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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The Creator

    || Críticas | ★★★★☆
    The Creator
    Gareth Edwards
    Nueva Asia: refugio de IA


    José Martín León
    Telde (Las Palmas) |

    ficha técnica:
    Estados Unidos, 2023. Título original: The Creator. Dirección: Gareth Edwards. Guion: Gareth Edwards, Chris Weitz. Producción: Gareth Edwards, Kiri Hart, Arnon Milchan, Jim Spencer. Productoras: 20th Century Fox, Regency Television, Entertainment One. Distribuidora: Walt Disney Pictures. Fotografía: Greig Fraser, Oren Soffer. Música: Hans Zimmer. Montaje: Hank Corwin, Scott Morris, Joe Walker. Reparto: John David Washington, Madeleine Yuna Voyles, Gemma Chan, Allison Janney, Ken Watanabe, Sturgill Simpson, Amar Chadha-Patel, Marc Menchaca, Robbie Tann, Veronica Ngo.

    Que Gareth Edwards proviniera del campo de los efectos especiales fue decisivo para que una película tan pequeña e indie como Monsters (2010), hecha con tan solo medio millón de dólares, luciera como una mucho más costosa. Sin embargo, fue el intimismo de su historia de amor y su perfecta metáfora sobre la migración, los elementos que cautivaron a la crítica, más allá de la espectacularidad de aquellas gigantescas criaturas de origen extraterrestre que se paseaban (también se cortejaban y apareaban, en su escena más recordada) por la frontera entre México y Estados Unidos. Hollywood supo reconocer el potencial del novel realizador y le regaló una gran oportunidad con el blockbuster Godzilla (2014), donde manejó 160 millones de dólares para poner en pie una más que digna primera piedra del mastodóntico megaproyecto MonsterVerse, que cruzaría el camino del kaiju más famoso de la Historia del Cine con el del no menos icónico King Kong. Pero sería con su tercera obra, Rogue One: Una historia de Star Wars (2016), cuando alcanzaría su definitiva consolidación como uno de los nombres a seguir dentro del reciente cine de ciencia ficción. Aquel spin-off fue la mejor aportación al universo creado por George Lucas desde su trilogía clásica, una emocionante fantasía bélica, repleta de apabullantes batallas, cuya historia se situaba en el tiempo entre La venganza de los Sith (George Lucas, 2005) y Una nueva esperanza (George Lucas, 1977). Por fortuna, estas dos últimas inmersiones en sagas, ya por todos conocidas, no han hecho que Gareth Edwards olvidara esa calidad de autor que aplaudimos en su ópera prima, Monsters, y, con The Creator vuelve a entregar otra historia original, coescrita junto a Chris Waitz, con quien ya había trabajado en Rogue One. Este como otro imponente espectáculo de ciencia ficción que sorprende por lo ajustado de su presupuesto (80 millones de dólares), en contraposición con su formidable acabado técnico, gracias a un hiperrealista CGI que en nada tiene que envidiar al de la mucho más costosa Avatar: El sentido del agua (James Cameron, 2022).

    Es imposible hablar de este filme sin mencionar los múltiples elementos de muchos títulos emblemáticos (y no solo del género fantástico) que Edwards hace suyos en una historia que produce una constante sensación de déjà vu. El relato nos lleva hasta 2065, a un planeta Tierra dividido a causa de un dilema ético y moral, el de acabar con cualquier rastro de IA después de que Los Ángeles fuese aniquilada en un ataque militar, supuestamente provocado por estas máquinas, al rebelarse contra los humanos. Hay que tener en cuenta que, para entonces, los avances en tecnología han sido tales que a una inteligencia artificial se le podrían atribuir sentimientos tan humanos como el amor o el odio, y que, en principio, estas están diseñadas para que nunca puedan dañar a las personas. The Creator muestra cómo el gobierno de los Estados Unidos ha declarado la guerra a unos androides que encuentran refugio en Nueva Asia, donde la IA no está prohibida y continúa la convivencia entre máquinas, humanos y simuladores, por lo que ha desarrollado una gigantesca nave nodriza, la NOMAD, con la que se les rastrea y destruye, al mismo tiempo que un antiguo agente de las fuerzas especiales, Joshua –John David Washington, consolidado, tras la infravalorada Tenet (Christopher Nolan, 2020), como carismática estrella, capaz de liderar el reparto de cualquier superproducción–, se ha infiltrado en la resistencia, con el fin de localizar a Nimata, el arquitecto de la IA más avanzada que, presumiblemente, ha construido un arma que podría acabar con el mundo. Los conflictos dramáticos con los que se encontrará este antihéroe herido (sufre la amputación de un brazo, el cual ha sido sustituido por tecnología robótica) serán la pérdida de Maya, su esposa embarazada, durante un ataque militar estadounidense en tierra asiática, y el hecho de que el “arma” a desactivar tenga la forma de una pequeña niña de unos seis años (todo un descubrimiento, Madeleine Yuna Voyles) a la que bautizará con el nombre de Alphie. La relación, cada vez más estrecha, que se irá estableciendo entre ese cazador en busca de la redención y su presa, una niña a la que todos persiguen, por diferentes intereses, recuerda a la de Joel y Ellie en The Last of Us, tan cercana en el tiempo, siendo esta solo la primera de tantas inspiraciones de un guion que, tristemente, no brilla por su originalidad. Y digo tristemente porque, de haberse trabajado un poco más la historia para que estuviese al nivel de su impoluto diseño de producción, habríamos estado ante una nueva obra maestra de la ciencia ficción.

    Edwards se esfuerza en dotar de alma a su película, haciendo especial hincapié en la historia de amor rota entre Joshua y Maya –se abusa un tanto de flashbacks para recordarla– y en el creciente afecto que el hombre desarrolla hacia la entrañable Alphie, pero la visión de esos militares estadounidenses villanos, ansiosos de aniquilar robots, recuerda excesivamente a la mostrada por James Cameron en Avatar (2009), aunque la veterana Allison Janney construye una maligna antagonista más que convincente. La guerra entre humanos y androides en Nueva Asia también parece rememorar la ambientación del Vietnam que vimos en Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), con esos soldados invadiendo aldeas en medio de enormes campos de arroz o templos budistas en los que se refugian los robots. La búsqueda de Alphie de un sentido a su existencia también tiene ecos de A.I. Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001), mientras que el eterno dilema alrededor de los peligros que estos seres supondrían contra la humanidad ya han sido tratados en clásicos como Terminator 2: el juicio final (James Cameron, 1991), donde también se desataba una guerra entre máquinas y humanos, después de otra catástrofe nuclear, o Blade Runner (Ridley Scott, 1982), donde los replicantes eran perseguidos sin tregua por cazadores como el Joshua de la película de Edwards. Podría seguir enumerando referentes que llegan a la memoria durante el visionado de The Creator, pero sería injusto desvirtuar los muchos aciertos de una película que, si bien resulta algo esquemática y previsible en su desarrollo, sí que está rodada con una brillantez poco habitual, tanto en sus magníficas secuencias de acción –el director aprendió mucho en Rogue One y, visualmente, tiene mucho de ella también–, como sus momentos más intimistas, presentando a una agradable galería de secundarios que arropan con efectividad a la pareja protagonista, destacando el personaje del siempre excelente Ken Watanabe, el fiel íder del ejército de inteligencias artificiales Harun. Gareth Edwards nos ha regalado una aventura futurista de primer orden, repleta de imágenes potentes (la fotografía de Greig Fraser y Oren Soffer es portentosa), más engrandecidas, si cabe, gracias al épico acompañamiento musical de un Hans Zimmer en estado de gracia. Lo que queda es una notable propuesta de cine fantástico, en la línea de los mejores trabajos del otrora prometedor Neill Blomkamp –aunque esté más cercana a la ampulosidad de Elysium (2013) que de la valentía de la verdaderamente innovadora District 9 (2009)– que sacrifica en el camino la ambición por un guion más novedoso, a favor de una historia tan carente de sorpresas como fuertemente emocional, diseñada para tratar de tocar la fibra sensible del espectador. No está nada mal si lo que se buscan son 130 minutos de vibrante evasión en pantalla grande. Cuanto más grande, mejor.


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