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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Mamacruz

    || Críticas | SUNDANCE 2023 & 68 SEMINCI | ★★★☆☆ ½
    Mamacruz
    Patricia Ortega
    El sexo a los setenta


    Rubén Téllez Brotons
    Valladolid |

    ficha técnica:
    España, 2023, Título original: Mamacruz. Dirección: Patricia Ortega. Guion: Patricia Ortega, José F. Ortuño. Música: Paloma Peñarrubia. Fotografía: Fran Fernández Pardo. Reparto: Kiti Mánver, Pepe Quero, Silvia Acosta, María José Mariscal, Mari Paz Sayago, Paula Díaz.

    Mamacruz, la nueva película de Patricia Ortega que compitió en la sección oficial del Festival de Sundance, es una serenata tocada a toda potencia en la puerta de una parroquia; un baile de cuerpos desesperados por vivir; un copo de nieve que arde en el centro de la vejez; un cuadro de sonrisas que ilumina una habitación oscura; un susurro de belleza que le da sentido a la existencia.

    La protagonista, Cruz (Kiti Mánver), es una mujer septuagenaria que camina con parsimonia por una existencia gris y ordenada: se levanta, desayuna con su marido (Pepe Quero) —un dejado de cuidado con aires de Tim Burton—, prepara a su nieta para ir al colegio, arregla mantos de vírgenes y prendas de ropa para la iglesia, come, va a misa, prepara la cena y se va a la cama con un pijama de resignación oprimiéndole el pecho. Un día, mientras utiliza la tablet de su nieta, se mete por error en una página porno y, a partir de ahí, vuelve a tomar conciencia de la existencia de su lívido. Durante las semanas siguientes, se debate entre la curiosidad por seguir descubriendo un mundo —el sexo— que desconoce por completo y una culpa católica que no hace sino envenenar su conciencia. Así, decidida a explorar su sexualidad, se apunta en secreto a un taller de masturbaciones donde conoce a cinco mujeres —que son la más clara y perfecta definición de vitalidad— que le inyectarán en vena unas torrenciales ganas de devorar la vida y, en el proceso, le ayudarán a zafarse de un código moral arcaico que la limita constantemente.

    En Creatura, Elena Martín Gimeno construía un fragmentado y a ratos hermético viaje al fondo de la mente de su protagonista en el que exploraba los impulsos sexuales que surgen en la infancia, al mismo tiempo que reflexionaba sobre las consecuencias que tiene ser una niña y crecer en un entorno construido para reprimir los impulsos carnales de las mujeres, para supeditar su placer al de los hombres. La cinta era una bomba de racimo que la directora lanzaba a ese mosaico de tabúes cosido por la sociedad por miedo a cuestionar los cimientos mismos de su existencia. Se podría decir sin miedo a equivocarse que Mamacruz es al mismo tiempo réplica y complemento de Creatura. Y lo es, porque parte de una narración lineal y transparente que tiene como objetivo denunciar el punzante estigma que cae sobre la vida sexual de las personas de la tercera edad. La cinta de Patricia Ortega se presenta ante la mirada atónita del espectador como una llave con capacidad para abrir la habitación de la fisicidad lúdica; como un impulso nervioso que recorre unos cuerpos dormidos de moralismo con el objetivo de destrozar todos aquellos estigmas coercitivos que se cruce por el camino; como un llanto de placer que se clava en sus ojos y los inunda de deseo.

    La idea es acercarse al público a través de la risa para, desde ahí, entablar una conversación cercana y cálida en la que se cuestionen asuntos tan de actualidad como la forma en que la reacción utiliza a Dios como caballo de Troya para implantar en la cabeza de los creyentes un código moral que tiene a la mujer empoderada que es dueña de su vida y de su cuerpo como la viva representación del pecado; como la necesidad de impartir una educación sexual en los colegios para que el consentimiento, la igualdad y el respeto sean los valores sobre los cuales se construyan tanto las relaciones puramente físicas como las emocionales; como el derecho a anteponer el bienestar personal al trabajo y las demás obligaciones. Hay en las imágenes de la cinta un sentido del humor delicado e inteligente que convierte al espectador en su cómplice, que le lanza miradas rápidas o le guiña el ojo cuando algo divertido va a suceder.

    La directora compone una serie de metáforas visuales tan sencillas como efectivas que no hacen sino enriquecer cada secuencia; traza unas asociaciones conceptuales muy certeras; y mueve la cámara de forma imperceptible, evitando cualquier tipo de manierismo que no haría sino empañar una obra que convierte la sencillez en su mejor arma. Y en el centro de todo esto, una descomunal Kiti Mánver transforma su rostro en la herramienta más eficaz para luchar contra la tristeza, el aburrimiento y, en última instancia, la pesadumbre; porque si algo define a Mamacruz por encima de todo, eso es su desesperada y emocionante vitalidad.


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