenta, sintió que su vida se precipitaba por un acantilado de vacío y sin sentido que ofrecía como única salida la muerte. Le habían despedido de la revista de cine para la que escribía, su mujer le pidió el divorcio después de enterarse de que tenía una amante y esta última, a su vez, cansada de tener que lidiar con su carácter obsesivo, puso punto y final a su relación. El futuro director de American gigoló se sumió entonces en un torbellino de autodestrucción y se dedicó a recorrer Los Ángeles en coche día y noche bebiendo lo indecible, negándose a comer y parando a descansar en la oscuridad de los cines porno. Un mes después terminó ingresado en el hospital con una hernia de estómago que casi acaba con su vida. Cuando salió de allí, se propuso redimirse de todos sus pecados escribiendo una cinta en la que la soledad urbana que le había asfixiado durante tanto tiempo fuese el eje central del relato. Para ello, creó al personaje de Travis Bickle, un hombre que, tras regresar de la Guerra de Vietnam atacado por el insomnio, decide trabajar como taxista durante el turno de noche para matar el tiempo. El trabajo de taxista, pensó Schrader, era la metáfora perfecta para transmitir la sensación de locura provocada por la soledad, puesto que la persona que lo desempeña lleva de un lado a otro de la ciudad a decenas de personas sin llegar a establecer una relación con ninguna de ellas.

    Que nadie duerma parte del mismo punto que la cinta escrita por Schrader, pese a que el viaje que realiza la protagonista difiere completamente del que recorre el personaje interpretado por Robert De Niro. Porque lo que Antonio Méndez Esparza lleva a cabo en su película no es sino un estudio detallado de todos esos extraños y en apariencia banales acontecimientos que se ocultan bajo los pliegues de la cotidianeidad. Los primeros minutos de la cinta se mantienen anclados a una realidad peligrosa. La cámara adopta el punto de vista de un acosador que observa desde la distancia cómo el personaje interpretado por Malena Alterio va de casa de su padre al trabajo y del trabajo a su casa y la narración, mientras tanto, fluye entre el silencio y la calma. Así, hasta que el taxi entra en escena y la cinta inicia un proceso de abstracción progresivo que va desnudando unas imágenes que, paradójicamente, terminan cargadas de tensión —construida a través de inteligentes elipsis que rebanan las secuencias (que no las escenas) extirpándoles la introducción, el desarrollo o el desenlace para descontextualizar a un espectador dominado por la inminente sensación de peligro—, dobles sentidos, confusión y una desconcertante impresión de irrealidad, de mentira. Porque a medida que la protagonista se hunde cada vez más en la maraña de azares e infortunios compuesta por las vidas de sus clientes, la idea de que, como ella dice en varias ocasiones, «todo está escrito», se apodera del público. El director compone así una melodía de imágenes tan borrosas como hipnóticas en la que los conceptos de causalidad y casualidad, de realidad y ficción, de vivencia y fantasía, se difuminan por completo hasta volverse confundibles e intercambiables. Toda Que nadie duerma se construye desde el camaleónico rostro de una Malena Alterio en estado de gracia que demuestra que no hay registro que se le resista y, desde ahí, se levanta como un monumento al oficio de narrar, como una oda al vértigo de la duda, como una celebración al placer de imaginar, como un estudio de los mecanismos que componen la mundanidad.


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